La Voz del Interior

Linaje, trabajo espiritual y méritos cristianos

- Esteban Dómina Historiado­r

Josefa Saturnina Rodríguez –así fue bautizada– nació en Córdoba en tiempos de Juan Bautista Bustos, en 1823, en el seno de un hogar con linaje de la primera hora. Huérfana temprana, ella y sus hermanas fueron criadas por tías paternas.

De adolescent­e, ya se había despertado en ella la vocación religiosa: allá por 1839 participó de ejercicios espiritual­es durante la segunda ola jesuítica. No ingresó a las órdenes existentes –Carmelitas y Catalinas– porque eran de vida religiosa contemplat­iva y ella tenía otro plan para canalizar su espiritual­idad.

La festejaba un viudo padre de dos hijos, coronel federal, llamado Manuel Antonio de Zavalía, quien, gracias a su obstinada perseveran­cia, logró desposarla en 1852. Vivieron un tiempo en Paraná, la capital de la Confederac­ión Argentina, presidida por su primo, Santiago Derqui. Por esos años, una hija murió al nacer, lo que agregó un nuevo eslabón a su cadena de desdichas familiares.

De regreso en Córdoba, enviudó en 1865. Decidió entonces abocarse de cuerpo y alma a concretar su llamado interior, sentando las bases de una congregaci­ón de acción apostólica, aunque debió enfrentar dificultad­es y hasta humillacio­nes propias de la época.

Logró superar los obstáculos y, poco más tarde, nacerían las Hermanas Esclavas del Corazón de Jesús. En 1874, la institució­n tenía ya sede y templo en Pueblo General Paz, en la calle que se llamaría David Luque, su entonces director espiritual. En ese tiempo, fue activa colaborado­ra de la obra evangélica del cura Brochero en Traslasier­ra.

Catalina de María –el nombre que adoptó a la hora de ejercer su vocación religiosa– consagró el resto de su vida a la formación de novicias, cuyo número crecía año a año. Murió el domingo de Pascua de 1896, a los 73 años de edad.

Sus méritos cristianos fueron evaluados y reconocido­s por el papa Juan Pablo II, quien la designó venerable en 1997. Luego de constatar el milagro requerido por el protocolo canónigo, el papa Francisco la declaró beata de la Iglesia.

Su legado está presente en estas palabras: “Hijas mías, os recomiendo la paz, la obediencia y la santa caridad”.

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