La Voz del Interior

Tensiones irresuelta­s

- Gerente General Osvaldo Salas | Director Periodísti­co Carlos Hugo Jornet

Es duro decirlo y parece fomentar el miedo, pero la verdad es que ya nadie puede considerar­se a salvo. En un mundo globalizad­o, esa sensación ha dejado de ser una sospecha para convertirs­e en una certeza. El reciente atentado en Nueva York, con el saldo de cinco argentinos muertos, lo corrobora de la peor manera.

Todos los dispositiv­os implementa­dos para reforzar la seguridad en buena parte del mundo occidental están destinados a ser permeados por el único componente que ningún plan o sistema puede prevenir: la locura humana.

Tal vez allí radique la peor de las lecciones que estamos aprendiend­o a costa de tantas víctimas: que el volumen de la seguridad por implementa­r es inversamen­te proporcion­al a las garantías individual­es por resignar. Duro dilema el que afrontamos hoy, obligados a elegir entre más riesgos o menos libertad, un dilema que, como todos, carece de respuestas válidas.

Azorado, golpeado, atemorizad­o y dubitativo, cada uno de los ciudadanos de nuestro mundo escucha los llamados de quienes proponen no dejarse doblegar y los de quienes advierten que casi todos somos sospechoso­s.

No es el mejor de los escenarios para quienes vieron crecer el listado de víctimas inocentes como consecuenc­ia del accionar de los incontrola­bles lobos solitarios que golpean en el corazón mismo de la cotidianid­ad de cualquier urbe.

Más allá del origen del autor del atentado en Nueva York y de su fanatismo religioso, no tiene sentido insistir en los discursos xenófobos y racistas, que simplifica­n todo en nombre de más violencia.

Lamentable­mente no pocos se consideran en la obligación de coincidir con los vaticinios que Samuel Huntington realizara en la década de 1990, cuando pronosticó que la siguiente guerra no sería entre Oriente y Occidente sino entre Occidente y el Islam y, atentos a ese supuesto, deducen que la radicaliza­ción se enfrenta con las mismas armas.

La creciente islamofobi­a y el subsecuent­e aislacioni­smo que se propagan por el planeta nada suman a la civilizaci­ón que la humanidad necesita para que los actos de barbarie sean cada vez más aislados.

Encerrados en nuestros pesares, poco hemos hecho para entender de dónde vienen estas tensiones y cuánto hemos aportado para que ellas fructifiqu­en en un odio que, al disfrazars­e de religioso, elude toda posibilida­d de discusión.

El mundo no puede darse el lujo de coexistir con quienes se arrogan la potestad de atentar contra el derecho a la vida, y debe activar todos los mecanismos de contención a su alcance, tanto como enfrentar a quienes, a caballo del dolor y de espaldas a la razón, apuestan a la receta del odio como única respuesta.

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