Dos histrionismos en baja tras el año electoral
La política ha procesado los resultados del año electoral con un vértigo inesperado. Antes de que asuman los nuevos miembros del Parlamento, los gobernadores que los pusieron en las listas ya cerraron un acuerdo con el Gobierno nacional para aprobar el plan de reformas que propone. Y los actuales legisladores harán propio ese acuerdo como quien trae ese escenario futuro a valor presente neto.
La mesa de conducción de Cambiemos –integrada por el Presidente, su jefe de Gabinete, la gobernadora bonaerense y el jefe de la Ciudad de Buenos Aires– ya ensaya fórmulas hipotéticas para lo que avizoran como una lógica renovación de mandatos.
La estructura del kirchnerismo entró en colapso y juega todas sus fichas al protagonismo de Cristina en el Congreso.
Sin ningún liderazgo emergente, el peronismo se repliega sobre sus territorios.
Imagina una secuela de desdoblamientos electorales –como en la maratón de 2015– para alambrar y sostener a las provincias e intendencias bajo su dominio.
¿Ofrecerá a cambio una candidatura a la presidencia que, en competencia con la que presente el kirchnerismo residual, le despeje al oficialismo un escenario de segunda vuelta presidencial?
Tanta aceleración por imaginar escenarios futuros descuida los riesgos de cambios en el corto y mediano plazo.
Cambios que en el país bien pueden surgir por las oscilaciones de la economía o factores políticos imprevistos. Dos años son una eternidad para la inestabilidad política argentina.
De todos modos, hay decantaciones que aparecieron con alguna contundencia en el año electoral que termina.
Hay dos particularmente relevantes para la política de Córdoba.
El exgobernador José Manuel de la Sota, un actor central de las últimas décadas, comunicó de a retazos su alejamiento de la actividad política. Después de declinar la principal candidatura de este año, tomó distancia antes de las primarias y se dedicó a disertar en el exterior. Lo hizo con una excusa atendible: su opinión sobre el gobierno de Mauricio Macri era más crítica que la del gobernador Juan Schiaretti y su protagonismo podía enrarecer el nuevo clima de convivencia entre Nación y Provincia.
Pero luego Schiaretti endureció a fondo su discurso contra Macri.
La novedad forzó a De la Sota a unas cuantas apariciones, sólo testimoniales, en la campaña.
Cuando las primarias arrojaron un resultado desfavorable, De la Sota cambió de actitud. Comenzó a mostrarse como un emprendedor comercial explícitamente alejado de la actividad política. Coronó la iniciativa protagonizando un desfile de modelos.
El peronismo provincial ya procesa esta novedad: la imagen del exgobernador se deterioró severamente con esos movimien- tos. Entró en un territorio resbaladizo: no es lo mismo declinar una candidatura que convertir una postulación en algo políticamente inconveniente.
Su antagonista del siglo, Luis Juez, padeció al mismo tiempo un episodio muy distinto, pero de consecuencias similares, al fin.
La Embajada en Ecuador fue la oportunidad casi última que la política le ofreció tras su fracaso estratégico de 2015. Llegó a la diplomacia con un cuarto puesto en la ciudad que gobernó y que lo puso en el umbral de la gobernación.
También a Juez lo traicionó la vocación histriónica. Insultó a los ciudadanos del país que lo recibió