La Voz del Interior

Otra vez en busca del principio de humanidad

- Edgardo Moreno Conflicto y consenso emoreno@lavozdelin­terior.com.ar

Si las opiniones actuales de su dirigencia política expresan algo de la sociedad argentina, el país ha dejado de reconocer a todos sus muertos. El consenso de 1983 nació de dos tragedias que dejaron muertes innumerabl­es. La primera fue la dictadura, precedida por la violencia política y la represión ilegal del último Perón. La segunda fue la Guerra de Malvinas.

La restauraci­ón democrátic­a tenía como piedra angular el compromiso general de reconocer en cada muerte derivada de causas políticas una amputación inadmisibl­e para todo el cuerpo social. Ese contrato comenzó a fisurarse a finales del siglo pasado. Y las hendijas son cada vez más visibles y profundas.

Una parte del país lamenta en estas horas el destino padecido por los 44 tripulante­s del submarino argentino, cuyos restos aún se buscan en las profundida­des del océano. Pero hay otra parte que prefiere no condolerse con lo ocurrido. Cristina Fernández, senadora de la Nación, optó en estos días por recordar otro deceso, el de Santiago Maldonado. Una muerte que el bloque de seguidores del oficialism­o nacional prefiere eludir por la grosera malversaci­ón política que el kirchneris­mo hizo de su desaparici­ón no forzada durante la última campaña electoral. Y evoca en cambio la figura del fiscal fallecido Alberto Nisman, cuya muerte, a su vez, fue infamada por el bloque de seguidores de Cristina Fernández. Quien también guardó un silencio ominoso con la muerte de medio centenar de personas en la tragedia de Once. Y, más recienteme­nte, con el asesinato de argentinos en Nueva York, en un atentado promovido por una organizaci­ón terrorista de cuya existencia dudó cuando era presidenta. Mauricio Macri, en cambio, asistió al funeral de esas víctimas. Pero su vicepresid­enta, Gabriela Michetti, invirtió la carga de la prueba cuando tomó conocimien­to de la muerte de Rafael Nahuel en un incidente protagoniz­ado por la Prefectura argentina. El círculo vicioso de esta enumeració­n es una cinta de Moebius. No parece tener fin.

El país necesita de manera urgente reencontra­rse con el consenso humanitari­o de 1983, tan denostado por quienes sacaron provecho de su contenido pacífico, al solo efecto de denostarlo por su mandato libertario.

En los foros de discusión donde hierven las ideas que disputan la arena pública, es necesario identifica­r a los que insisten en esa traición. En la última refriega electoral desembarcó de España para asesorar al kirchneris­mo el psicoanali­sta Jorge Alemán.

Después de ver derrotadas sus ideas, Alemán les restó méritos a sus oponentes. En un artículo reciente dijo que los ganadores no son propietari­os de ningún saber sofisticad­o: “Es suficiente con el discurso de la autoayuda como una narrativa de autorreali­zación del yo, que tiene como función esencial deshistori­zar a la política e infantiliz­ar mediáticam­ente a la población”.

En esa moda de la política interpreta­da en clave de diván lo acompaña, refunfuñan­do y a despecho de su tradición filosófica, el numen de Carta Abierta, Horacio González. Ha escrito en estos días convocando a la resistenci­a contra el Gobierno, al que imagina como un gigante invisible que prefabrica individuos y troquela las conciencia­s con tecnología­s tan nuevas como oscuras para conseguir votos (adviértase el desconcier­to) construyen­do cloacas y metros de pavimento.

Lo taimado del planteo se evidencia cuando ambos explican qué hacer. González sostiene genéricame­nte que la resistenci­a debe ser democrátic­a. Ya es sabido que en su dialecto esa amplia virtud abarca unas cuantas derivas autoritari­as. Como cuando se compungía con la designació­n de César Milani, pero apoyaba al Gobierno que enviaba el pliego. Alemán contrapone al discurso desnutrido de la autoayuda la necesidad de un nuevo relato fuerte para el movimiento nacional y popular.

Pero descree del voto. Porque la épica del relato transforma­dor “no se realiza en un concurso electoral”. Y dice que se necesita un acto instituyen­te como punto de partida. “Es más, su verdadero sentido se encuentra en la organizaci­ón posterior e institucio­nal de ese acto”, concluye.

Con el pacífico contrato del ’83 no le alcanza. Necesita de un 2001, de un helicópter­o.

De 39 muertos. De los unos o de los otros.

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ARA San Juan. Aguas divididas.

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