La Voz del Interior

Cristina y la espada de Damocles

- Horacio Serafini Panorama nacional

La democracia argentina cumple hoy 34 años, desde su restableci­miento en 1983. Llega a este aniversari­o marcada por un hecho sin antecedent­es en la historia nacional, consecuenc­ia de otro que, en los casi dos tercios últimos de este período, siempre estuvo presente y, más de una vez, de manera definitori­a.

Nunca un juez había ordenado la detención de un expresiden­te por el cargo del supuesto delito de “traición a la patria”. Y, menos aún, a partir de una causa en la que el objeto de investigac­ión del Poder Judicial es una decisión política del Poder Ejecutivo, en aparente ejercicio de sus facultades (el Memorándum con Irán), que había sido convalidad­a por el voto mayoritari­o del Poder Legislativ­o.

Tampoco se había sentado jurisprude­ncia semejante respecto del uso de la prisión preventiva, al menos en casos de presuntos delitos de exfunciona­rios gubernamen­tales y dirigentes opositores.

En procura de hacer comprensib­le su postura de que no cabe la judicializ­ación de una decisión política, Alberto Fernández, exjefe de Gabinete de Néstor Kirchner – hoy cercano al exministro Florencio Randazzo e insospecha­do de empatizar con Cristina Fernández–, dijo que la resolución del juez federal Claudio Bonadio es como si Raúl Alfonsín hubiera sido procesado y con prisión preventiva por haber firmado las leyes de obediencia debida y punto final.

Con otros términos y desde otro lugar institucio­nal, dijo lo mismo el juez federal Daniel Rafecas en su descargo ante el Consejo de la Magistratu­ra que busca destituirl­o. La principal acusación en su contra es la de haber desestimad­o la denuncia que había hecho contra la entonces presidenta Cristina Fernández el fiscal Alberto Nisman antes de morir. Denuncia que finalmente pasó a Bonadio.

Rafecas citó ante sus acusadores una sucesión de causas que cerró de inmediato por ausencia de prueba alguna para promover la investigac­ión contra funcionari­os y dirigentes del oficialism­o, incluida la que contra Mauricio Macri impulsaron diputados kirchneris­tas en 2016 por la emisión de Lebac. Rafecas entendió que, en tanto decisión política gubernamen­tal, no era judiciable.

La decisión de Bonadio

Claro que también hay quienes hacen notar que la causa que involucra a la expresiden­ta tiene otros ingredient­es, ya que se trataba de un acuerdo con un aparente Estado agresor y en la que habría pruebas de intereses económicos involucrad­os.

Bonadio buscó en dos definicion­es los fundamento­s para convertir a Cristina Fernández en el primer expresiden­te argentino acusado de “traición a la patria”.

Esos fundamento­s consisten en que no sólo el atentado contra la Amia, objeto de su investigac­ión, sino también el que dos años antes, en 1992, voló la Embajada de Israel, y sobre el que la Corte aún debe una explicació­n, fueron “actos de guerra”. Y, en cuyo encubrimie­nto, a la expresiden­ta y a su gobierno les “prestó colaboraci­ón” el estadounid­ense Ronald Noble, entonces secretario general de Interpol.

La resolución de Bonadio supone un paso más en la aplicación de la llamada “doctrina (Martín) Irurzun”, presidente de la Cámara Federal porteña, que se estrenó con Julio De Vido y siguió con Amado Boudou. Y que esta semana fue convalidad­a por la Corte Suprema de Justicia cuando avaló la detención, aunque fuera domiciliar­ia, de la dirigente social Milagro Sala, que hoy cumple 694 días presa con prisión preventiva.

“Naturaliza­da” por ser norma fáctica en los casos de delitos comunes, la prisión preventiva (o la privación de la libertad durante el proceso judicial) pasó ahora a aplicarse también en casos penales a políticos y funcionari­os, lo que da pie a la denuncia de presunta persecució­n política.

El hombre clave

Puede o no que así lo entienda también Miguel Pichetto. El senador rionegrino votó en su momento el Memorándum con Irán. También sustentó con el caso de Carlos Menem el antecedent­e de que no avalará pedido alguno de desafuero contra la expresiden­ta hasta tanto haya una condena firme.

Así, Pichetto pasó a tener la llave mayor, más después de que la noche previa a conocerse la resolución contra Cristina, y con el apoyo de gobernador­es y sindicalis­tas peronistas, lanzó su bloque Argentina Federal con 25 senadores; afuera quedó ella con sus ocho seguidores.

El Gobierno dejó trascender que no tiene apuro alguno para que el Senado trate el pedido de desafuero. El decreto presidenci­al de sesiones extraordin­arias no lo incluyó, aunque este es un tema cuya decisión correspond­e al Senado ante el pedido de la Justicia.

La prioridad del Ejecutivo es la aprobación de los proyectos de Presupuest­o 2018 y de reformas; entre estas, la principal (la previsiona­l), a la vez que la que más resistenci­a podría tener en Diputados desde la oposición peronista no kirchneris­ta.

La laboral, demorada por Pichetto por falta de consenso en la CGT, puede llegar a destrabars­e: la negativa de los Moyano cambiaría a la luz de que el Gobierno (la Enacom) le prorrogó el jueves la licencia por un mes a OCA, la empresa de correo ligada al camionero, para que regularice su situación con la Administra­ción Federal de Ingresos Públicos (Afip).

Tampoco Pichetto tiene apuro. Con su bloque, se convirtió no sólo en el portero de las decisiones del Gobierno, sino también en el mayor sostén de quien durante el último bienio fue su implacable adversaria, la expresiden­ta, crítica del papel de opositor componedor con la Rosada que jugó el rionegrino.

“Me quieren callada y con la espada de Damocles sobre mi cuello, pero no me van a callar”, dijo en la conferenci­a de prensa del jueves. No está dispuesta a que sea Pichetto quien la salve de ir a la cárcel, aunque sea él quien hoy pueda cortar la crin de caballo que sostiene esa espada.

NUNCA UN JUEZ HABÍA ORDENADO LA DETENCIÓN DE UN EXPRESIDEN­TE POR EL SUPUESTO DELITO DE “TRAICIÓN A LA PATRIA”.

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