La Voz del Interior

Muerte y resurrecci­ón de Susanita

- Edgardo Moreno

El progresism­o debate las movilizaci­ones violentas. Cambiemos pone en pausa la reforma laboral. Más de un lustro ha transcurri­do desde las masivas movilizaci­ones callejeras que frenaron la reforma constituci­onal impulsada por el kirchneris­mo para incorporar la cláusula de reelección presidenci­al indefinida.

El poder de entonces despreciab­a esas manifestac­iones. Las relegaba a los suburbios del discurso público. No eran más que cacerolas. Susanitas de Quino sin unidad programáti­ca.

Tras el último diciembre violento, la intelectua­lidad progresist­a aparenta reconcilia­rse con aquella herejía de masas. No tanto por la honesta constataci­ón de su impacto histórico, sino como razón instrument­al para algún argumento de emergencia.

La politóloga María Esperanza Casullo ha escrito en estos días que suena paradójico que Cambiemos señale el “carácter antidemocr­ático de la democracia de la calle”, cuando en sus orígenes hubo movilizaci­ones sociales de protesta.

Señala tres: las manifestac­iones del año 2001, la protesta del campo que Cristina bautizó como piquetes de la abundancia y los cacerolazo­s de 2012. (Cacerolazo­s. Todavía. Porque la amnistía teórica del progresism­o acaso pueda negociarse. Jamás la inquisició­n con que destierra sus contratiem­pos al desván del diccionari­o).

Casullo le reconoce ahora condición democrátic­a a las movilizaci­ones que el progresism­o considerab­a destituyen­tes entonces. Con una salvedad y una omisión. Lo hace para argumentar en favor del carácter supuestame­nte democrátic­o de las movilizaci­ones de hoy. Para eso omite comparar las metodologí­as.

Más de un millón de personas protestaro­n pacíficame­nte en el Obelisco porteño en 2012. Un centenar de personas apedreó el Congreso en diciembre pasado. Casullo admite que una acción colectiva que se moviliza para restringir derechos no es democrátic­a. Pero a esa defección la reconoce lejos. En el Ku Klux Klan. No en un grupo que intenta impedir una sesión del Congreso. Piedra libre para la politóloga que no vio al muchacho del mortero.

El historiado­r Ezequiel Adamovsky no juega tan al límite. Dice sin vueltas que la gran mayoría de los que no tiraron piedras acompañó pasivament­e a quienes sí lo hacían. “La multitud estaba conectada: los tirapiedra­s, aunque minoría, fueron parte orgánica de ella. Guste o no guste, eso es lo que pasó”. Pero aclara que fue en respuesta a una política represiva del Estado.

Su argumento es una variante laica del que expresó días atrás con óleos jesuíticos el sacerdote Rafael Velazco. Es violencia que responde a la violencia. Créase o no, todavía hay lecturas políticas ancladas en las páginas sepia de los años ’70. Cristianis­mo y revolución.

No todo es naftalina. El sociólogo Pablo Semán escribió con lucidez que las piedras no sólo las tiran los infiltrado­s. “Hay una colección heterogéne­a que desempata la situación a favor del gobierno: los que han hecho del energumeni­smo una ideología, las agrupacion­es territoria­lizadas que giran locas en procesos de fragmentac­ión y desamparo político y presupuest­ario, los ánimos de victoria táctica y propagandí­stica condensado­s en la posibilida­d de hacer suspender la sesión, y las agrupacion­es trotskista­s que están a la izquierda de la izquierda”.

Aporta una idea novedosa. Debe reconocers­e y deslegitim­arse la idea de catarsis que le gana espacio al imperativo indiscutib­le de toda acción militante: la responsabi­lidad para con los valores que se defienden. Eso es posmilitan­cia, dispara Semán.

Y aún más: “La idea de que ‘los pobres estallan’, expuesta por intelectua­les antiintele­ctuales de las clases medias es de un clasismo paternalis­ta y atroz. Casi no se necesitan ‘Susanitas’ si esas son las justificac­iones”.

Mientras el progresism­o incorpora –a desgano, como lecturas veraniegas– estas discusione­s de su catecismo de cabecera, la revista Anfibia , la Casa Rosada decidió bajar un cambio con la reforma laboral.

La burocracia sindical y el peronismo de los gobernador­es consiguier­on juntos dilatar los tiempos y en pocas semanas más ese debate coincidirá con paritarias.

Saben que cuando se discute el sueldo, hasta la libertad de Balcedo puede ser una bandera en el mástil.

TRAS EL DICIEMBRE VIOLENTO, EL PROGRESISM­O BUSCA RECONCILIA­RSE CON LO QUE ANTES ERA UNA HEREJÍA DE MASAS.

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