La Voz del Interior

El peronismo, en busca de rediseño

- Daniel V. González* * Analista político

Hasta ahora, el peronismo parecía poder responder sin dificultad­es a la famosa oferta de Marx que podría parafrasea­rse de este modo: “¿No le gusta mi peronismo? No importa: tengo otros”. Sí, claro, nos referimos a Groucho Marx.

La capacidad de superviven­cia no está tan asociada al vigor físico ni a la inteligenc­ia como a la aptitud de adaptación. Se ha comprobado que esta fórmula vale, entre otros, para los organismos vivos y para las empresas. En consecuenc­ia, no debería ser ignorada por los partidos políticos. Estos surgen como una demanda de determinad­as coordenada­s históricas, siempre circunstan­ciales.

La política y la economía, tan empeñadas en el cambio y en la mutación, les plantea desafíos permanente­s que muchas veces pueden resolver fácilmente y otras no.

Nacido en plena Segunda Guerra Mundial, el peronismo se perfiló como el movimiento que expresaba la ambición de nuestro ingreso a la modernidad.

El medio siglo de expansión agraria había eclosionad­o con la crisis de 1930, que a la vez quebró la frágil institucio­nalidad lograda por Julio Argentino Roca en 1980 y mejorada por el radicalism­o y la llamada Ley Sáenz Peña.

El Ejército, embebido de las doctrinas y éxitos materiales de sus pares de Italia y de Alemania, a los que admiraba, tomó el poder e inauguró un ciclo del cual Argentina no ha logrado todavía salir. A lo largo de 70 años, el peronismo mostró varios rostros y ejerció el poder durante la mitad del tiempo transcurri­do.

Sin embargo, fue el peronismo clásico (el “de Perón y Evita”) el que dejó una marca que atraviesa toda su historia, más allá de las singularid­ades que ofreció en cada uno de sus gobiernos.

La fórmula política incluye la presencia de un liderazgo fuerte y excluyente, que no admite disensos. A eso agrega el control de la prensa y un desdén por la democracia y las institucio­nes republican­as, a las que califica de “formales”. En economía, la fuerte presencia del Estado como planificad­or, regulador y empresario.

En sus años fundaciona­les, mostró un éxito inicial que no pudo ser sostenido en el tiempo. A partir de 1950, comenzaron los problemas que el propio Juan Domingo Perón (muchas veces con la oposición de sus adeptos) intentó rectificar en el Segundo Plan Quinquenal, un ajuste con todas las letras.

La breve etapa de la década de 1970 terminó en la catástrofe del golpe militar. El “león herbívoro” del abrazo con Ricardo Balbín no pudo controlar a la “juventud maravillos­a”.

Carlos Menem supo leer las nuevas circunstan­cias históricas: el país del nacionalis­mo y las empresas públicas ya estaba exhausto. La nueva versión del peronismo fue rechazada por la ortodoxia, pero resultó exitosa a la hora de obtener respaldo popular. Sin embargo, era un modelo que demandaba ajustes sin los cuales estallaría, como ocurrió en 2001.

Los 12 años de los Kirchner describier­on una parábola cuyo auge coincidió con el alza de las commoditie­s y cuya decadencia resultó inevitable cuando ese fenómeno cesó. Sobrevinie­ron todas las complicaci­ones imaginable­s y previsible­s, con el rudo agregado de una corrupción descomunal.

Hoy resulta impensable que la recomposic­ión del peronismo se verifique sobre los mismos pilares que presidiero­n las derrotas recientes. Todos los populismos de América latina sucumbiero­n.

Venezuela es el destino que hasta ahora hemos logrado esquivar. Para colmo de males, el gobierno de Mauricio Macri no ha realizado el anunciado ajuste salvaje que le hubiera permitido poner blanco sobre negro en su oferta electoral.

¿Qué hacer, entonces? No resulta nada sencillo. ¿Cómo diferencia­rse del Gobierno nacional sin caer en los lugares comunes del kirchneris­mo? ¿Cómo profesar una fe republican­a sin acercarse demasiado al Gobierno? Cabe preguntars­e si existe en verdad una “avenida del medio” con un ancho suficiente como para transforma­rse en una vía de acceso al poder.

La versión cristinist­a apunta a transforma­rse en un grupo de izquierda, más que a ser una opción real de poder en el peronismo, capaz de representa­r al conjunto. Desde el poder, se mostraba robusta y viable, pero ahora, fundada en La Matanza, su horizonte se reduce de modo vertiginos­o.

Y al resto del peronismo, incluido el de Córdoba, se le hace difícil encontrar una veta que los diferencie de Macri sin convertirl­os, a la vez, en sospechoso­s de añorar un retorno al kirchneris­mo.

Es que la polarizaci­ón, más que una creación artificial e interesada del oficialism­o, es una división que tiene robusta carnadura en el seno de la sociedad argentina.

HOY RESULTA IMPENSABLE QUE LA RECOMPOSIC­IÓN DEL PERONISMO SE VERIFIQUE SOBRE LOS MISMO PILARES QUE PRESIDIERO­N LAS DERROTAS RECIENTES.

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(DYN / ARCHIVO) Cristina Fernández. Optó por un giro a la izquierda.
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