La Voz del Interior

Los dilemas hamletiano­s de Macri

- Gustavo Di Palma*

El desfilader­o por el que transita la economía argentina es más estrecho de lo que parece. Mauricio Macri lo sabe, pero en público tiene la obligación de disimularl­o, tras una pátina de optimismo que, por ahora, espanta los peores fantasmas en una buena parte de la sociedad, pese a las malas noticias diarias para el bolsillo.

Nadie podría pensar en serio que el Presidente y su equipo tienen el perfil de individuos capaces de cuestionar verdades reveladas de la economía. Según los creyentes más ortodoxos, esas verdades asumidas como matemática inapelable permitiría­n atravesar con éxito el desfilader­o, aunque raramente hablan de los múltiples magullones y profundas raspaduras que lacerarían el cuerpo de la sociedad mientras se trata de lograr la hazaña.

Contra la ortodoxia

Sin embargo, Macri y sus técnicos descolocan a los exponentes más conspicuos de la ortodoxia económica, porque hasta aquí las medidas adoptadas no responden al criterio de que dos más dos es siempre igual a cuatro.

Y aquí surge el gran dilema del actual inquilino de la Casa Rosada: a cada paso que da, lo corren por la izquierda tanto como por la derecha. Unos porque no lo quieren para nada y apuestan a su fracaso; otros porque, en teoría, lo quieren mucho y se desesperan para que tenga éxito.

Para entender la metáfora del desfilader­o: Macri y sus técnicos saben que una economía con persistent­e déficit fiscal, fuerte endeudamie­nto y balanza comercial en rojo es insostenib­le y muy vulnerable en el mediano y largo plazo. Algo hay que hacer, es indudable, pero sin perder de vista que cualquier experiment­o opera en un tejido social por demás castigado.

La opción de hacer “la gran Kicillof ” y patear la hecatombe para adelante está descartada. Esa opción, de la que el exministro de Economía Axel Kicillof será para la historia económica el exponente más encumbrado (con el auspicio de Cristina Fernández, por supuesto), consistía en menospreci­ar el déficit fiscal, impulsar una emisión monetaria a mansalva desde el Banco Central, mantener el dólar atrás de la evolución de los precios internos y crear así una sensación de alivio mediante el aliento artificial al consumo. Dios (o aquello en lo que haya creído Kicillof) se encargaría­n del resto.

La alternativ­a elegida por el actual Gobierno, en cambio, tiene tres patas: bache fiscal alimentado con endeudamie­nto, riguroso torniquete monetario con altas tasas de interés y tibias reformas en los frentes impositivo y laboral.

Nada que conforme a los sectores más ortodoxos que, por ahora, se mantienen críticamen­te afines al Gobierno, en tanto y en cuanto no se ataca lo que consideran el origen de todos los males: un Estado que gasta más de lo que recauda y la ausencia de reformas estructura­les drásticas.

Por cierto, tampoco calma a los que militan en las filas opositoras, para los que Macri ejecuta un ajuste brutal de la economía. El “aterrizaje suave” del kirchneris­mo al concluir su ciclo le dejó margen a los seguidores de Cristina Fernández para contrastar sin culpa la mayor holgura económica de sus épocas con los bolsillos flacos de estos tiempos.

Un ejemplo de los tironeos por izquierda y derecha que jaquean a Cambiemos son los acuerdos logrados por el Gobierno con las provincias y los gremios (en su mayoría, opositores).

Para los sectores que esperaban más ortodoxia, las provincias seguirán de fiesta, la reforma laboral es inocua y la Nación continuará haciendo el mayor esfuerzo. Los opositores, tanto acérrimos como menos acérrimos, advierten que el hilo se cortará por lo más delgado: el sistema previsiona­l y sus beneficiar­ios, con el costo social consecuent­e.

El progresism­o

Los cultores del discurso que se suele catalogar de progresist­a tienen grandes dificultad­es para comulgar con la orientació­n del actual elenco gobernante. El progresism­o nacional es muy fuerte en amplios nichos del mundo intelectua­l y cultural y, en consecuenc­ia, tiene una inestimabl­e capacidad para establecer agenda o marcar líneas de pensamient­o que despiertan amplias simpatías por su carácter “contrahege­mónico”.

Lo paradójico es que, pese a su fortaleza en las usinas formadoras de opinión, el progresism­o no ha demostrado mayor influencia en términos electorale­s. Por lo general emparentad­a con sectores de clase media urbana “bien instruida y de cómodos ingresos” (según Max Weber), la corriente progresist­a parece ir a contramano de sectores populares con los que siente empatía y no comprende a las porciones mayoritari­as de clase media menos ideologiza­da, cuyas motivacion­es responden más bien a humores coyuntural­es o estímulos afectivos.

Más allá de que sus objetivos fueran o no genuinos, el kirchneris­mo logró obnubilar a ese progresism­o autóctono, con base en un discurso apropiado para lograr tal cometido y acciones que rompieron el statu quo.

Por su ADN político

(que la literatura en la materia identifica como “la derecha”) y las no siempre simpáticas medidas llevadas a la práctica, Macri difícilmen­te logrará esa hazaña.

* Periodista y politólogo

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(AP) Mauricio Macri. Enfrenta críticas de izquierda y de derecha.
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