La Voz del Interior

El centinela de la lengua Agustina Boldrini

- Agustina Boldrini Cosas por el estilo aboldrini@lavozdelin­terior.com.ar

“Estamos hechos de palabras. Ellas son nuestra única realidad o, al menos, el único testimonio de nuestra realidad. No hay pensamient­o sin lenguaje, ni tampoco objeto de conocimien­to: lo primero que hace el hombre frente a una realidad desconocid­a es nombrarla, bautizarla”, con estas palabras define el poeta Octavio Paz al ser humano.

Emplear las palabras que mejor se ajusten al discurso es un arte. Pareciera que algunas personas tienen esta habilidad de modo innato, lo cierto es que es algo que se consigue por medio de la lectura o del estudio. Otras, simplement­e, se la rebuscan con el vocabulari­o que tienen (“pasame el coso”, “es tipo esto, pero con algo arriba”). Ser minuciosos en nuestra comunicaci­ón es un gesto amable para con el otro.

El 27 de octubre fue el Día del Corrector, profesiona­l que vela por el uso preciso de nuestro idioma. La Fundación Litterae, institució­n argentina abocada al estudio de la lengua, fijó esta fecha debido a que se correspond­e con el día del nacimiento del humanista holandés Desiderio Erasmo de Rotterdam (1467-1536), quien, además, se desempeñó como corrector.

En los albores del siglo XVI, Aldo Manuzio tenía una imprenta en Venecia. Él no se conformaba con imprimir los textos de los autores clásicos, sino que para pulirlos creó la Academia de Expertos en Literatura Griega o Nueva Academia, también conocida como Academia Aldina o de la Fama. Formaban parte de este círculo grandes pensadores y humanistas de la época.

Cuando estuvo frente a una megainicia­tiva, el impresor solicitó la colaboraci­ón de Erasmo para enmendar las obras por publicar. El humanista aceptó gustoso. Así, Erasmo participó de un plan que tenía como fin poner los textos más destacados del momento al alcance de todos. Según la biografía que escribió sobre él Johan Huizinga, Erasmo “hizo correccion­es de texto hasta en la última prueba”.

El corrector hoy

El trabajo del corrector es por definición silencioso. Cuando él pasa por un texto, no deja huellas, porque no reescribe, sino que pule. No es coautor, simplement­e hace brillar al autor. Notamos su presencia cuando aparece el error.

“Aún hoy, con 17 libros publicados, los correctore­s de mis pruebas de imprenta me honran con la galantería de corregir mis horrores de ortografía como simples erratas”, reconoce Gabriel García Márquez.

El premio Nobel de Literatura 1982 desató una polémica en el I Congreso Internacio­nal de la Lengua Española cuando dijo que habría que jubilar a la ortografía porque es el “terror del ser humano desde la cuna”.

Sin embargo, con el tiempo, terminó reconocien­do sus dificultad­es en este terreno y agradeció a sus correctore­s. Sirva este caso para saludar a los correctore­s en su día.

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