La Voz del Interior

Un espacio de luchadoras y diversas que bordan pesares

- Mariana Otero motero@lavozdelin­terior.com.ar

“Para mí, bordar es un arte que aprendí desde niña. Pero bordar sobre los femicidios me provoca furia y dolor; pero también esperanza y lucha”. Así expresa Ana Pizarro, una de las mujeres que participan del taller Juntas y Diversas, que funciona en la Biblioteca Popular Nelly Llorens, de barrio Los Boulevares, lo que siente cada vez que se suma a la tarea de bordar pañuelos por cada mujer que muere víctima de la violencia machista.

Desde su espacio, se suman a la iniciativa de Bordamos por la paz Córdoba, un colectivo de artistas que, desde el 2012, participa de la acción propuesta por el colectivo mejicano Fuentes Rojas y Bordamos por la Paz. La intención es visibiliza­r, a través del bordado y en plazas públicas, las historias de muerte por violencia. Cada caso es una historia que se cuenta en un pañuelo. Es una forma de poner nombre propio a las estadístic­as y un homenaje para no olvidar.

Igual que Ana sienten las otras mujeres que, todos los lunes, se reúnen en este espacio social barrial donde se conjugan voces y experienci­as de vida diferentes.

“Reconstrui­mos las historias de femicidios y cada una elige un pañuelo que bordar. Es un momento muy especial. Se elige un caso de Córdoba o nacional. Siempre se preguntan por qué sucede y hasta cuándo vamos a seguir bordando”, apunta Marian Gotero, una de las coordinado­ras del taller, junto a Laura Dall’amore.

La biblioteca funciona en el Club Social y Deportivo Los Boulevares, en la periferia de la ciudad de Córdoba, y es fácil distinguir­la por las decenas de pañuelos que recuerdan a tanta mujer muerta.

Asisten unas 15 mujeres con trayectori­as de vida diversas, se sientan a una mesa a bordar, a hablar de literatura, a comer los budines de Laris “Tety” Pirra y a filosofar, de alguna manera, sobre la vida, los derechos humanos, las injusticia­s y las insolencia­s.

“Abordamos temáticas en torno a la violencia de género, al trabajo, a los cuidados de la salud, a la sexualidad, a las marcas que la cultura patriarcal inscribe en nuestros cuerpos y vida, a los placeres, al acceso a la ciudad, al tiempo libre, al arte”, explica Marian.

María, Susana, Elena, Ana, “Tety”, Liliana y Sara son algunas de quienes se encuentran para romper con la cotidianei­dad y disfrutar del trabajo colectivo.

Todas habitan el mismo barrio, pero en distintos sectores. Algunas viven en la zona de los cortaderos de ladrillos y cursan el secundario de adultos; otras son jubiladas y vecinas históricas de Los Boulevares. Buscan lo mismo: compartir un tiempo y un lugar. Así, recuperan las historias de lucha silenciosa y mínima de tantas mujeres del pasado y el presente. De ellas y de otras. Para no olvidar

El primer cartel que invitaba en la biblioteca a “bordar para no olvidar” sedujo a algunas mujeres que pensaban que se trataba de un taller de bricolaje. “Pero se encontraro­n con que el arte del bordado tenía una intención clara de visibiliza­r los femicidios. Muchas no lo soportaron. Bordaron el primer pañuelo y dijeron: ‘No puedo’”, cuenta Dall’amore.

“Nos estremecem­os con cada palabra que ponemos”, apunta Laris. Ana Mazzei agrega: “Es una mezcla de sentimient­os. Un dolor tristísimo por la injusticia, por la impotencia. Pero, a la vez, te genera mucha dulzura porque es un pequeño homenaje para recordar. Por ahí me pregunto qué logramos con esto… Y luego digo que por lo menos quede en el recuerdo, que no se pierda, que esa mujer no sea un número más, que sea una muestra de respeto a esas mujeres que no fueron respetadas en vida”.

La violencia, de alguna manera, en mayor o menor medida, atraviesa la vida de todas. Por eso en los talleres el tema siempre está latente. Pero en esa habitación plagada de libros pasan otras cosas. “Jugamos, nos divertimos, nos reímos, disfrutamo­s”, apunta Marian.

La mayoría de las participan­tes son mujeres de más de 50 años. “Hayas nacido en determinad­o lugar, hayas tenido un buen vivir o una vida mucho más dura, las marcas del patriarcad­o afloran en todas las historias. El taller pone curitas en las marcas. Es increíble, vemos los cambios desde el primer día que llegaron acá. Ahora hablan, dicen lo que piensan y pueden mirar a los ojos. Nos cuentan cosas de su casa y vemos el fruto del trabajo”, plantea Gotero.

NOS ESTREMECEM­OS CON CADA NOMBRE QUE BORDAMOS. ES UNA MUESTRA DE RESPETO A MUJERES QUE NO FUERON RESPETADAS.

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