El peronismo, en busca de rediseño
Hasta ahora, el peronismo parecía poder responder sin dificultades a la famosa oferta de Marx que podría parafrasearse de este modo: “¿No le gusta mi peronismo? No importa: tengo otros”. Sí, claro, nos referimos a Groucho Marx.
La capacidad de supervivencia no está tan asociada al vigor físico ni a la inteligencia como a la aptitud de adaptación. Se ha comprobado que esta fórmula vale, entre otros, para los organismos vivos y para las empresas. En consecuencia, no debería ser ignorada por los partidos políticos. Estos surgen como una demanda de determinadas coordenadas históricas, siempre circunstanciales.
La política y la economía, tan empeñadas en el cambio y en la mutación, les plantea desafíos permanentes que muchas veces pueden resolver fácilmente y otras no.
Nacido en plena Segunda Guerra Mundial, el peronismo se perfiló como el movimiento que expresaba la ambición de nuestro ingreso a la modernidad.
El medio siglo de expansión agraria había eclosionado con la crisis de 1930, que a la vez quebró la frágil institucionalidad lograda por Julio Argentino Roca en 1980 y mejorada por el radicalismo y la llamada Ley Sáenz Peña.
El Ejército, embebido de las doctrinas y éxitos materiales de sus pares de Italia y de Alemania, a los que admiraba, tomó el poder e inauguró un ciclo del cual Argentina no ha logrado todavía salir. A lo largo de 70 años, el peronismo mostró varios rostros y ejerció el poder durante la mitad del tiempo transcurrido.
Sin embargo, fue el peronismo clásico (el “de Perón y Evita”) el que dejó una marca que atraviesa toda su historia, más allá de las singularidades que ofreció en cada uno de sus gobiernos.
La fórmula política incluye la presencia de un liderazgo fuerte y excluyente, que no admite disensos. A eso agrega el control de la prensa y un desdén por la democracia y las instituciones republicanas, a las que califica de “formales”. En economía, la fuerte presencia del Estado como planificador, regulador y empresario.
En sus años fundacionales, mostró un éxito inicial que no pudo ser sostenido en el tiempo. A partir de 1950, comenzaron los problemas que el propio Juan Domingo Perón (muchas veces con la oposición de sus adeptos) intentó rectificar en el Segundo Plan Quinquenal, un ajuste con todas las letras.
La breve etapa de la década de 1970 terminó en la catástrofe del golpe militar. El “león herbívoro” del abrazo con Ricardo Balbín no pudo controlar a la “juventud maravillosa”.
Carlos Menem supo leer las nuevas circunstancias históricas: el país del nacionalismo y las empresas públicas ya estaba exhausto. La nueva versión del peronismo fue rechazada por la ortodoxia, pero resultó exitosa a la hora de obtener respaldo popular. Sin embargo, era un modelo que demandaba ajustes sin los cuales estallaría, como ocurrió en 2001.
Los 12 años de los Kirchner describieron una parábola cuyo auge coincidió con el alza de las commodities y cuya decadencia resultó inevitable cuando ese fenómeno cesó. Sobrevinieron todas las complicaciones imaginables y previsibles, con el rudo agregado de una corrupción descomunal.
Hoy resulta impensable que la recomposición del peronismo se verifique sobre los mismos pilares que presidieron las derrotas recientes. Todos los populismos de América latina sucumbieron.
Venezuela es el destino que hasta ahora hemos logrado esquivar. Para colmo de males, el gobierno de Mauricio Macri no ha realizado el anunciado ajuste salvaje que le hubiera permitido poner blanco sobre negro en su oferta electoral.
¿Qué hacer, entonces? No resulta nada sencillo. ¿Cómo diferenciarse del Gobierno nacional sin caer en los lugares comunes del kirchnerismo? ¿Cómo profesar una fe republicana sin acercarse demasiado al Gobierno? Cabe preguntarse si existe en verdad una “avenida del medio” con un ancho suficiente como para transformarse en una vía de acceso al poder.
La versión cristinista apunta a transformarse en un grupo de izquierda, más que a ser una opción real de poder en el peronismo, capaz de representar al conjunto. Desde el poder, se mostraba robusta y viable, pero ahora, fundada en La Matanza, su horizonte se reduce de modo vertiginoso.
Y al resto del peronismo, incluido el de Córdoba, se le hace difícil encontrar una veta que los diferencie de Macri sin convertirlos, a la vez, en sospechosos de añorar un retorno al kirchnerismo.
Es que la polarización, más que una creación artificial e interesada del oficialismo, es una división que tiene robusta carnadura en el seno de la sociedad argentina.
HOY RESULTA IMPENSABLE QUE LA RECOMPOSICIÓN DEL PERONISMO SE VERIFIQUE SOBRE LOS MISMO PILARES QUE PRESIDIERON LAS DERROTAS RECIENTES.