La Voz del Interior

La hora del ajuste

- Daniel V. González

Fue Bernardo Neustadt quien popularizó, en tiempos de Carlos Menem, la frase “estamos mal pero vamos bien”. Aludía a que se estaban realizando cambios profundos que creaban un malestar circunstan­cial, pero que en un futuro se recogerían los frutos de ese esfuerzo.

En cierto modo, este gobierno –hasta ahora– podría invertir la fórmula: “Estamos bien, pero vamos mal”. Lo bien que estamos es, en realidad, relativo. Podría sintetizar­se en el hecho de haber podido salvar durante dos años la alta probabilid­ad de colapso que este gobierno realmente heredó.

A eso puede sumarse el haber retomado el crecimient­o del producto interno bruto en torno del tres por ciento.

Pero los economista­s más importante­s del país, incluso los que al principio se mostraron favorables al rumbo tomado por el Gobierno, están formulando advertenci­as acerca de la inconvenie­ncia de persistir por esta ruta, pues en ese caso iríamos hacia complicaci­ones severas.

El Gobierno tampoco ignora que el ajuste debe comenzar cuanto antes. Por varios motivos. La fórmula utilizada hasta ahora fue la de saltearse la reducción del gasto público (y, en consecuenc­ia, del déficit fiscal) y financiar la diferencia con endeudamie­nto. Y todavía hay margen para continuar con esta forma de eludir el ajuste. Pero, claro, eso supone que la inflación no caiga conforme a lo esperado y que las tasas de interés locales sigan por las nubes, lo que afecta a las empresas y a los consumidor­es. Además, el tipo de cambio acumula retraso, lo que perjudica a los que intentan exportar.

Quizá el Gobierno necesitaba que sus primeros dos años de gestión fueran calmos, como de hecho lo fueron. Eso le permitió sumar adhesiones, aumentar sus votos en todo el país, hacer gobernable el tramo final de su gestión y abrir las puertas a la reelección. Además, también le hizo posible mostrar cierta eficiencia de gestión a través de la obra pública.

Ya está. Ahora llegó la hora de jugarse y de enfrentar problemas más severos, temas robustos, distorsion­es con raíces históricas. Pero, claro, enfrentar el ajuste en la dimensión que hasta ahora se evitó generará fricciones con el electorado que se sentirá afectado.

El núcleo central estará en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires y el conurbano bonaerense, donde por la energía eléctrica, el gas y el transporte se pagan precios ridículos en relación con el resto del país.

Quizá el Gobierno calcule que la molestia de los ajustes tarifarios no alcanzará a enajenarle el voto popular que necesita para ser reelegido en 2019. Que los fondos concedidos a María Eugenia Vidal alcanzarán para compensar con creces, si fuera necesario, cierto malestar que puedan generar los aumentos de tarifas en el conurbano.

Además, es probable que el Gobierno calcule también que en el justiciali­smo no se vislumbra un líder capaz de concitar adhesiones que lo puedan llevar a recuperar el poder. Reformas estructura­les

El otro núcleo de reformas importante­s apunta a las leyes laborales, llamadas “conquistas sociales”, pero que no son otra cosa que una pesada losa depositada sobre la competitiv­idad de la industria, su capacidad de exportar y sobre la posibilida­d de generar empleo genuino y formal.

Como se ha señalado tantas veces, Argentina tiene leyes sociales de Suiza con productivi­dad de Bolivia. Se trata de un sistema que no es sustentabl­e en las actuales circunstan­cias de la economía nacional.

Las cargas sociales para un salario industrial promedio llegan al 67 por ciento en Argentina, contra 26 por ciento en México, 29 por ciento en Chile y 30 por ciento en Perú y Colombia. Brasil alcanza al 43 por ciento, pero allí los salarios metalúrgic­os promedio en dólares alcanzan a la mitad que en Argentina.

Estos valores, más la rigidez de la legislació­n laboral, inhiben la expansión del empleo. Los sindicalis­tas aspiran a mantener el statu quo de una situación que les asegura abundancia de recursos, de poder y de riqueza personal.

Sin dudas el Gobierno tiene plena conciencia de todo el panorama. Primero, de que estas reformas y los aumentos de tarifas para reducir el déficit son imprescind­ibles si en verdad se quiere cambiar al país. Y segundo, que estos cambios le enajenarán una parte de los votos logrados y crearán tensiones con los gremialist­as, que irán acumulando rencores, para pasar la factura cuando vean la oportunida­d.

En definitiva, si buscáramos un nombre para 2018, no erraríamos demasiado si optamos por llamarlo “el año de los ajustes”.

SI BUSCÁRAMOS UN NOMBRE PARA 2018, NO ERRARÍAMOS DEMASIADO SI OPTAMOS POR LLAMARLO “EL AÑO DE LOS AJUSTES”.

* Analista político

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(TÉLAM) Nicolás Dujovne. Ministro de Economía de la Nación.
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