La Voz del Interior

Primera evaluación de daños

- Edgardo Moreno Panorama nacional

La Casa Rosada ya recibió los primeros sondeos de opinión posteriore­s a la semana violenta en la que se aprobó la reforma previsiona­l. Y los resultados confirmaro­n una presunción lógica: el Gobierno pagó un costo elevado y la imagen del Presidente cayó de los niveles de preferenci­a en los que había quedado tras la elección de octubre.

Los estudios de tendencias sociales a los que Jaime Durán Barba les asigna el rol central en la definición de las estrategia­s oficiales revelaron que la oposición logró perforar la confianza ciudadana y extender la convicción de que la reforma previsiona­l implicaba un ajuste para un sector social vulnerable.

En esa idea también quedaron comprendid­os electores que hace dos meses habían ratificado con su voto el rumbo del gobierno de Mauricio Macri.

Esta percepción fue dominante en el centro político del país. En las principale­s ciudades del interior, la incidencia fue menor. Acaso porque entra en juego la considerac­ión de sistemas previsiona­les diferentes, a los que la reforma aprobada en el Congreso no involucra de manera directa. Y también porque en la evaluación de daños actúan como contrapeso los beneficios obtenidos por los gobernador­es en la negociació­n del pacto fiscal, la contracara de la ley que cambió la fórmula de cálculo de las jubilacion­es.

Durán Barba, susurran en los pasillos de la Rosada, tranquiliz­ó al equipo de gestión de Mauricio Macri. Comparó los índices de aprobación actuales con los que tuvo el Gobierno cuando aplicó el primer ajuste de tarifas y le llovieron recursos judiciales y quejas de consumidor­es.

La imagen del Presidente se recuperó poco tiempo después, e incluso en un contexto económico menos favorable que el actual encaró el desafío electoral con los resultados ya conocidos.

“Hay que esperar”, sugieren los cercanos a Marcos Peña. Sostienen que cuando empiecen a verse los resultados tangibles de la reforma, en los recibos de haberes de los jubilados, la percepción social cambiará. Confían en que el bono compensado­r y el empalme con el nuevo mecanismo de actualizac­ión influirán para bien.

En esa convicción se apoyó el Presidente en sus últimas declaracio­nes públicas, en las que también se acordó amargament­e de los vaivenes a los que lo sometieron algunos gobernador­es en un momento duro. Que no será el último si se mantiene en la decisión de avanzar con su programa de reformas.

El consenso con el peronismo de gestión atravesó una prueba de fuego con la reforma previsiona­l, pero se acerca a un desafío mayor con la reforma laboral. El Gobierno la necesita para equiparar las condicione­s de competitiv­idad que ofrece la economía brasileña, líder de la región. Pero tendrá enfrente a la corporació­n sindical, que en Argentina sólo accedió a flexibiliz­ar posiciones cuando tuvo como interlocut­ores a presidente­s de su mismo signo político.

Los funcionari­os de Macri observan que el frente sindical quedó maltrecho y con fisuras internas después de la reforma jubilatori­a. La CGT se jugó a un paro sin convicción y sin anudar del todo a sus dirigentes, y al final quedó pegada a la protesta violenta organizada por la alianza táctica del kirchneris­mo y la izquierda radicaliza­da.

Los principale­s referentes sindicales saben que en el Senado cuentan con una garantía que les ofrece el bloque justiciali­sta: no aprobarán cambios para el mercado del trabajo si el oficialism­o no los acuerda con el gremialism­o peronista.

En otras palabras: con el consenso de los gobernador­es, esta vez no alcanzará. Y las centrales sindicales conservan un poder de movilizaci­ón que pondrán en juego si ven amenazadas las condicione­s vigentes de sus convenios colectivos.

El propio Gobierno tendrá que afinar la disciplina de su coalición parlamenta­ria, que con el ajuste jubilatori­o mostró algunos remilgos incómodos. El radicalism­o los administró como sordos ruidos. Elisa Carrió los puso en evidencia con distanciam­ientos que incentivar­on la avanzada opositora.

Para ese desafío, las encuestas también mostraron un dato a favor del oficialism­o nacional. Una enorme mayoría rechaza visceralme­nte la violencia política. El kirchneris­mo y la izquierda quedaron expuestos a una amplia condena social por la intifada que perpetraro­n en las puertas del Parlamento.

Del diciembre violento quedó, además, una novedad que promete evoluciona­r. Por primera vez se instaló el debate de uno de los mitos más recientes de la política argentina: el del derrumbe de la convertibi­lidad y el estallido social del 2001.

Durante el kirchneris­mo, ese mito fue elevado como una gesta al pedestal de los hechos fundaciona­les. Incluso Néstor y Cristina Kirchner temían que alguien, en algún diciembre rabioso, se apropiara de ese relato populista en su contra.

La realidad histórica fue menos épica. En diciembre de 2001 operaron con más eficiencia que la irritación social numerosas intrigas desestabil­izadoras desde adentro del sistema político.

Tras su caída con estrépito, y frente al kirchneris­mo que emergió de esas cenizas, los protagonis­tas de la Alianza destituida no estaban en condicione­s de disputar esa narración. Con Cambiemos, esa circunstan­cia se ha modificado.

Ahora los promotores de la violencia política son exhibidos frontalmen­te y quedan expuestos a la condena social.

Por no haber advertido ese cambio de clima, los que jugaron a impedir que el Congreso delibere están cosechando los rechazos que detectan las encuestas.

Curiosa paradoja: pese a que tomó ventaja en la argumentac­ión contra la reforma previsiona­l, la oposición más cerril perdió la posición en la segunda instancia del debate parlamenta­rio.

Tras haber ganado en la primera vuelta, perdió otra vez en el balotaje.

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