La Voz del Interior

De mascotas y murciélago­s

- Susana Parés*

La acérrima vocación de la sociedad argentina de no respetar la ley es una caracterís­tica que fue descripta por sociólogos, juristas, politólogo­s, y sigue la lista.

La regulación normativa –plasmada en las leyes, decretos y resolucion­es emitidos por la autoridad competente– constituye el marco que habilita una vida en común, en la que el derecho de uno termina donde comienza el del otro.

No obstante, ese aserto –conocido casi por todos– encuentra en la idiosincra­sia nacional algo que es una mezcla de picardía, irresponsa­bilidad, “total no pasa nada” y una retahíla de lugares comunes que fomentan nuestro irredento afecto a saltearnos la norma, “aunque sea un por un ratito”.

Pruebas al canto: había reglas, aprendidas en el ámbito familiar, tales como no hacer ruido a la siesta o a la noche después de determinad­as horas, dar el asiento a los mayores en el colectivo, respetar a los docentes, cuidar a las mascotas para que no molesten a las visitas, sólo por nombrar algunas.

Hoy, esas prescripci­ones, antes de imperativo moral, se han inscripto en los códigos de convivenci­a. Algo nos dice eso.

También tenemos innumerabl­es virtudes: sabemos arreglar todo con un alambre, hemos construido un país con inmigrante­s, somos solidarios... Ponemos en evidencia estas virtudes ante catástrofe­s y emergencia­s, y las mostramos cuando las circunstan­cias nos las requieren.

Las mascotas son objeto de afecto en las familias que las albergan y también lo son los perros y gatos abandonado­s, alimentado­s por vecinos bienintenc­ionados.

Pero el hallazgo de un murciélago afectado de rabia en la ciudad de Córdoba y de un perro igualmente diagnostic­ado en Coronel Moldes obliga a poner blanco sobre negro en lo que se refiere a las responsabi­lidades que tenemos como ciudadanos, dada la amenaza potencial de transmisió­n de la hidrofobia.

Tener mascotas en los hogares implica asumir la obligación de respetar lo que dice el Código de Convivenci­a Ciudadana de la Provincia (ley número 10.326) y lo que sostiene el Código de Convivenci­a de la ciudad de Córdoba (ordenanza número 12.468) y normas concordant­es.

Aquellos vecinos que son solidarios con los perros y gatos de la calle deben tener presente que la alimentaci­ón no impide que adquieran una enfermedad espantosa como la rabia.

Así, estas buenas personas, pero ciudadanos descuidado­s, no ejercen ningún otro acto de verdadera responsabi­lidad sobre estos animales –por ejemplo, vacunándol­os– y propician que jaurías furiosas se arremoline­n frente a edificios donde se les provee de comida o deambulen peligrosam­ente por espacios públicos, donde los concurrent­es habituales incurren en la misma práctica desafortun­ada, con un sentido solidario imperfecto.

La rabia es una enfermedad terrible y Gabriel García Márquez nos dejó una memorable reflexión en su genial obra Del amor y otros demonios.

Y antes que propiciar los procedimie­ntos a los que someten a la niña de la novela, la vacunación de mascotas es más sencilla y efectiva.

* Doctora en Derecho y Ciencias Sociales, Facultad de Derecho de la UNC

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