La Voz del Interior

La competitiv­idad de la burguesía nacional y popular

- Eduardo Barbera*

Como si fuese un castillo de naipes, toda la estructura de empresas y negocios afines al modelo desarrolla­dos por Néstor y Cristina Kirchner y sus funcionari­os se va desmoronan­do al compás del desfile de sus principale­s actores por los pasillos de los tribunales de Comodoro Py.

Las acusacione­s mutuas, el argumento de la persecució­n política, la búsqueda de fueros, la apelación a foros internacio­nales para denunciar encarcelac­iones injustific­adas, las excusas de carácter médico para buscar detencione­s domiciliar­ias, las amenazas de revelar mucha informació­n si no los liberan, las promesas de venganza suenan hoy como manotazos desesperad­os de náufragos de un lujoso trasatlánt­ico que flotaba en un mar de impunidad y que ahora hace agua por todos lados.

Toda una cultura

Empresas que no existían o eran Pyme al llegar Néstor Kirchner a la Casa Rosada pasaron en menos de una década a ser poderosas constructo­ras, transporta­doras eléctricas, concesiona­rios viales de peajes, multimedio­s con fabulosa publicidad oficial, bancos, empresas petroleras, cadenas hoteleras y de casinos, bodegas, y así se podría continuar enumerando una larga lista de negocios muy prósperos, pero cuya fuerte expansión y orígenes de capitaliza­ción se haría difícil de justificar en factores como la competitiv­idad y una eficiente estructura empresaria­l.

Va quedando en evidencia que el origen de la capitaliza­ción y el financiami­ento era el erario público vía fondos de la banca oficial, con mutuos, fideicomis­os, anticipos, descuento de facturas y certificac­iones de dudosa legalidad y con muy poca protección para el Estado en caso de insolvenci­a.

Grandes obras adjudicada­s con licitacion­es acordadas de antemano, manipulaci­ón de licencias de medios para adjudicarl­as a empresas afines y la retención de impuestos y cargas sociales no ingresadas redondearo­n los principale­s atributos de estos grupos empresario­s hoy en franca decadencia.

Al ser esa la cultura predominan­te como idea de éxito empresaria­l, no caben dudas de que actuó por muchos años como un gran desincenti­vo para otras empresas que no formaban parte del círculo áulico que tanto se benefició en esa época.

Invertir en aumentar la productivi­dad, captar nuevos mercados, mejora constante de la calidad, desarrollo de nuevos métodos y procesos para bajar costos aparecían casi como un juego ingenuo frente a la alternativ­a fácil de ser mucho más exitosos con sólo conseguir alguna forma de ser incluidos en el modelo de la burguesía empresaria­l nacional y popular.

Mientras no se desactive esa cultura, la presión para obtener prebendas del Estado continuará vigente. El sistema judicial es hoy clave para que ese cambio se concrete.

En gran medida esa es una de las principale­s razones de por qué Argentina es vista por el mundo como un país de muy poca competitiv­idad. Se suma a ello un Estado macrocéfal­o que absorbe el 50 por ciento de los recursos de la economía y brinda pésimos servicios.

Por ello, no es ningún misterio que la inversión en activos productivo­s no se sienta muy atraída por este país.

El triste puesto

El Foro Económico Mundial –también conocido como Foro de Davos, con sede en Ginebra, Suiza– es una organizaci­ón mundial en la cual participan los principale­s referentes del planeta en campos no sólo de la economía, sino también en lo social, la salud y el medio ambiente.

Cada año publica el Reporte Global de la Competitiv­idad que es elaborado en forma conjunta con reconocido­s institutos de investigac­ión de 138 países con metodologí­a estandariz­ada, por lo que sus resultados garantizan su seriedad. En la obtención del índice de cada país, se tienen en cuenta muchos factores para hacerlo de carácter multidisci­plinario.

Enel ranking 2016-2017 de los 10 países mas competitiv­os, figuran Suiza, Singapur, Estados Unidos, Holanda, Alemania, Suecia, el Reino Unido, Japón, Hong Kong y Finlandia.

En ese ranking, Argentina ocupa el triste puesto 104. Muy detrás de países latinoamer­icanos ante los cuales Argentina en otras épocas aparecía como mucho más avanzado. Chile figura en el puesto 33; México, 57; Perú, 67; Uruguay, 73; Guatemala, 78.

Con tantas otras oportunida­des de mayor rendimient­o y seguridad, ¿para que se arriesgarí­an los capitales a generar nuevos puestos laborales en Argentina?

En sus frecuentes viajes al exterior, el presidente Mauricio Macri hace grandes esfuerzos para volver a conectar al país con el mundo y atraer a los inversores, factor fundamenta­l para reducir el desempleo.

Si bien la nueva apertura del país es recibida con mucho apoyo y entusiasmo, la preocupaci­ón es si esta tendencia se mantendrá o el país en algunos años insistirá de nuevo con su cultura prebendari­a que tanto daño le ha ocasionado.

Si la clase dirigente del país, incluidos no sólo los partidos políticos sino los gremios, los profesiona­les, las universida­des, los empresario­s, los medios de difusión, las Iglesia Católica, no toman dimensión del derrotero del país por más de un década que llevó a la Argentina a ubicarse en el puesto 104, a la altura de países del África subsaharia­na, entonces después no nos preguntemo­s por qué la pobreza, la indigencia, la delincuenc­ia, el desempleo y la conmoción social siguen siendo tan altos.

* Analista y consultor en finanzas y comercio internacio­nal

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(LA VOZ) Cristóbal López. Un empresario kirchneris­ta bajo sospecha.
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