De mascotas y murciélagos
La acérrima vocación de la sociedad argentina de no respetar la ley es una característica que fue descripta por sociólogos, juristas, politólogos, y sigue la lista.
La regulación normativa –plasmada en las leyes, decretos y resoluciones emitidos por la autoridad competente– constituye el marco que habilita una vida en común, en la que el derecho de uno termina donde comienza el del otro.
No obstante, ese aserto –conocido casi por todos– encuentra en la idiosincrasia nacional algo que es una mezcla de picardía, irresponsabilidad, “total no pasa nada” y una retahíla de lugares comunes que fomentan nuestro irredento afecto a saltearnos la norma, “aunque sea un por un ratito”.
Pruebas al canto: había reglas, aprendidas en el ámbito familiar, tales como no hacer ruido a la siesta o a la noche después de determinadas horas, dar el asiento a los mayores en el colectivo, respetar a los docentes, cuidar a las mascotas para que no molesten a las visitas, sólo por nombrar algunas.
Hoy, esas prescripciones, antes de imperativo moral, se han inscripto en los códigos de convivencia. Algo nos dice eso.
También tenemos innumerables virtudes: sabemos arreglar todo con un alambre, hemos construido un país con inmigrantes, somos solidarios... Ponemos en evidencia estas virtudes ante catástrofes y emergencias, y las mostramos cuando las circunstancias nos las requieren.
Las mascotas son objeto de afecto en las familias que las albergan y también lo son los perros y gatos abandonados, alimentados por vecinos bienintencionados.
Pero el hallazgo de un murciélago afectado de rabia en la ciudad de Córdoba y de un perro igualmente diagnosticado en Coronel Moldes obliga a poner blanco sobre negro en lo que se refiere a las responsabilidades que tenemos como ciudadanos, dada la amenaza potencial de transmisión de la hidrofobia.
Tener mascotas en los hogares implica asumir la obligación de respetar lo que dice el Código de Convivencia Ciudadana de la Provincia (ley número 10.326) y lo que sostiene el Código de Convivencia de la ciudad de Córdoba (ordenanza número 12.468) y normas concordantes.
Aquellos vecinos que son solidarios con los perros y gatos de la calle deben tener presente que la alimentación no impide que adquieran una enfermedad espantosa como la rabia.
Así, estas buenas personas, pero ciudadanos descuidados, no ejercen ningún otro acto de verdadera responsabilidad sobre estos animales –por ejemplo, vacunándolos– y propician que jaurías furiosas se arremolinen frente a edificios donde se les provee de comida o deambulen peligrosamente por espacios públicos, donde los concurrentes habituales incurren en la misma práctica desafortunada, con un sentido solidario imperfecto.
La rabia es una enfermedad terrible y Gabriel García Márquez nos dejó una memorable reflexión en su genial obra Del amor y otros demonios.
Y antes que propiciar los procedimientos a los que someten a la niña de la novela, la vacunación de mascotas es más sencilla y efectiva.
* Doctora en Derecho y Ciencias Sociales, Facultad de Derecho de la UNC