La Voz del Interior

“Los obstáculos más difíciles de sortear son los prejuicios”

- Héctor Brondo hbrondo@lavozdelin­terior.com.ar

Juan Pablo Vega no venció a la ceguera. La acepta como sello de su destino y avanza en la vida por el camino que le señalan sus sueños, como lazarillos.

Convive con la carencia total del sentido de la vista desde su nacimiento en Tartagal, hace 32 años. La causa de su invidencia es genética; uno de sus dos hermanos también presenta esa cualidad.

La ceguera no le impidió estudiar ni le imposibili­ta trabajar. Tampoco, desarrolla­r proyectos ni buscar el crecimient­o personal.

Sin embargo, reconoce que “los prejuicios y los estereotip­os, sobre todo los negativos, son los obstáculos más difíciles de sortear a la hora de la integració­n social, no sólo para las personas con discapacid­ad, sino también para todos”.

“Habría que erradicar los diminutivo­s como ‘cieguitos’, eufemismos tales como ‘personas con capacidade­s especiales’ o expresione­s invalidant­es del tipo ‘no podés hacer esto’”, propone.

“Juampi” –tal su apodo– admite que “sin el gigantesco esfuerzo” de Beatriz Mazzocato, su mamá, y de Ricardo Vega, su papá, difícilmen­te hubiera alcanzado la mayoría de sus triunfos. “A ellos los sorprendió esta situación muy jóvenes”, comenta.

Esfuerzo gigantesco

“Mi mamá era maestra jardinera y mi papá, ingeniero”, agrega, y completa la idea: “Allá en Tartagal, en aquella época, no había informació­n sobre cómo podían acompañarn­os; además, estábamos muy atrás en el paradigma de la ceguera, teniendo en cuenta la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacid­ad”, contextual­iza. Para salvar esas dificultad­es, sus padres viajaban a la capital salteña y a Buenos Aires en busca de asesoramie­nto.

“Mi mamá llegó a capacitar a las maestras de la escuela Coronel Vicente Uriburo para que nos apuntalara­n en el proceso de enseñanza-aprendizaj­e; ella coordinaba las tareas”, valora. En ese establecim­iento educativo de Tartagal cursó la primaria.

También en esa localidad salte- ña inició el secundario en el Instituto de Educación Media (dependient­e de la Universida­d Nacional de Salta), nivel que completó en el colegio Nuestra Señora del Huerto, de Córdoba, ciudad a la que se mudó su familia en 2003.

Aquí Juan Pablo mejoró su manejo del braille, el sistema de lectura y escritura táctil pensado para personas ciegas. Además, desarrolló destrezas para el manejo del bastón blanco y la computador­a, entre otros recursos, que le ayudaron en su formación.

Vega es licenciado en Psicología por la UNC y profesor de Informátic­a. En la actualidad, atiende pacientes en su consultori­o y dicta clases de manera particular a personas ciegas o con baja visión para facilitarl­es el manejo de herramient­as básicas de computació­n.

“Tengo alumnos en Córdoba y en La Cumbre; les enseño el manejo del paquete Office, el correo electrónic­o, el teclado y el mouse”, dice. También tiene a su cargo la columna sobre nuevas tecnología­s del portal de la Fundación Por Igual Más.

“Juampi” dice que en Córdoba descubrió, además, su vocación musical. Toca la guitarra y el charango en el conjunto folklórico Brisas del Norte. “Estamos ensayando porque el 8 de diciembre actuamos en el Festival de Valle Viejo (Catamarca) y el 6 de enero, en Jesús María”, celebra.

Mientras espera a un paciente, repasa las actividade­s previstas para el curso de informátic­a. Ya afinó “la viola” y el “quirquinch­o”.

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(RAMIRO PEREYRA) Psicólogo, docente y músico. Juan Pablo es ciego. Pide eliminar el diminutivo “cieguito”.

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