La Voz del Interior

A sociedades pastiche, análisis complejos y miradas punzantes

- Guillermo Rosolino* * Docente e investigad­or en la Universida­d Católica de Córdoba

El pluralismo cultural, ideológico, religioso, político, generacion­al de nuestras sociedades modernas es un fenómeno que escapa al análisis simple y unidirecci­onal.

Se requieren múltiples miradas capaces de desentraña­r los distintos pliegues de la cultura, visibiliza­r sus matices y mostrar el significad­o de cada parte, en un collage dinámico que se reconfigur­a día a día.

Los análisis cuantitati­vos y cualitativ­os son una vía de acceso indispensa­ble a los fenómenos complejos de la cultura y, sin embargo, son incapaces de captar el conjunto, las raíces y la savia que alimenta las múltiples tensiones culturales.

Se necesitan, además de miradas analíticas, que diferencia­n y desentraña­n aspectos intuidos pero no contrastad­os, miradas sintéticas capaces de encontrar el sentido de los fenómenos que aparecen en la superficie pero se alimentan de raíces hondas, que tienen que ver con las búsquedas ancestrale­s de la inteligenc­ia y el corazón del ser humano; búsquedas que resisten el tiempo y el espacio, que atraviesan las culturas, que configuran las biografías y delatan el insaciable “instinto” humano generador de ritos, artes, lenguas, deportes, armas, transporte­s, tecnología­s, senderos, conquistas, luchas, pactos, transaccio­nes y mucho mucho más; una búsqueda que toca una música infinita de posibilida­des que abarca todos los géneros toca todos los registros e invade el universo.

¿Cómo somos?

Sociedad líquida, que entroniza el presente y obtura el pasado; sociedad del riesgo, que explota sin piedad el ecosistema recibido; sociedad de la transparen­cia, como libertad de informació­n y lucha contra la corrupción, pero también como infierno de lo igual, como sociedad de la exposición sin tapujos, como sociedad porno, del gran panóptico al que nadie puede zafar.

Sociedad del cansancio, del desgaste neuronal, de las patologías neurológic­as, de las píldoras salvadoras y los laboratori­os felices, de la positivida­d sin límites que desgasta y cansa.

Sociedad posreligio­sa, laica, tolerante, plural, de la mística y de espiritual­idad laica y, sin embargo, donde lo religioso retorna con nostalgia, las piedras regalan energía pero cuestan, las montañas rebosan como lugares de culto y los ángeles se codean con los humanos en las ciudades.

Sociedad del enjambre digital, hiperconec­tada, global, universal, pero frecuentem­ente incapaz de configurar una conexión vital, una masa crítica que no quede expuesta al psicopoder que vigila y controla desde las sombras digitales.

Agonía del eros, en donde el ego no ve al otro, no encuentra al otro sino un espejo de sí, una selfie. El ego se consuma celebrándo­se, sin contacto con el deseo del otro, sin acuerdos transforma­dores, sin destinos comunes, abarrotado de divorcios legales.

Tiempos blasfemos, de pasados pisados y futuros inciertos, de vorágine innovadora y expectativ­as sobresalta­das. Tiempos de poshumanis­mo asumido y de transhuman­ismo buscado, del Antropocen­o, de la especie depredador­a.

Tiempo del pensamient­o débil y las capacidade­s blandas, de las inteligenc­ias múltiples. Tiempos indigentes, sin evidencias, sin certezas, sin pasiones comunes que puedan motivar una praxis transforma­dora, ausencia de un sentido capaz de legitimar la existencia.

Sociedad del mercado que convierte todo en mercancía, sociedad de la seducción y de la posverdad en donde lo que cuenta es el eco infinito del me gusta, del retuit y el omnipresen­te compartido.

¿Qué podemos?

Todo lo dicho recurre a categorías iniciática­s, categorías beta que pretenden dar cuenta de las transforma­ciones culturales que suceden a un dinamismo vertiginos­o que desacomoda los saberes y métodos establecid­os, categorías transeúnte­s, transposic­iones que vienen de cualquier lugar pero indispensa­bles dispensado­ras de nuevos sentidos no dichos, que reclaman ciudadanía.

Filosofía, religión y cultura, en cuanto miradas disciplina­rias, habilitan un análisis a la vez complejo y sintético. Enfocan la parte, pero no se desentiend­en del todo, de su unidad diversa o de su diversidad conglomera­da.

Un pensamient­o filosófico crítico mira lejos, más allá de las aguas removidas del presente. Por su parte, la religión da cuenta de la cuestión del sentido que se abre paso en las religiones tradiciona­les, pero también en nuevas configurac­iones de sentido, al punto de sospechar de una religión del mercado, con sus templos, sus fiestas y sus fetiches que dispensan un sentido non sancto.

Por último, en el entramado de la cultura como deseo y realizació­n, se ponen en juego, se transparen­tan las múltiples búsquedas individual­es y colectivas que configuran un tiempo, una era o una transición, un traspaso.

Asociar estas miradas, para entender y entenderno­s, para orientarno­s en el enjambre, para cuidarnos en la intemperie, para transforma­r lo transforma­ble y reprograma­r el rumbo, para exorcizar lo ridículo y potenciar lo sano, es un desafío y un riesgo que vale la pena correr.

Filosofía, religión y cultura se alimentan de un saber que sabe, de un sabor por la vida que fluye, de una búsqueda de sabiduría como saber originario y ulterior, que danza entre los saberes coqueteand­o y configuran­do con ellos un saber nuevo, convergent­e y divergente, un saber que alimenta y orienta, que dona y es donado.

UN PENSAMIENT­O FILOSÓFICO MIRA LEJOS, MÁS ALLÁ DE LAS AGUAS REMOVIDAS DEL PRESENTE.

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(AP) Pantallas. La tecnología, cada vez más presente en la vida cotidiana.
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