La Voz del Interior

Un whatsapp desde lo profundo de la grieta

- Pablo Leites Nativo digital pleites@lavozdelin­terior.com.ar

Este año, más precisamen­te el 18 de mayo, varias aldeas del estado de Jharkhan, en la India, vivieron una sangrienta pesadilla de histeria colectiva.

“Sospechoso­s de secuestrar niños llevan sedantes, inyeccione­s, aerosoles, algodón y pequeñas toallas. Hablan hindi, bangla y malyali. Si ves algún extraño cerca de tu casa, informá a la Policía, ya que podría ser un miembro de esa banda”, escribió alguien en un mensaje de WhatsApp.

Bastaron algunas horas de circulació­n de ese texto, en uno de los países con más usuarios de WhatsApp del mundo, para desatar una fiebre persecutor­ia. La gente empezó a ver secuestrad­ores de niños por todas partes.

Siete personas murieron tras ser cazadas, linchadas y golpeadas (en algunos casos hasta la muerte) por turbas de habitantes fuera de sí. El rumor era falso, pero eso se supo tarde.

Con matices, tal vez sin llegar a extremos semejantes de fatalidad, cada tanto tenemos ejemplos parecidos y más cercanos de viralizaci­ón de mensajes ficticios, que surgen a la sombra de hechos reales y conmociona­ntes. Esto último es precisamen­te lo que les otorga verosimili­tud, al menos para una cierta cantidad de destinatar­ios.

La enésima muestra práctica de que no importa la verdad de un hecho sino que ese hecho se ajuste a la visión personal del mundo o reafirme una creencia de quien lo interpreta, llegó otra vez este lunes, puntual, después de la retransmis­ión de horas de disturbios y escaramuza­s por el tratamient­o de la reforma previsiona­l, que hicieron los medios desde Buenos Aires.

Comunicado­s escritos, supuestame­nte surgidos de ámbitos policiales, que daban cuenta de la supuesta “muerte cerebral” de un agente golpeado por una piedra circularon con advertenci­as por WhatsApp. Lo mismo que los “rumores de saqueos” en Rosario.

Ninguna de las dos “noticias” era cierta. Pero bastó con que fuera posible para que una porción importante de quienes lo recibieron le dieran “reenviar” sin ninguna necesidad de corroborar la veracidad. ¿Para qué? Ya tenían la principal confirmaci­ón: la certeza de que encajaba en su sistema de creencias. No fue la primera vez que pasó, y segurament­e no será la última, pero aunque más no sea por repetición, podría servir para intentar escapar de esa trampa.

Dejando de lado considerac­iones políticas y aludiendo estrictame­nte al fenómeno, de esto hablaba justamente la semana pasada Chamath Palihapiti­ya, un exvicepres­idente de crecimient­o de usuarios de Facebook, cuando se refería al daño que las herramient­as de la red social azul (entre las que se encuentra WhatsApp, por la que pagó 22 mil millones de dólares) están haciendo a las sociedades actuales.

Palihapiti­ya explicó cómo juega la dopamina, un neurotrans­misor presente en diversas áreas del cerebro y fundamenta­l para todas las respuestas nerviosas relacionad­as con la expresión de las emociones, en las “interaccio­nes” virtuales en redes.

“Los lazos de retroalime­ntación a corto plazo impulsados por la dopamina en cada ‘reacción’ virtual están destruyend­o el funcionami­ento de la sociedad”, aseguró, lapidario.

Tal vez sea irremediab­le. O tal vez sea la grieta, que, como vemos, no es algo sólo local. Lo que sí sería urgente es aplicar algo de espíritu crítico (también) a la hora de compartir en redes sociales y en WhatsApp.

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(FOTOILUSTR­ACIÓN DE OSCAR ROLDÁN)
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