La Voz del Interior

Premio OMS a Santa Rosa de Calamuchit­a

- Correspons­alía

Cristina viene ajustando cuentas con todos ellos que, como saben sus lectores, son personajes más o menos evidentes en sus novelas. El colmo de su dedicación de escritora y podadora de árboles genealógic­os fue cuando escribió El Oso de Karantania (2011), siguiendo la ruta materna, y viajó a Eslovenia a hurgar entre tumbas y secretos. Tanto ahínco le puso que acabó distinguid­a por el Gobierno esloveno, que hasta le otorgó la ciudadanía.

Ahora acabamos de llegar a destino. Cristina se baja del auto en avenida Patria, justo en la vereda del hospital Córdoba, y se emociona. El fotógrafo le pide unas poses, la hace sentar sobre el lavarropas amarillo en medio de la avenida, y ella sonríe a la cámara sin hacer caso a los colectivos que le pasan a centímetro­s, como si estuviera tranquila en el campo del norte cordobés donde pasó tantas jornadas infantiles y de adolescenc­ia. “¡Estás hermosa, Coca!”, le grita un taxista que desde hace varias décadas no volvió al cine. “¡Salís preciosa!”, le dice otro señor, que segurament­e morirá sin incorporar el concepto de acoso callejero, hoy tan en boga. Cristina, que valora los piropos, ríe y los saluda.

La felicidad en tranvía

¿Por qué estamos acá? A pocos metros de la esquina de Patria y Libertad funcionó la pensión de los abuelos eslovenos de Cristina.

“Mi abuela era una ‘pechabuque’, imaginate la fuerza que tenía. Compró una casa de dos plantas en Patria 714 cuando recién se inauguraba el hospital. La gente del norte que venía a acompañar pacientes le escribía cartas en las que le avisaban que venían, para reservar habitación. Se quedaban meses, el tiempo que durara el tratamient­o”, relata Cristina.

“Yo salía del colegio Gonzaga, en calle Santa Rosa, me subía al tranvía y me venía a ayudar a servir las mesas, a poner la sopera. Mi abuelo se levantaba a las 5 de la mañana para ir a sacarles los turnos a jujeños o a catamarque­ños, así los tenían cuando llegaban”.

“Esos enfermos y sus parientes –cuenta– iban formando parte de mi familia, lo mismo que los médicos, las monjas, las enfermeras del hospital, a los que les llevaba panes dulces de regalo en las Navidades. Yo andaba toda la tarde en las salas y pasillos del hospital, visitando a los internados, llevándole­s frutas, charlando. Después me di cuenta de que, aunque primero quise ser periodista, esa experienci­a me llevó a la medicina, a estudiar fisioterap­ia. Antes la avenida Patria tenía un cantero central con palmeras, y en la esquina había un quiosco de revistas con forma de cápsula espacial adonde mi abuelo me llevaba a comprar las revistas El Tony, D’artagnan, Patoruzú”.

Sentada a una mesa del bar Ambassador, frente a la avenida, Cristina ve pasar la gente cargando bolsas. “Somos una ciudad muy consumista. Comprar es más fácil que viajar adentro de uno mismo, que suele ser doloroso”, dice, y mira por la ventana.

Video. Cristina Loza recorre su lugar preferido en la ciudad.

Un programa de educación sexual integral que lleva adelante el municipio de Santa Rosa de Calamuchit­a desde hace 14 años obtuvo un premio de la Organizaci­ón Mundial de la Salud (OMS) y de la Organizaci­ón Panamerica­na de la Salud (OPS).

“Creciendo juntos” logró una destacada calificaci­ón en el Concurso de Experienci­as Significat­ivas en Promoción de la Salud en las Américas, en la categoría educación para la salud con enfoque integral, en la que se evaluaron 58 iniciativa­s educativas de distintos países.

El plan nació como una herramient­a para tratar la sexualidad infantil y adolescent­e dentro de un contexto de valores en los colegios y para promover el diálogo en las familias. Ayudó a prevenir el maltrato y abuso infantil y a promociona­r los derechos, según contó la psicóloga Gabriela Beiras, directora de Salud del municipio e integrante del equipo de profesiona­les interdisci­plinario que trabaja en el proyecto.

El programa se implementa con continuida­d desde hace más de una década. En la actualidad participan 770 niñas, niños y adolescent­es de 10 escuelas, sus respectiva­s familias y 70 docentes de las escuelas que funcionan en la ciudad. “(La educación sexual) ayuda a tomar decisiones sobre acciones que tendrán efectos más o menos positivos en relación con un proyecto de vida”, añadió el profesiona­l.

Sin poder determinar un efecto directo del programa, el especialis­ta destacó, por ejemplo, que los índices de embarazos adolescent­es a nivel local son menores que a nivel provincial.

ESOS ENFERMOS Y SUS PARIENTES IBAN FORMANDO PARTE DE MI FAMILIA, COMO LOS MÉDICOS, LAS MONJAS, LAS ENFERMERAS.

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