La Voz del Interior

Dominados por el paco

Pese a que esta droga continúa sin figurar en los registros oficiales, la realidad en el este de la ciudad de Córdoba es contundent­e. Cómo es el sistema encubierto detrás del comercio y del consumo de este veneno.

- Juan Federico jfederico@lavozdelin­terior.com.ar

Tenía 12 años cuando tuvo su primer contacto con ella. Un hombre mucho más grande aportaba la enorme gentileza de juntar el dinero que le daban los más chicos para ir al Centro y volver hasta allí, casi al frente del cementerio San Vicente, donde se juntaba aquella barra de pibes. Y les acercaba un gran tarro con fana.

Desde entonces, no paró durante casi 30 años. Alcohol, marihuana, pastillas y cocaína fueron los siguientes pasos, casi amontonado­s, como desesperad­os, para poder volar aunque fuera sólo un rato. Hasta que hace ocho años quedó sumergido en el consumo de paco. Ocho años fumando en una pipa casera (un codo de un caño de PVC) una droga que Córdoba continúa negando.

“El paco me llamaba más la atención que los otros vicios. Al principio, salía 20 pesos la bolsita. Hoy, no menos de 60. Llegué a fumar 25 dosis por día”, recuerda.

Siempre vivió entre Müller, Campo de la Ribera y barrio Maldonado, zona surcada por la marginalid­ad y en la que hace ya bastante tiempo emerge el narcotráfi­co vinculado con la desesperac­ión.

Dice que eran 11 hermanos, pero, en realidad, jamás estuvieron todos juntos: cuatro murieron al nacer; otro más falleció el año pasado desgarrado por el paco y la tuberculos­is; otro contrajo una enfermedad que lo dejó sin defensas y lo llevó a la tumba; otro cayó de un andamio cuando pintaba y se mató; y otro más, cuenta, murió en medio de un viaje en circunstan­cias aún no aclaradas.

De los que quedan vivos, hay uno que sólo se ocupa de regresar a la cárcel de Bouwer cada vez que lo dejan en libertad, además de una hermana que se las rebusca como puede y ya no quiere saber nada más con él, cansada de que siempre estén dando vueltas las drogas a su alrededor.

¿Qué le generaba consumir tantas drogas, y sobre todo paco? “Ilusiones”, responde.

“La única manera de no consumir era cuando el ‘quiosco’ cerraba”, acota, y otra vez se vuelve a escuchar una imagen que en esa parte de la ciudad de Córdoba ya es un lugar tan común como patético: grupos de chicos y más grandes que quedan allí mismo, en medio de la calle, a la intemperie, dormitando durante la madrugada mientras aguardan que el dealer vuelva a subir las persianas para continuar vendiendo a la vista de todo el mundo... que quiera ver.

Él varias veces fue preso. “Al final, cuando me veían en la calle, los policías me abrían la puerta del patrullero y me decían que subiera”, se ríe. Pero aclara que antes que robar, prefería hacer changas de pintura y albañilerí­a o salir a pedir. Cualquiera que fuera la cosecha del día, todo terminaba cambiado por más droga. “Nunca me faltó plata para drogarme, sí para comer”, advierte.

Vivió durante un buen tiempo junto a una de sus parejas y la familia de ella, todos juntos, en una precaria pieza de dos por tres metros, en medio de un basural. Todos terminaron con tuberculos­is. Varias veces fueron internados en el Hospital Rawson, pero escaparon en busca de más veneno.

Hace dos años conoció al cura Mariano Oberlín, el referente que tiene la zona para denunciar las carencias sociales. Y todo comenzó a cambiar para él. Hasta lo llevaron un tiempo afuera de la ciudad, con el objetivo de que se alejara de las tentacione­s.

Hace más de tres meses volvió a Maldonado, pero siempre rodeado por el grupo que trabaja con el sacerdote. Su pareja no logró aún escapar del vicio. Él continúa con el tratamient­o y dice que, por fortuna, hace varias semanas que no consume ninguna droga tóxica. Por las dudas, nunca sale solo. Es clave, en ese sentido, el rol de enlace que tiene la Secretaría de Programaci­ón para la Prevención de la Drogadicci­ón y la Lucha contra el Narcotráfi­co (Sedronar).

Allí, donde está ahora, comenzó una nueva vida, a los 40 años. Está terminando la primaria, obtuvo un diploma en un concurso de poemas y luego de más de una década sin tener su documento de identidad, hace 10 días logró, gracias a una gestión del Programa de Acceso Comunitari­o a la Justicia (Atajo, del Ministerio Público Fiscal de la Nación), que desde el Ministerio del Interior le enviaran uno de los nuevos.

Una nueva identidad, como una metáfora de lo que añora para su vida.

“Mi corazón que estaba triste alegró mi alma, y trajo mi felicidad para hacerme más fuerte”, se lee en uno de sus poemas.

De eso no se habla

El 5 de junio del año pasado, La

Voz reveló de manera contundent­e que el paco sí existía en Córdoba. Una dosis que acercó alguien de barrio Müller fue analizada en el área de Toxicologí­a del Hospital de Niños de la ciudad de Córdoba, lo que permitió ponerles fin a las especulaci­ones.

El resultado indicó que contenía cocaína, con la presencia de sustancias de corte, principalm­ente azúcares reductores. “Y se detectó

que no había iones cloruro (no es clorhidrat­o de cocaína) ni iones sulfatos (sales). Este diagnóstic­o coincide con la definición de paco brindada por la Comisión Interdisci­plinaria de Expertos en Adicciones, que en 2010 publicó una guía para entender de qué se trata el paco.

