La Voz del Interior

Síntomas de una enfermedad crónica

- Jorge Londero Nostalgias cordobesas jlondero@lavozdelin­terior.com.ar

Si las mandarinas te hacen acordar a la casa de tu primera infancia; si el olor a ruda te remonta a esas tardes soleadas en la casa de una abuela, o si el sabor de la menta te lleva de paseo por el patio de esa tía solterona que siempre se ofrecía a cuidarte a cambio de sus melosos besos, no descuides esos síntomas.

Si la música del jingle de una publicidad de colchones te ubica de pronto arrodillad­o en el living de tu casa, con un gran vaso de leche chocolatad­a y la mirada clavada en un televisor que justo pasa El show de Pipo Pescador en blanco y negro, mejor no se lo cuentes a nadie.

Si el sabor de una nueva gaseosa cero de limón, además de pedirte a gritos un maridaje con los buñuelos de tu mamá, te trae el eco de la guitarra de una niña que canta un gatito cordobés, conservá esa sensación en secreto.

Si al pasar por el Cinerama se te cruza la delirante idea de que allí, dentro de esa galería setentista, viven Rocky Balboa, Rambo, Indiana Jones y James Bond, mejor buscá una diversión urgente y cercana, como la que te puede ofrecer la Casa de las Cachadas, por ejemplo.

Si en Colón y General Paz te aturde de pronto la hinchada del Mundial ’78 o te asaltan los aromas a librería de La Morena, apuráelpas­omásbienpa­rael lado del Patio Olmos, porque si la confusión te lleva, en cambio, a la vereda del Correo, el viaje puede no tener retorno.

Si cuando te dicen camino al Aeropuerto, en lugar de imaginar la ruta a Pajas Blancas, te pasa por la mente la luz difusa y fría de un inmenso sótano con canchas de bowling, mesas de billar, flippers y humo de cigarrillo, es buen momento para que te detengas a tomar un café o a revisar el celular.

Córdoba tiene muchos sonidos, olores y rincones que te secuestran y te llevan a la infancia. Puede ser muy divertido, pero es francament­e peligroso. Se trata de una enfermedad, y los pocos que se animan a confesar que la padecen sostiene que, al igual que la presbicia, te viene con los años.

Lo cierto es que muy pocos pueden escaparle y, una vez que estás infectado con ella, ya no hay cura, se vuelve crónica.

La recomendac­ión es ignorarla, no dejar que los demás nos vean con los ojos vidriosos o la mirada perdida en ningún lado.

Algunas formas de mitigar sus efectos son entretener­se con los asombros del presente o imaginar las maravillas del futuro, todo lo cual, ya verán, nunca es suficiente.

CÓRDOBA TIENE MUCHOS SONIDOS, OLORES Y RINCONES QUE TE SECUESTRAN Y TE LLEVAN A LA INFANCIA.

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