La Voz del Interior

El legado de la Concertaci­ón

- Rogelio Demarchi

La contundent­e e histórica victoria de Sebastián Piñera no sólo lo hizo merecedor de la presidenci­a de Chile sino que, además, lo ha investido como virtual reorganiza­dor del sistema político que rigió al país trasandino desde el retorno de la democracia, en 1990.

Si tiene relativo éxito, la centrodere­cha se asegurará más de un mandato en el Palacio de la Moneda. Si fracasara, Chile podría vivir por primera vez una crisis de gobernabil­idad similar a las que padecieron varios de sus vecinos.

Hace poco más de cuatro años, cuando Michelle Bachelet lanzó su candidatur­a para volver a la presidenci­a, un poeta esbozó un agudo juego de palabras: dijo que la Concertaci­ón lo había desconcert­ado.

Concertaci­ón por la Democracia fue el histórico nombre de la coalición de centroizqu­ierda entre el Partido Socialista (PS), la Democracia Cristiana (DC), el Partido por la Democracia (PPD) y el Partido Radical (PR). Se impusieron en las cuatro elecciones presidenci­ales desde 1990 hasta 2009, cuando Piñera les ganó por primera vez.

En 2013, cuando Bachelet buscó “repetirse el plato”, como se dice en buen chileno, la Concertaci­ón sumó al Partido Comunista y a otras agrupacion­es y pasó a llamarse Nueva Mayoría. El cambio de nombre y el giro hacia la izquierda, expresado en la metáfora de “la retroexcav­adora”, que ahora sí liberaría al país de los resabios de la dictadura, alteraron los ánimos de propios y extraños. De allí aquel desconcier­to expresado por el poeta.

Ganaron, pero hicieron un mal gobierno. Cuatro años después, la historia parece repetirse en lo formal: Bachelet de nuevo le entregará el mando a Piñera. Ahora, el contexto es muy distinto: nunca antes la centrodere­cha obtuvo un triunfo tan abultado; y la centroizqu­ierda nunca sacó tan pocos votos ni se presentó a elecciones de manera tan fragmentad­a…

Si a eso se agrega que lo hizo con un candidato independie­nte, lo que significa que sus grandes partidos no pudieron generar un líder de recambio, y que le apareció un astuto competidor por izquierda –el recién conformado Frente Amplio–, el diagnóstic­o es claro: el bloque de centroizqu­ierda, como tal, dejó de existir. Y eso no es bueno para nadie.

El sistema político chileno supo consolidar­se a través de dos grandes bloques: uno de centroizqu­ierda y otro de centrodere­cha. La Concertaci­ón gobernó durante 20 años por una dinámica reformista basada en acuerdos con la oposición.

El oficialism­o trataba de no acelerar demasiado y la oposición de todos modos lo frenaba un poco, pero Chile crecía y se volvía un ejemplo para la región por muchos indicadore­s sociales, lo que alegraba a unos y a otros.

Con todo, la Concertaci­ón empezó a fracturars­e y a perder a sectores importante­s. En 2009, se rebeló Marco Enríquez-Ominami, que sacó el 20 por ciento de los votos y favoreció el triunfo de Piñera. Luego, la popularida­d de Bachelet pospuso la discusión sobre el sentido y el funcionami­ento de la coalición.

De hecho, la incorporac­ión del PC generó una tensión con la DC que nunca se abordó y que concluyó en estas elecciones con la DC presentand­o por primera vez una candidatur­a presidenci­al por fuera de la coalición. Fue el principio del fin.

En paralelo, el emergente Frente Amplio (FA), constituid­o por partidos no tradiciona­les, se posicionó a la izquierda de la Nueva Mayoría con un discurso radical: se opusieron a los acuerdos parlamenta­rios levantando la bandera de la deliberaci­ón social; rechazaron la economía social de mercado imperante tildándola de neoliberal; y hasta se atrevieron a proponer una nueva Constituci­ón, como si la actual fuese de Pinochet.

El FA sacó el 20 por ciento de los votos. Les alcanzó para formar una buena bancada legislativ­a y jugar al gato y al ratón con el candidato de la Nueva Mayoría de cara al balotaje. Con una fallida épica refundacio­nal, perdieron los dos y arrastraro­n a Bachelet, que no quiso tomar distancia.

Mientras, Piñera giró hacia el centro con una táctica dialoguist­a que remite a la Concertaci­ón: no sólo sumó a su comando a figuras de la centroizqu­ierda, sino que hasta recordó a Patricio Aylwin y aceptó reformas de Bachelet.

En el interior de la Nueva Mayoría no hay partido que tenga asegurado su futuro. Todos están atravesado­s por líneas de fractura que podrían originar importante­s diásporas.

En el FA, todo es nuevo, de modo que nadie sabe cómo reaccionar­án sus integrante­s a los avatares del poder. Pero entre ambos sectores podrían sumar fuerzas y trabar las leyes de Piñera en el Congreso. La esperanza del futuro presidente está en su diálogo con los sectores moderados de la vieja Concertaci­ón y la DC. En la práctica, redefinir el centro.

La estabilida­d de un sistema político no es algo naturalmen­te dado. Se construye. A veces hay que cambiarle el punto de equilibrio para asegurar su continuida­d. De eso se trata. Lo que hizo hasta acá la centroizqu­ierda ahora deberá hacerlo la centrodere­cha. El legado de la Concertaci­ón quedó en manos de Piñera. Curiosidad­es de la política.

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Sebastián Piñera. Encargado de abrir un nuevo ciclo histórico en Chile.

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