Una explosión y dos hipótesis igual de graves
Hay dos datos: que hubo una falla eléctrica y una explosión. ¿Cómo podrían vincularse?
La información sobre el destino final del submarino ARA San Juan es escasa. Sin embargo, hay dos datos certeros: que el buque tuvo una avería eléctrica en las baterías y que tres horas después detectores subacuáticos escucharon una explosión muy cerca (60 kilómetros) de la última ubicación conocida.
La explosión fue detectada por hidrófonos (micrófonos subacuáticos) de Estados Unidos y de la Organización para la Prohibición Total de Pruebas Nucleares (CTBTO, por su sigla en inglés).
El dato recién se conoció el miércoles porque estos sistemas están configurados para detectar explosiones nucleares que tienen una firma acústica particular.
La explosión fue detectada luego de repasar los datos recolectados por los hidrófonos y aplicar nuevos filtros y algoritmos para descartar otras fuentes posibles como tráfico marítimo, erupciones volcánicas y otras fuentes sonoras naturales.
¿Cómo se puede relacionar la falla eléctrica con la explosión? Hay dos hipótesis.
La primera es una explosión. Una explosión en algo sumergido provoca una implosión. Una implosión sucede cuando una estructura sometida a presión colapsa. El colapso lo puede haber provocado la explosión.
¿Qué puede haber explotado? Una respuesta posible son las baterías, de las cuales se había reportaron una falla.
“Las baterías de plomo ácido están constituidas por celdas que la gente de a pie llama vasos. Cada uno de estos vasos tiene una diferencia de voltaje de alrededor de dos voltios”, explican Daniel Barraco y Ezequiel Leiva, especialistas del Conicet y de la Universidad Nacional de Córdoba en diseño de baterías.
Los expertos detallan que si el voltaje en los vasos es mayor que dos voltios se puede comenzar a producir hidrógeno y oxígeno. “En el caso de sobrecarga de una batería esto es posible, al igual que en el caso de que el material de los vasos estuviese deteriorado por algún motivo”, comentan.
Y agregan: “El hidrógeno es terriblemente inflamable en un amplio rango de concentraciones en el aire desde un cuatro a un 75 por ciento en volumen. En el caso de una batería con sobrecarga, la presencia de oxígeno aumenta la inflamabilidad”.
Implosión
La segunda hipótesis es una implosión sin explosión previa. La falla eléctrica puede haber dejado a la nave sin posibilidad de realizar ninguna maniobra ni comunicación.
Eso también puede explicar por qué la tripulación no pidió auxilio por radio, ni utilizó las balizas flotantes de emergencia.
Barraco y Leiva agregan que en determinadas circunstancias una batería funcionando mal también puede generar gases tóxicos.
En cualquier caso, el único destino es el fondo del mar. El ARA San Juan es un submarino clase TR-1700 que tiene un límite operativo de unos 700 metros.
La última ubicación es muy cercana a la pendiente de la plataforma continental argentina donde el fondo marino pasa de los 200 metros a los mil metros y hasta tres mil metros, según el límite este de la zona de búsqueda.
A esa profundidad, la estructura no puede soportar la presión del agua e implosiona.
El capitán retirado James H. Patton Jr., presidente de la consultora Submarine Tactics and Technology, dijo a la agencia Associated Press (AP) que “si un submarino cae por debajo de su profundidad de aplastamiento implosionaría, colapsaría”.
Y agregó: “Sería una explosión muy, muy grande para cualquier dispositivo de escucha”.
“No es un problema de información, sino de responsabilidad. Se perdieron 48 horas”, indico un vocero informal de la Armada a un cronista de este diario. Es que se habían notado algunas críticas y disidencias en cuanto a cómo la Armada manejó el tema. Pero ¿estamos frente a un problema de comunicación? ¿O es que los que objetan el manejo del tema no están de acuerdo en cómo se desarrolló la estrategia general?
Son cosas diferentes. La crisis se dio porque el hecho existió: no es normal que un submarino se pierda, y cuando ocurre, el acontecimiento toma características dramáticas que, por angustia e impotencia de los que están en tierra, suelen agrandarse a medida que pasan los días y ninguna ansiada respuesta llega.
Volvamos a la frase inicial: es responsabilidad también la información que se brinda y cómo se administra; es responsabilidad accionar rápidamente todos los elementos para disminuir el impacto de la noticia, pero no se la puede borrar. La desaparición de un submarino no es lo mismo que el hundimiento de una mina que se sabe dónde está y que por ello resulta –de alguna manera– más “fácil” aportar soluciones.
¿La Armada comunicó bien? Lo hizo desde el primer momento, con escasos elementos objetivos para “dar vuelta” la noticia: no tenía con qué. El ARA San Juan no apareció. Lo que todos esperábamos era que los tripulantes del navío dieran una señal positiva. En ese contexto fue “buena la parada” del vocero oficial, que siempre –y por encima de la lógica presión mediática– se mantuvo sin hacer conjeturas. Si transmitió y relató las acciones que se fueron tomando, y más allá de que no hayan sido del agrado de algunos y que esas acciones pudiesen ser “materia opinable”, el vocero las transmitió. De esa forma, dio seguridad de que la Armada, Defensa y el propio Presidente se estaban ocupando a full: Oscar Aguad, en Mar del Plata, siguiendo el operativo; Mauricio Macri, interiorizándose en el Comando en Jefe de la Armada. ¿Algo más podían hacer? ¿Algo más podían comunicar? El solo hecho de “dar parte” y ofrecer espacios para los medios, reunirse con los familiares y brindar la necesaria asistencia también son manifestaciones que comunican de por sí. No hubo crisis de comunicación. La crisis fue el hecho en sí y cabe señalar la buena disposición y firme actitud del vocero, capitán de navío Enrique Balbi. La comunicación entra en crisis cuando se ocultan las cosas, cuando se ignora la realidad y cuando una organización no se prepara para ella. Y este no fue el caso de la Armada.