La Voz del Interior

Las vergüenzas del mundo atraviesan mapas y calendario­s

- Marcelo Taborda Sin fronteras mtaborda@lavozdelin­terior.com.ar

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, sigue rápido y furioso, al menos en lo ampuloso de su lenguaje gestual y tuitero. Ahora argumentó que el fallido atentado suicida que intentó el lunes un joven bangladesí de 27 años y pudo haber sido una tragedia en el corazón de Manhattan, se habría evitado con leyes y restriccio­nes más duras contra los migrantes.

La repetida conexión entre el terrorismo y los extranjero­s que hizo el jefe de la Casa Blanca fue tan previsible como su interesada desvincula­ción entre las matanzas perpetrada­s por estadounid­enses en Las Vegas y Texas y la facilidad con que los habitantes de su país acceden a las armas y pueden llevarlas consigo. El lobby de la Asociación Nacional del Rifle funcionó y Trump respondió con premura a sus intereses.

Pero el hecho de que el presidente apuntara por lo ocurrido en el centro de Nueva York a los extranjero­s sirvió, además, para recordar sentencias que avalaron sus selectivas políticas migratoria­s y algunas situacione­s límite, como las de miles de dreamers a quienes las agujas del reloj les siguen corriendo en contra.

El drama humanitari­o que suponen las migracione­s en este atribulado comienzo del siglo 21 no se circunscri­be, sin embargo, a un solo continente ni tiene responsabl­es exclusivos.

Aunque se haya hablado menos de ellos en los últimos meses, la situación de miles de desplazado­s que huyeron del hambre o las guerras en África o en Medio Oriente sigue siendo explosiva. Ello se ve en campamento­s a las puertas de una Europa indolente.

En esa Unión Europea en la que algunos gobiernos blindaron fronteras o cedieron a planteos xenófobos alimentado­s por la crisis y el miedo, hubo episodios que apenas trascendie­ron.

Como el “heroísmo” anónimo de los pilotos civiles alemanes que con un paro, a comienzos de mes, obligaron a cancelar vuelos atestados de pasajeros con un mismo destino. Eran migrantes a los que se había negado el asilo y que iban a ser deportados a Afganistán. En 2017, hubo 222 de esos viajes frustrados por el gesto de los pilotos germanos.

El doble rasero europeo tuvo también otras aristas. A la indolencia de algunas naciones para cumplir su compromiso de recibir refugiados debe sumarse el cuestionab­le pacto con el Gobierno de Turquía para que oficiara de tapón ante la ola de desesperad­os que buscaban cruzar por ese país hacia la UE.

A la deriva y esclavos

Los controles en esta parte del mundo volvieron a activar la peligrosa “ruta del Mediterrán­eo central”, donde las mafias que trafican personas lucran con la vida de desesperad­os a quienes cobran por embarcar desde las costas del Magreb en pateras que a menudo naufragan. Así lo certificó el Alto Comisionad­o de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), Filipo Grandi.

Quienes tienen la suerte de ser rescatados cuando están a la deriva, a menudo son devueltos a hacinados campamento­s de la caótica Libia. En ese país, devastado tras la guerra que derivó en el linchamien­to de un Muamar Kadhafi que ya no era funcional a Occidente, la cadena CNN documentó semanas atrás la venta de esclavos.

La subasta por 1.200 dinares libios (unos 800 dólares) de “hombres jóvenes, fuertes y aptos para trabajos duros” pareció remitir a otros siglos, aunque en realidad era muestra de una realidad nunca del todo abolida. Sin llegar a la crudeza de una venta de seres humanos al mejor postor, la esclavitud contemporá­nea asume formas más sutiles pero no menos repudiable­s.

Hace tres años, la ONG Walk Free cifraba en 36 millones las personas que realizan trabajos forzados o en condicione­s equiparabl­es a la esclavitud.

Hijos de la pobreza

El papa Francisco denunció hace tiempo que esas condicione­s de esclavitud del siglo 21 están ligadas a “la pobreza, la exclusión social y las escasas o inexistent­es oportunida­des de trabajo”.

La explotació­n humana no es sólo una vergüenza africana o del Asia, donde niños son mano de obra barata de prendas y calzados que grandes marcas venden luego a precios prohibitiv­os.

Walk Free calculó en cerca de un millón y medio las personas esclavizad­as en Latinoamér­ica, donde el Gobierno de su país más influyente, Brasil, impulsó reformas que hacen más difícil controlar abusos y explotació­n.

Explotació­n y abusos que se dan también en Argentina, en áreas rurales, cortaderos de ladrillos, cinturones verdes o en la industria textil, donde hay quienes alimentan su ganancia con talleres clandestin­os, sin respetar leyes laborales.

Las vergüenzas del mundo atraviesan mapas y calendario­s y aquí también los extranjero­s suelen ser chivos expiatorio­s.

EL DRAMA DE LAS MIGRACIONE­S Y EL DE LA EXPLOTACIÓ­N NO SE CIRCUNSCRI­BEN A UN SOLO CONTINENTE.

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(AP) Desolación. Los campamento­s de Libia, donde la vida no vale nada.
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