La Voz del Interior

El Dakar volvió a ser el Dakar que todos conocemos

- Mariano Iannaccone Especial

Para afirmar que el Rally Dakar volvió a ser el Rally Dakar, primero debemos definir qué es el Dakar.

Es básicament­e una carrera de aventura por desiertos y otros tipos de terreno, en la que se compite bajo la modalidad off road o cross country; es decir, fundamenta­lmente por fuera de caminos, combinando velocidad con navegación u orientació­n: como si se tratara de una búsqueda del tesoro por arena, dunas y otros escenarios, en la que gana el más rápido, según una clasificac­ión que se determina por tiempos marcados diariament­e y acumulados o globales.

Se deben encontrar “way points”, es decir, puntos preestable­cidos del recorrido.

Que se trate de una aventura significa que se afronta algo que no es conocido; aquí, en este punto, vale destacar que la organizaci­ón entrega el road book o libro de ruta a los competidor­es recién la noche previa a cada una de las etapas (se corre una etapa por día).

Por desiertos y otros tipos de terreno quiere decir que, sustancial y no circunstan­cialmente, el Dakar es una aventura por la arena.

Así se la concibió y así se hizo famosa.

De París a Dakar; cruzando el Sahara y también el Teneré.

Pero el Dakar podía también conocer otros desiertos; no sólo los de África.

De hecho, cuando la carrera llegó a América del Sur, ya hace 10 años, la organizaci­ón de esta mítica competenci­a legitimó la salida del continente negro con un lema: “Dakar, una aventura por los desiertos del mundo”.

De esta manera, primero Atacama (en Chile) recogió el testimonio de sus similares africanos; y, con extensione­s menores, también las dunas del Nihuil, en la provincia de Mendoza; y las de Fiambalá, en la de Catamarca, ya en la República Argentina.

Perú, más adelante, acentuó la odisea con los desafíos que proponían Nasca e Ica; para la mayoría de los pilotos que corrieron tanto en África como en Sudamérica, desiertos tan o más bravos que el mismísimo y célebre Sahara.

Incluso, Bolivia hizo un gran aporte a la aventura con Uyuni, un desierto de los más admirados, pero de sal.

El más grande del planeta, con unos 12 mil kilómetros cuadrados (la misma superficie de nuestras islas Malvinas, en el Atlántico sur).

Y eso es lo que los participan­tes de más de 50 naciones querían para esta edición, la del 40° aniversari­o. Y lo tienen.

Después de una pasada realizació­n cuestionad­a por la ausencia de grandes dunas, durante esta primera semana de carrera se arriesgan con todo gusto en océanos de arena, que parecen inconquist­ables, infinitos, indomables. Y que hacen que el Dakar vuelva a ser el Dakar.

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