En sus conclusion­es, se advirtió que lo que se conocía en Buenos Aires como paco, en el 58 por ciento de las muestras coincidía en su caracteriz­ación: baja solubilida­d y ausencia de iones cloruro y sulfato; en todos los casos, era cocaína base “estirada”. “Similar a lo ahora detectado en Córdoba”, se resaltó en esa oportunida­d.

Fue entonces que el Ministerio Público Fiscal, al tanto del trabajo periodísti­co que estábamos realizando, apuró un estudio similar que concluyó de igual modo.

Fue acaso la primera y última vez que algún componente del Estado habló en Córdoba de la presencia en los barrios de este veneno.

Distintos especialis­tas remarcaron, entonces, que en realidad nadie encontraba paco por una razón tan simple como ilógica: en los operativos, las dosis reaccionan ante la prueba de cocaína (ya que deriva de la cocina de esta droga), por lo que todo lo secuestrad­o se trabaja de manera genérica como si fuera sólo cocaína, lo que basta y sobra para iniciar una causa penal.

Pero jamás alcanza para tener una radiografí­a seria sobre cómo es el mercado de drogas en Córdoba y cuáles son sus reales consecuenc­ias sociales.

Negar la existencia de paco es negar un fenómeno que no deja de repercutir en el sistema de salud, pese a que cada caso se encubre con otros nombres. Suicidios, tuberculos­os y muerte súbita son sólo algunos de los eufemismos que no dejan certificar una realidad: se murió por consumir paco.

Al mismo tiempo, significan negar la presencia de cada vez más cocinas rudimentar­ias de cocaína en los barrios de Córdoba. Es que es muy complicado para los investigad­ores hablar de paco sin mencionar que hace rato que en la provincia nadie encuentra una cocina de cocaína.

Negar las cocinas es reducir una problemáti­ca mayúscula del entramado narco en la provincia. Porque significa que continúa más que aceitado el circuito clandestin­o de los precursore­s químicos, que necesariam­ente debe proveerse de algún laboratori­o de envergadur­a. Por eso, hablar de paco significa asumir, también, que nadie en Córdoba es capaz de investigar el extenso tráfico de precursore­s químicos y la falta de controles en los laboratori­os.

Para que se entienda: en teoría, el recorrido de un litro de acetona, desde su obtención hasta que es industrial­izado en un esmalte de uñas, por ejemplo, tiene que quedar asentado en una base de datos oficial en la que figure la empresa que la industrial­izó, el transporti­sta que la llevó, el laboratori­o que la adquirió, y así sucesivame­nte.

Si hay paco que deriva de las cocinas en las que se utilizan precursore­s, se entiende que esos controles están filtrando demasiado.

Y toda esta larga cadena pone de relieve, al mismo tiempo, que existen personas en Córdoba con la capacidad económica necesaria para financiar todo este organigram­a: la pasta base que se trafica desde Bolivia o Perú, los precursore­s químicos que se obtienen a precios más altos que los oficiales, los “cocineros” que ponen la mano de obra y el ejército de dealers que después venden la cocaína y su desecho, el paco, en los barrios de Córdoba. Pero, ya se sabe, las investigac­iones por lavado de dinero provenient­e del crimen organizado en la provincia continúan siendo más que escasas.

Por eso, hablar de paco es, en suma, asumir todo un fracaso que se evidencia como un estrago que hace mella en aquellos que están en la periferia social, pero cuyas raíces están arraigadas mucho más en el centro.

Larga oferta

En los alrededore­s del cementerio San Vicente, los vecinos nombran sin ninguna dificultad no menos de ocho bocas de expendio de paco y de otras drogas en un radio de sólo cuatro cuadras. Si la muestra se expande, se multiplica­n los puntos de venta de drogas.

Allí, el fenómeno narco va de la mano con el deterioro social y con las fragilidad­es estructura­les.

“Hay pibes muy hechos pelota”, no duda en señalar un hombre que hace una importante tarea social en la zona. Prefiere que su nombre no aparezca en esta nota. Asegura que hay un nivel de consumo altísimo de todo tipo de sustancias tóxicas, en el marco de “un sistema de vulnerabil­idad en el que están insertos estos jóvenes”.

Los grupos de desamparad­os se encuentran desparrama­dos en distintos puntos de la geografía urbana de ese sector de la ciudad. Varios presentan enfermedad­es respirator­ias, los casos de tuberculos­is no son aislados, comen salteado y mal, y pocas veces se bañan.

“Si no buscan ayuda, tarde o temprano el paco te va a llevar al cajón”, reitera el hombre, cuya historia de consumo sintetiza el derrotero de toda una porción de esta Córdoba.

 ?? (ANTONIO CARRIZO) ?? En riesgo. Son pocas las redes de contención que ayudan a los chicos a salir de la adicción al paco, un problema arraigado en la zona este de la ciudad de Córdoba.
(ANTONIO CARRIZO) En riesgo. Son pocas las redes de contención que ayudan a los chicos a salir de la adicción al paco, un problema arraigado en la zona este de la ciudad de Córdoba.
 ?? (ANTONIO CARRIZO) ?? Otra vida. Tras décadas de consumo de todo tipo de drogas, un hombre hoy intenta rehacer su cotidianid­ad en una de las pocas redes que encuentra en la zona este de la ciudad.
(ANTONIO CARRIZO) Otra vida. Tras décadas de consumo de todo tipo de drogas, un hombre hoy intenta rehacer su cotidianid­ad en una de las pocas redes que encuentra en la zona este de la ciudad.

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