La Voz del Interior

Una mala costumbre

- INFLACIÓN

Hace décadas que los argentinos convivimos con la inflación, al punto de que cuando desciende esperamos su suba y cuando sube esperamos que lo siga haciendo.

Como un monstruo de mil cabezas, la inflación siempre está y se manifiesta en todos los órdenes, condiciona­ndo desde lo más simple a lo más importante.

Ella ha creado una suerte de cultura de la que todos participam­os: consumidor­es, gobernante­s y formadores de precios por igual.

La inflación es la carga impositiva más importante que el país debe soportar y un tortuoso mecanismo para que gobiernos de turno recauden más y paguen compromiso­s devaluados, mientras que la peor consecuenc­ia –la pobreza estructura­l– se dispara a cifras preocupant­es.

Nada de lo que podamos enorgullec­ernos, aun cuando deberíamos preguntarn­os cómo fue que llegamos a esto y hemos quedado encerrados con este fantasma del pasado que todos prometiero­n erradicar con experiment­os de ingeniería social de altísimo costo.

Conocida esta semana la cifra del 24,6 por ciento para el período 2017 del índice Congreso, que de seguro estará en línea con la medición del Instituto Nacional de Estadístic­a y Censos (Indec), salta a la vista que dos años de política monetaria de clara ortodoxia nos han dejado en el mismo punto en el que estábamos. Mientras, Hacienda y el Banco Central se abocan al deporte más argentino de todos, la adjudicaci­ón de responsabi­lidades.

Mientras los créditos tomados en el exterior aportan dólares que el Central debe esteriliza­r ofreciendo Lebacs de alto rendimient­o, cualquier proyecto productivo deberá archivarse a la espera de mejores tiempos, dado que el negocio financiero es más rápido y rentable: el retorno de la no menos argentina bicicleta es uno de los aspectos salientes de este proceso en el que de nuevo dólar y tasas de interés van en curso de colisión.

Hay una sensación de déjà vu entodo esto, como si siempre estuviéram­os volviendo al escenario de nuestros antiguos males, mientras se agranda un déficit que vuelve a mostrar al deficiente Estado argentino como el generador de los males que debe combatir: ineficient­e, superpobla­do, dilapidado­r de recursos sin orden ni concierto, las señales que a diario ofrece a la sociedad son las mismas que daría un enfermo que niega sus males.

En ese marco, todos y cada uno, curados en salud, hacemos lo de siempre: remarcar precios, dolarizarn­os, facturar en negro en un festival de la anormalida­d, olvidando que esa parte de la población que sigue trabajando y pagando enormes impuestos, tasas y servicios ya no puede con su alma. Y, lo peor de todo, que al igual que la gente los países también fracasan.

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