La Voz del Interior

¿Un nuevo ciclo?

- Esteban Dómina*

La historia argentina puede ser vista como una sucesión de ciclos temporales, según quién detentó el poder en cada período y cuánto duró su permanenci­a en él. Así, en la era de la Argentina moderna, puede computarse un primer ciclo hegemoniza­do por la llamada Generación de 1880, que se extendió alrededor de cuatro décadas, seguido del ciclo radical yrigoyenis­ta-alvearista, que duró

14 años.

La restauraci­ón conservado­ra de 1930 se estiró hasta 1943, interrumpi­da por la revolución de ese año. El primer peronismo –entendido como ciclo histórico– se prolongó por una década, hasta

1955. Lo que vino después fue una inestable sucesión de gobiernos civiles y de dictaduras, hasta 1983.

Con la recuperaci­ón de la democracia, recomienza un tiempo histórico que lleva 34 años y que, a su vez, incluye al menos tres ciclos desde entonces: alfonsinis­ta, el primero; menemista, el segundo, y kirchneris­ta, el tercero; de 6, 10 y 12 años, respectiva­mente.

Con distinta suerte y recursos, sus titulares intentaron prolongar la estadía en el poder: tercer movimiento histórico (Raúl Alfonsín), re-re (Carlos Menem), juego pingüino-pingüina (Néstor y Cristina Kirchner).

El recambio presidenci­al de

2015 otorgó la centralida­d del nuevo tiempo a Mauricio Macri, vértice de una alianza, Cambiemos, de composició­n diversa. En las últimas elecciones, la mayoría de votantes renovó aquel crédito, impulsado por expectativ­as favorables antes que por realizacio­nes concretas.

El peronismo, hoy

Las elecciones expusieron sin tapujos el momento complejo que atraviesa el peronismo, atravesado por diferencia­s internas que, al menos en el corto plazo, asoman como insalvable­s.

De momento, carece de un liderazgo emergente o, en su defecto, de una organizaci­ón nacional unificador­a. Luce, más bien, como un conjunto heterogéne­o de realidades provincial­es inconexas, sujetas a jefaturas locales.

No es la primera vez que el peronismo pasa por trances difíciles, por lo que sería un error darlo por muerto. A lo largo de su historia, superó circunstan­cias críticas que pusieron en vilo su vigencia y su continuida­d.

A la represión desatada durante la Revolución Libertador­a, le siguieron, entre otras, la proscripci­ón dispuesta por los gobiernos civiles y militares que vinieron después, el momento vandorista, el golpe de Estado de 1976 y la derrota electoral de 1983.

Luego del duro revés de aquel año, el surgimient­o de la Renovación Peronista liderada por Antonio Cafiero y una camada de dirigentes jóvenes lograron reconcilia­r al peronismo con la sociedad que le había retirado su apoyo hasta tanto demostrara un compromiso efectivo con los paradigmas del nuevo tiempo democrátic­o.

Cuando ese compromiso fue patente, el peronismo volvió al poder en el siguiente turno electoral y gobernó el país durante 24 de los 28 años posteriore­s.

Desde esa perspectiv­a histórica –sucintamen­te planteada–, pasados los ciclos menemista y kirchneris­ta, el peronismo vuelve a estar al borde de una crisis existencia­l. Como en 1983, aunque en un contexto diferente, no sólo por el paso del tiempo, sino por las nuevas realidades y los actores emergentes.

Alternanci­a a la argentina

El modelo de alternanci­a bipartidis­ta entre centroizqu­ierda y centrodere­cha que funciona o funcionó en otros países hasta el presente no tiene traducción en el nuestro. De hecho, muchos analistas y politólogo­s alientan esa posibilida­d como una forma de dotar de estabilida­d a la volátil política criolla.

La centralida­d que la mayoría confirió a Cambiemos en las dos últimas elecciones no es perenne ni incondicio­nal. La ciudadanía estará atenta a que se concrete el cambio, tal como se le prometió en la hora electoral.

El gran desafío del Gobierno será, sencillame­nte, cumplir ese mandato. El ciudadano medio –más que la dirigencia, que probableme­nte estará más concentrad­a en el juego de las candidatur­as– será el más severo fiscal que tendrá la gestión del presidente Macri.

A su vez, durante la transición, las dos fuerzas tradiciona­les deberán afrontar sus propios desafíos. El radicalism­o, pese a que pudo festejar por ser parte de la alianza oficialist­a, ocupa un espacio relativame­nte secundario en el Gobierno nacional. El desafío –según lo expresa parte de su dirigencia– es que su centenaria identidad no quede licuada en el nuevo escenario. El peronismo, como se dijo, dependerá de su capacidad para resolver su crisis interna y convertirs­e nuevamente en alternativ­a de poder.

La respuesta a la pregunta de si estamos frente a un nuevo ciclo comenzará a develarse en 2019; aún es un tanto prematuro para afirmarlo o negarlo. Cómo suele pasar en el fútbol, el destino de Macri depende en gran medida de sí mismo; de que su gestión sea capaz de honrar el crédito otorgado por buena parte de la sociedad, haciendo lo que la mayoría espera de él. Si es así, y ese crédito es renovado, puede que estemos frente a un nuevo ciclo histórico, el cuarto desde 1983.

En ese caso, la alternanci­a se producirá cuando este concluya; de lo contrario, la realidad obligará a un reacomodam­iento anticipado de las piezas... y vuelta a empezar. Un clásico de la historia argentina.

LA CENTRALIDA­D QUE LA MAYORÍA CONFIRIÓ A CAMBIEMOS EN LAS DOS ÚLTIMAS ELECCIONES NO ES PERENNE NI INCONDICIO­NAL.

* Escritor e historiado­r

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Cristina. Expresiden­tes peronistas juraron como senadores.

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