La Voz del Interior

Doña Jovita, el entrañable personaje que le cambió el destino

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“Doña Jovita está en esta lucha porque ella es del monte. Cuando escuchás a una abuela de Traslasier­ra hablar del monte, te das cuenta de ese sentimient­o. O cuando ves, por ejemplo, la enorme tristeza que sienten cuando le voltean ese árbol grande del patio, generalmen­te, un algarrobo, bajo el que se hicieron casamiento­s, las reuniones de los domingos...”.

José Luis Serrano (González) nació hace 60 años en Villa Dolores. Hijo de María Esther, originaria del valle, y de José, inmigrante asturiano, es el cuarto de cinco hermanos. A los 12 años se marchó a vivir a la Colonia Laishi, en Formosa, junto a su hermana Pilar. Fue y volvió hasta que terminó el secundario en Villa Dolores, con el título de agrónomo general.

En 1979 se mudó a Córdoba para estudiar composició­n musical en la Escuela de Artes de la UNC. “Me vine sin nada, pero me sentía seguro porque tenía la guitarra. Con ella se podían abrir puertas y eso me dio coraje”, cuenta.

Su destino imaginado era tocar, cantar y componer (“el Negro” Álvarez le sugirió cambiar González por Serrano), pero en el medio se cruzó una viejita. La inocente imitación de una abuela transerran­a comenzó a convertirs­e en algo sustancios­o. Primero se llamó Doña Creolina Sosa, luego Doña Ensarnació­n de Bustos, hasta que junto a Rudy Arrieta coincidier­on en que debía llevar el nombre de una de sus abuelas. Y fue Jovita, la mama de su mamá, también transerran­a de pura cepa. Debutó oficialmen­te el 3 de mayo de 1986.

“Apareció, y ya no la pude dominar: tuvo una repercusió­n explosiva”, dice de su entrañable personaje popular. “Cada reencuentr­o con Doña Jovita está lleno de situacione­s luminosas”, cuenta de su relación con ella.

La abuela ha tomado parte varias veces de inquietude­s colectivas. Por ejemplo, se entreveró con los exgobernad­ores Eduardo Angeloz, por el chagas en Chancaní, y Ramón Bautista Mestre, por el cierre de una escuela rural en La Viña.

Ah, en su debut, hace 31 años, la abuela advertía: “El día que no escuchemos a las pájaros cantar, es que estaremos perdidos”.

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