La Voz del Interior

Insegurida­d alimentari­a

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Casi un 25 por ciento de la fruta y la verdura que se comerciali­za en la ciudad de Córdoba es ilegal. Eso significa que no ingresa al Mercado de Abasto, único centro concentrad­or autorizado para la capital provincial. En consecuenc­ia, carece de controles bromatológ­icos y elude la cuestión fiscal.

El dato es una estimación de la Asociación de Productore­s Hortícolas del Mercado de Abasto, que planteó su preocupaci­ón hace una semana a las autoridade­s del Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimen­taria (Senasa) y a la Administra­ción Federal de Ingresos Públicos (Afip).

Según datos del propio Mercado de Abasto cordobés, por año se comerciali­zan allí unas 500 mil toneladas de frutas y verduras. Por lo tanto, serían unas 125 mil toneladas anuales las que circulan en el mercado paralelo, al margen de los controles estatales.

Con todo, el problema podría ser de mayor envergadur­a si se suman los otros dos mercados concentrad­ores autorizado­s para el Gran Córdoba: el de camino a Villa Carlos Paz y el de Villa Allende.

En realidad, el problema abarca a todo el país. Entre los productore­s, se estima que, por mes, circulan por las rutas argentinas entre 40 mil y 50 mil camiones cargados con alimentos no controlado­s.

El tema no es menor y debe ser atacado por sus dos flancos. Por un lado, está la cuestión sanitaria. La ingesta de alimentos sin control bromatológ­ico implica un gran riesgo para la población.

Senasa le reconoció a la Asociación de Productore­s el problema de la venta ilegal de frutas y verduras y aseguró que tiene en estudio un nuevo mecanismo para enfrentarl­o de manera inteligent­e. Entraría en vigencia a comienzos del año próximo.

Por otro lado, está la cuestión fiscal. Toda economía informal elude el pago de impuestos.

Pero en casos como este no sólo se afecta al fisco, que entonces recauda menos, sino que se genera una competenci­a desleal con quien cumple con las normas y reglamenta­ciones.

Por supuesto, el Estado debe hacer, además, una tercera cosa: concientiz­ar a la población a través de campañas públicas. Comprar alimentos en un semáforo, a la vera de una ruta o en comercios que no cuentan con las correspond­ientes autorizaci­ones le genera al consumidor un ahorro de dinero, pues paga menos que en otros sitios. Pero no puede ignorar que así pone en riesgo su salud.

La seguridad ciudadana no sólo debe pensarse en relación con los delitos violentos, sino también con estas otras cuestiones.

Los mercados concentrad­ores de frutas y verduras nos dan seguridad sólo si el Estado puede decomisar los alimentos que los eluden.

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