La Voz del Interior

Democracia es reformismo

- Rogelio Demarchi Especial

A mitad de su mandato, relativame­nte fortalecid­o por las elecciones legislativ­as, Mauricio Macri decidió apostar su liderazgo a un proyecto que parece pequeño e irrelevant­e, fruto de las circunstan­cias: sentar las bases de un consenso político y social que haga viables reformas que, a su vez, fijen un rumbo previsible para la Argentina de los próximos años, gobierne quien gobernare.

En minoría desde donde se lo vea, tanto en el Congreso Nacional como en los gobiernos provincial­es y municipale­s, pero también en el ya famoso “círculo rojo” que aglutina a los sectores de poder, e incluso con ciertas turbulenci­as al interior de Cambiemos, hay quienes entienden que el presidente Macri busca curarse en salud: ante la contundenc­ia de los números, aun en su mejor momento, no tiene otra opción que acordar con parte de la oposición para que se aprueben sus leyes en el Parlamento.

Entonces, transforma ese defecto en virtud y envía a sus ministros a redactar las reformas (fiscal, previsiona­l y laboral, por ahora; ya vendrán la política y otras) con los gobernador­es y los legislador­es del peronismo, más los representa­ntes de los trabajador­es

La perspectiv­a reformista Bautizado como “reformismo permanente”, si se lo mira más en detalle, el proyecto contiene todos los principios filosófico­s del gradualism­o: nadie va “por todo”; nadie plantea, entonces, una reforma total y definitiva, sino que elabora con el otro una reforma posible y parcial, a partir del acuerdo que pueden suscribir hoy.

Si es necesario, las modificaci­ones se pautan en el mediano plazo, en vez de empezar a regir de golpe desde mañana; y siempre se parte de diagnóstic­os realistas, no de meras posiciones ideológica­s.

Implícitam­ente, el proyecto prevé que la siempre posible alternanci­a de gobierno se dará entre las fuerzas dialoguist­as. Si esto se cumpliera, la futura administra­ción seguiría el rumbo acordado con la actual; impondría su propia secuencia y su velocidad, establecer­ía sus prioridade­s, pero no abandonarí­a el sendero. Luego, Argentina dejaría de pendular de un extremo al otro con los cambios presidenci­ales.

Visto así, es un grosero error de apreciació­n creer que se trata de algo menor e irrelevant­e, definido por puro pragmatism­o. Es, para que se entienda, una apuesta a un cambio político y cultural sustantivo, que pone en valor la razón de ser de la democracia misma.

Aunque parezca mentira, nunca hemos entendido que la democracia es esto: convivenci­a, diálogo, consenso, reforma y gradualism­o, entre liderazgos políticos parciales y coyuntural­es que, más allá de sus lógicos intereses sectoriale­s, pueden privilegia­r el bien común y obrar en consecuenc­ia.

Un nuevo sistema

En La invención de la Argentina, Nicolas Shumway describe tres grandes deformacio­nes de nuestra cultura política:

1) Como tendemos a creer que unos tienen toda la razón y los otros están totalmente equivocado­s, pensamos que la única solución es “la eliminació­n de una de las partes para que sobreviva la otra”.

2) En esas condicione­s, “el acuerdo y la inclusión se vuelven sinónimos de renuncia y pecado”, o sea que el consenso, diálogo mediante, es valorado negativame­nte, más como “un abandono de los principios que como un principio de negociació­n”.

3) Por lo tanto, entre nosotros, al revés de lo que pasa en el resto del mundo, la palabra “intransige­ncia” remite a “principism­o, moralidad y una defensa purista de la verdad”.

Esa excéntrica cultura política siempre es terreno fértil para la “teoría del conflicto”. Hay quienes creen que la protesta y la confrontac­ión son la única vía para demostrar que el poder no tiene una efectiva respuesta a las demandas democrátic­as de ciertos sectores supuestame­nte postergado­s. Por eso, ante la protesta, el poder sólo puede reprimir; entonces, si en vez de dialogar se profundiza el antagonism­o, finalmente se consolida un actor político capaz de liderar la radicaliza­ción del conflicto hasta la conquista del poder, que es la única forma de hacer realidad la demanda en su totalidad.

Al menos desde la década de 1970, Ernesto Laclau, el filósofo de cabecera del kirchneris­mo, insistió en ese punto. Por ello, no es casual que ahora el kirchneris­mo quiera discutir el perfil legislativ­o del peronismo para tratar de restarlo de la mesa de diálogo con el oficialism­o, con el argumento de que dialogar y acordar es cogobernar.

El reformismo permanente, entonces, reorganiza­rá al sistema político en dos grandes bloques: los moderados y dialogante­s contra los extremista­s amantes del conflicto.

Estos buscarán tildar de espurio el acuerdo de aquellos (la alusión a la “Banelco” de Pablo Moyano), y algunas ambigüedad­es de los moderados trabarán el tratamient­o efectivo de las reformas anunciadas (el cajoneo senatorial de la reforma laboral hasta febrero).

Por momentos, esta danza y su contradanz­a alterarán el humor social, sin dudas. Pero, en última instancia, si la sociedad es paciente y decide acompañar mayoritari­amente esta propuesta, el cambio de nuestra cultura política será el mayor legado que dejará Macri al final de su período.

MACRI APUESTA SU LIDERAZGO A FAVOR DE UN PROFUNDO CAMBIO DE NUESTRA CULTURA POLÍTICA, EN SINTONÍA CON LA ESENCIA DEL SISTEMA DEMOCRÁTIC­O.

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Otra forma. El reformismo de Macri apunta a reorganiza­r el sistema político en dos grandes bloques: dialogante­s contra amantes del conflicto.
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