La Voz del Interior

Entre el cambio y la continuida­d Claudio Fantini

- Claudio Fantini*

La mayoría en Weimar ignoraba lo que ocurría en Buchenwald. Pero los pocos que sabían que se trataba de un campo de concentrac­ión y eran consciente­s del horror que eso implicaba se ilusionaro­n cuando el Ejército Rojo venció a los nazis en esa ciudad de Turingia. La desilusión sobrevino al ver que, en lugar de desmantela­r Buchenwald, los soviéticos lo usaron para aniquilar a sus propios enemigos.

En otra dimensión, Argentina ve de manera recurrente la utilizació­n en provecho propio de males que deben erradicars­e. Como todo acto de ocupación, sus primeros pasos resultan rutilantes; pero luego sobreviene la desilusión.

A niveles provincial­es y a nivel nacional, los aparatos judiciales han sido hasta el momento eso, aparatos judiciales, en lugar de poderes cuya independen­cia es crucial para el Estado de derecho. La responsabi­lidad no es sólo de muchos malos magistrado­s, sino también de la mala política.

Ver caer a poderosos que irradiaban impunidad genera la esperanza de que juzgados, cámaras y fiscalías dejen de ser (en términos generales y con las excepcione­s que confirman la regla) meros aparatos judiciales que manipula el gobernante de turno para ser lo que la Constituci­ón establece que deben ser. Pero esos impactante­s derrumbes (como la renuncia de la procurador­a General, Alejandra Gils Carbó, y las detencione­s de violentos capos sindicales y exfunciona­rios todopodero­sos como Julio De Vido o Amado Boudou) pueden generar ilusiones condenadas a la recurrente desilusión.

El Gobierno que encabeza Mauricio Macri ha dado muchas señales alentadora­s, que no se hubieran dado si el presidente fuera Daniel Scioli. Pero entre las luces que encandilan se escabullen sombras oscuras.

Si Elisa Carrió no lo hubiera tackleado en la puerta de tribunales, Daniel Angelici sería hoy el operador del Presidente en Comodoro Py. Si un coro de azorados no hubiera puesto el grito en el cielo, la Corte tendría dos miembros puestos a dedo por Macri.

Es una buena señal que personajes como Omar “el Caballo” Suárez y Juan “el Pata” Medina hayan encontrado, por fin, un límite a la discrecion­alidad violenta con que actuaron siempre. Pero sobre la fortuna amasada por el gremialist­a aliado del PRO Gerónimo “Momo” Venegas, la que habló fue una de sus hijas al reclamar “su parte” a los “testaferro­s”.

Las sombras asoman también en pronunciam­ientos públicos del Presidente instando, avalando o cuestionan­do actos de fiscales y jueces. En lo que se refiere a leyes y procesos, el oficialism­o sólo debe actuar desde el Congreso: legislando.

Los estropicio­s que cometieron con la Justicia el menemismo, primero, y el kirchneris­mo, después, no justifican la certeza de que un gobierno de otro signo usará “sanamente” el aparato judicial. No existe la utilizació­n sana de un poder del Estado rebajado a “aparato” al servicio del gobierno de turno.

Debiera ser una obviedad, sin embargo siempre se vuelve difuso por ese eterno “estado de excepción” que describe Giorgio Agamben. Cada nuevo poder político encuentra en las desmesuras y usurpacion­es del poder anterior la justificac­ión a la excepciona­lidad que el filósofo italiano calificó como una esfera de acción sustraída por completo al derecho.

Sobre los riesgos que corre la democracia cuando la decisión política se coloca por encima de la esencia del derecho, ha advertido seriamente Cass Sunstein, otro lúcido observador de la compleja relación entre Constituci­ón y Estado.

Como los habitantes de Weimar que preferían ignorar lo que ocurría tras los muros de Buchenwald, la mayoría de los argentinos prefiere permanecer en la zona de confort que implica justificar, por adhesión al poder vigente, el eterno retorno de la excepciona­lidad.

Pero por encima de esa mayoría que, por adherir a un liderazgo o por aborrecer a otro, mira para otro lado está el ciudadano confundido que debe adaptar su conducta al criterio exegético del poder de turno.

Roberto Gargarella escribió sobre esos “ciudadanos preocupado­s por respetar el derecho”, que nunca “pueden saber bien a qué atenerse”, ni cuáles “conductas serán objeto de elogio o reproche público”.

Eliminar esa incertidum­bre que corroe al Estado de derecho en sus fundamento­s es la señal que debe dar el gobernante que de verdad pretenda una Justicia independie­nte.

EL GOBIERNO DE MACRI HA DADO MUCHAS SEÑALES ALENTADORA­S. PERO ENTRE LAS LUCES QUE ENCANDILAN SE ESCABULLEN SOMBRAS OSCURAS.

* Periodista y politólogo

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Alejandra Gils Carbó. Renunció a su cargo como procurador­a General.

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