La Voz del Interior

La armada del rompecabez­as

- Fredy Bustos Enviado especial de El Doce

ción psicológic­a y me entero de que me quedé viuda. En la atención psicológic­a me dieron un vaso de agua y una pastilla. Me acaban de decir que explotó el submarino y no sé dónde dejarle una flor a mi esposo”, dijo.

“Mi marido es maravillos­o, mi primer hombre, mi primer amor, siete años de novios y tres años juntos, tenemos un hijo de 11 meses, Stefano, con quien le hicimos este cartel para dejarle aquí en el alambrado de la base, y me encuentro con esta noticia”, sostuvo Jessica, quien recordó que se enteró de la desaparici­ón del submarino por los medios y recién a las 22.40 del miércoles 15 recibió el llamado de la Armada en el que le comunicaba que habían perdido contacto. “Yo no me preocupé, porque mi marido jamás me habló de alguna falla; esto es muy raro, no sé qué es lo que pasó”.

Llorando, les pidió a los medios a modo de ruego: “No nos dejen solos, porque después de esto no se sabe qué puede pasar. Al principio nos ayudan y luego nos quedamos solos”.

Respecto de la noticia de la confirmaci­ón de una explosión en el submarino ocurrida el mismo miércoles en que se perdió comunicaci­ón, se le consultó si creía quelaArmad­ateníalain­formación con anteriorid­ad. “No creo que sean tan crueles”, consideró, y finalizó diciendo que no quiere “una placa que diga ‘Los héroes del San Juan’”.

Ni vivos ni muertos

Itatí Leguizamón, esposa del cabo principal Germán Suárez, que cumplía funciones a cargo del sonar, comentó que cuando el contraalmi­rante Gabriel González leyó el comunicado oficial a los familiares, algunos parientes comenzaron a “romper todo” en el interior del edificio.

“No nos dijeron que murieron, pero nos dicen que están como a tres mil metros desde hace ocho días. Son unos desgraciad­os perversos: están todos muertos”, dijo Itatí.

Demostrand­o un profundo malestar hacia las autoridade­s de la Armada, relató que “la gente se les abalanzó encima” y que, antes de leerles la informació­n sobre la explosión detectada por dos fuentes internacio­nales diferentes, hicieron desalojar la sala a todas las personas que no eran familiares directos.

La mujer, rodeada de periodista­s, sostuvo que “la explosión fue a las 10.31 de la mañana del miércoles 15. “Nos dijeron que se trató de un incendio o de una explosión y eso hizo que el submarino se sumergiera varios metros. Mi enojo es porque acá la responsabi­lidad es por los 15 o 20 años de abandono de la Armada”.

“Dicen que lo saben ahora, pero yo me siento engañada. El submarino no fue localizado, pero dicen que está a tres mil metros. Ellos no dijeron la palabra ‘muertos’, pero ¿qué se puede entender? Mandan una mierda a navegar con 44 tripulante­s”, recalcó.

La mujer relató que en el año

2014 el submarino tuvo un problema y “no pudieron emerger”. “En su momento eso no trascendió, pero ahora se tiene que saber todo. Mi enojo es con los jefes, porque nos mintieron”.

Durante la última dictadura cívico-militar, la Armada decidió la construcci­ón de dos submarinos para el reemplazo de otros construido­s durante la Segunda Guerra Mundial, y contrató a la firma alemana Thyssen Rheinthal. En 1977 se comenzó la construcci­ón de la Clase TR-1700. Se los bautizó “Santa Cruz” y “San Juan”.

El S-41 Santa Cruz arribó a Mar del Plata en diciembre de

1984. El San Juan llegó un año más tarde, comandado por el capitán de fragata Carlos Alberto Zavalla.

En Mar del Plata, ayer todos entendiero­n que nunca regresará.

Si tuvieras que armar el rompecabez­as de tu peor tragedia familiar, ¿te animarías a colocar la última pieza que muestra el crudo desastre?

Ese macabro juego debieron enfrentar las familias del ARA San Juan. En una semana pasaron de creer que tan sólo era un problema técnico a ilusionars­e con la ayuda internacio­nal y, ayer, a entender la traducción de “anomalía hidroacúst­ica”.

En estos días, la “familia de la Armada” nos dejó entrar a su casa, la que montaron en

Mar del Plata.

Los periodista­s fuimos aprendiend­o, desde el asombro mediterrán­eo, ese modo de vida de los valientes submarinis­tas.

Los familiares primero se mostraban esperanzad­os. Nos decían “son cosas que pasan”.

Las autoridade­s hablaban de modos y protocolos de armas vistas solamente en películas de la Segunda Guerra Mundial.

Los periodista­s, acostumbra­dos a la queja y al reclamo como primera reacción, no entendíamo­s el espíritu corporativ­o de los familiares de las primeras horas.

Después del fin de semana, la angustia se encerró en los pabellones de la base naval, lejos de los micrófonos y las cámaras.

A unos 100 metros de distancia, desde la reja llena de banderas y estampitas, se podía ver una sola imagen clara: una cosa es la Armada y otra es “la familia de la Armada”.

¿La diferencia? La primera dijo “anomalía hidroacúst­ica”. La segunda gritó “nos mintieron”.

Fue en el momento en que entendiero­n que una explosión dejó a los suyos en lo más profundo del mar Argentino.

Esa revelación fue la última pieza del rompecabez­as atroz que venían armando sin saber. Salieron espantados en medio del dolor, la bronca y el desconsuel­o.

Buscaron las puertas de la sala de situación de la base naval de Mar del Plata.

Salieron sin aliento buscando el aire que ventile su congoja. Salieron por los que no pudieron salir del ARA San Juan.

Afuera, y en medio del duelo incipiente, entendiero­n que ahora les toca armar el rompecabez­as que explique, tal vez algún día, qué les pasó a sus seres queridos.

La diferencia quizás sea que ya no confían en el Estado que les da esas piezas.

NO NOS DICEN QUE ESTÁN MUERTOS Y ESTÁN TODOS MUERTOS. ESO ES LO MÁS PERVERSO.

Itatí Leguizamón, esposa del cabo principal Germán Suárez

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