La Voz del Interior

Laura González

La suba de precios que enoja a Luis

- Laura González En primera persona lgonzalez@lavozdelin­terior.com.ar

“No sé para qué dicen que va a bajar la inflación si al final no lo pueden hacer. Todo el año ‘tucu tucu’ diciendo que iba a ser del 17 y es siempre un drama manejarse con los precios”, dice Luis, un plomero que optó ya hace tiempo por cobrar por hora o día completo de trabajo. La hora “sola” la pautó en 200 pesos y el día, en 800. Pero, admite, a veces obra según la cara del cliente. “No le creo a ninguno de los políticos, hace años que tenemos una inflación de locos, pero a nadie le asusta”, agrega.

Para un cuentaprop­ista como Luis, “atar” sus ingresos a la suba de precios es mucho más difícil que para el asalariado que tiene un gremio que –mal o bien– negocia por el colectivo. Él sabe que si cobra caro no le contratan el servicio y, al final, ganar cero es más ruinoso que ganar poco. O le regatean el precio, o le dicen pago tanto y él se tiene que amoldar. Pierde noción si quedó barato o caro, porque con el alza continua de precios, a la tradiciona­l dispersión de precios de su sector se le agrega la inestabili­dad.

Hay una cosa en la que tiene razón Luis, y otra en la que no. Es cierto que hace años que tenemos una inflación “de locos”. Veamos: en 2010 (según la inflación de San Luis) fue del 26,1; en 2011, del 22,6; en 2012, fue del 23,8; en 2013, fue del

30,4; en 2014 fue del 38; en 2015 del

26,7; en 2016 del 38,9 y en 2017, del

24,8 por ciento.

Es decir que en ocho años el promedio fue de 27,3 por ciento, por arriba incluso de la que se registró en 2017, computando el dato de 3,1 por ciento difundido ayer. Es también cierto que a la mayoría de la población le puede parecer natural altas tasas de inflación: casi que nos hemos olvidado de cómo es vivir en una economía estable, en la que pasa el tiempo y los precios no se mueven.

Es también cierto el punto que cuestiona Luis, en haber insistido con tanto énfasis y capital político en que la meta del 17 por ciento no se movía y se iba a cumplir, aún cuando hubo una temprana evidencia de que esa estimación iba a ser largamente superada.

Pero hay un punto que se pierde en la discusión: la inflación del 26 se logró aun con alza de tarifas de servicios públicos y sin cepo cambiario. En el primer año de Macri pegó de lleno en la suba de precios el impacto de la devaluació­n (el dólar pasó de 9 a 15) y el primer tramo del ajuste de luz y gas. Y en 2017, continuó la política de ordenamien­to de precios. En octubre de 2016, por ejemplo, cuando se anunció el primer aumento de gas que fue viable, el 81 por ciento de la factura del usuario residencia­l promedio era pagado por el Estado vía subsidios. En diciembre de 2017, esa cuenta bajó al 38 por ciento.

En la luz mayorista pasó algo parecido y se pasó del 70 al 37 por ciento en el período. Se desreguló el precio de los combustibl­es y hay un mayor libre juego de oferta y demanda en sectores altamente intervenid­os, como la cadena láctea, la de la carne o el trigo.

Segurament­e el equipo económico, aún con sus divergenci­as, confió en que la inflación iba a ceder pronto y mucho. Pero una reducción de 13 puntos respecto de 2016 no es poco. Basta mirar la década anterior, donde las tasas de inflación reales fueron similares, pero dinamitand­o reservas bancarias, energética­s y de infraestru­ctura del país.

PUEDEN PARECER NATURALES ALTAS TASAS DE INFLACIÓN: CASI QUE NOS HEMOS OLVIDADO DE CÓMO ES VIVIR EN UNA ECONOMÍA ESTABLE.

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Cuentaprop­ista. A muchos les cuesta definir precios en este contexto.

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