La Voz del Interior

La perpetua necesidad de justicia

- Alejandro Mareco Albures argentinos

Un avión que atraviesa la frondosida­d de las sombras y desde lo alto de la noche arroja seres humanos vivos, pero indefensos por tanto barbitúric­o, a una espesa e infinita tumba de agua, podría ser quizá una febril escena de un imaginario terrorífic­o.

Un enorme predio en medio de la atestada e insomne urbanidad de una de las capitales más grandes del planeta convertido en una catacumba de tortura y abolición de la noción mínima de la condición humana, capaz de devorarse sin devolver a la luz ni la vida ni los huesos de más de cinco mil personas, acaso no podría caber sino en algún fantástico reino del espanto.

Pero sucedieron aquí, en este país, y son parte no sólo de nuestras más escalofria­ntes pesadillas, sino también de las que retuercen la memoria y el sueño de toda la humanidad.

El miércoles, luego de cinco años de audiencias en lo que fue el proceso penal más prolongado de la Justicia argentina, un tribunal – Oral Federal N° 5– condenó a prisión perpetua a 29 represores y a otras penas a 19 acusados más que convirtier­on a la Escuela Superior de Mecánica de la Armada (Esma) en un gigante y siniestro centro clandestin­o de detención, un emblema tétrico en el mundo.

Han pasado más de 40 años de aquellos días en los que los el terror asumió la avasallant­e dimensión del Estado, poniendo recursos e institucio­nes de la sociedad toda – por acción, y en algunos casos por omisión– al servicio de una gran confabulac­ión asesina. Hasta la luz del día se hizo parte de esa inmensa tiniebla organizada.

La dictadura tenía todos los resortes del poder a su favor, incluso contaba con la pena de muerte que ella misma reinstaló, pero decidió actuar desde la ilegalidad absoluta.

Este fallo llega como otro gran episodio del camino de verdad y justicia, que tiene que seguir adelante aunque cambien los gobiernos. Es que aquellos crímenes, aquel país del terror, la tortura y la muerte como políticas de Estado, no caducarán jamás, ni en la memoria ni en la necesidad de justicia.

Es eso: no se trata de sed de justicia, sino de necesidad.

A la justicia la necesitan las víctimas, directas o indirectas, a quienes los jueces no les dan la razón en lo que hacían o pensaban, sino en su condición de atropellad­os por la ilegalidad de aquel Estado

A la justicia la necesitan el ayer, el presente y, sobre todo, las generacion­es del porvenir. No habrá impunidad para quienes conviertan al Estado en una perversa maquinaria de eliminació­n de opositores.

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