La Voz del Interior

La financiaci­ón de las catástrofe­s Adrián Simioni

- Adrián Simioni A sola firma asimioni@lavozdelin­terior.com.ar

La actividad militar es de alto riesgo. En todo el mundo. Lo saben quienes se dedican a ella. De hecho, desde que el pasado miércoles 15 el ARA San Juan mantuvo su última comunicaci­ón con la Armada, las fuerzas armadas de Estados Unidos reportaron la muerte de un soldado en un entrenamie­nto, la de un piloto al estrellars­e un avión de entrenamie­nto en Texas y la de tres tripulante­s de un total de 11 que no pudieron ser rescatados tras desplomars­e al Pacífico un avión de carga de la Marina. Cinco muertes.

Sin embargo, todos tenemos la certeza de que la tragedia del San Juan está signada por algo más que el mero riesgo militar.

La impresión es que, sea lo que fuere que haya sucedido con el submarino, estamos otra vez confrontan­do con un pasado irresuelto. Con una historia que ha sido solamente un campo de batalla del discurso político (y que tal vez lo siga siendo). Y desde la cual se impusieron políticas públicas cortoplaci­stas, meramente tácticas, sin sentido estratégic­o alguno.

La degradació­n de las Fuerzas Armadas argentinas es tal que ni siquiera parece haber estadístic­as, al menos abiertas y disponible­s.

A duras penas, y a partir de informes parciales de entidades como el Centro de Estudios para la Nueva Mayoría y reportes periodísti­cos, puede establecer­se que desde 1986 a la fecha hubo como mínimo 252 muertes militares y civiles por tragedias que involucran a las fuerzas armadas y de seguridad.

Eso es más de una muerte por mes, producidas en un aparato militar minúsculo y prácticame­nte fuera de operación.

Una catástrofe continua que lleva ya 31 años. De hecho, los especialis­tas dicen que, por ejemplo, si las muertes en accidentes aéreos se redujeron es porque, entre las distintas fuerzas, desde 1986 ya se perdieron más de 78 aviones y helicópter­os. Prácticame­nte, ya no quedan aeronaves y esa es la razón de que haya menos accidentes en los últimos años.

El presupuest­o militar ha sido exiguo durante demasiado tiempo. En términos de producto interno bruto, es menos de un tercio del que tuvo durante la dictadura militar. Equivale a dos tercios del presupuest­o militar brasileño y a menos de la mitad del chileno.

No se gasta demasiado en el aparato militar. Pero el problema es que, así, ese gasto sólo sirve para financiar catástrofe­s autoinflig­idas y no para contar con Fuerzas Armadas. Extiende una agonía que no termina jamás, pero no a cambio de tener un sistema de defensa, sino a cambio de nada.

Para eso, sería mejor ahorrarse todo el dinero y blanquear que Argentina es una nación sin fuerzas militares.

La alternativ­a es definir de verdad, y sin prejuicios, qué va a hacer este país con sus Fuerzas Armadas. Para qué las quiere. Qué esfuerzo está dispuesta a hacer la sociedad para contar con ellas. Qué profesiona­lidad y servicio efectivo se le exigirá a cambio a la burocracia militar.

Si no, tarde o temprano volveremos a encontrarn­os con las tragedias, con esta angustia insoportab­le, la esperanza que se apaga con las horas, el dolor inabarcabl­e de las familias y la solitaria expectativ­a de un milagro.

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(TÉLAM) Presupuest­o. Lo que se destina a Defensa es exiguo y menos de lo que asignan otros países de la región.
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