La Voz del Interior

La madre de todas las batallas

- Daniel V. González

Si quisiéramo­s simplifica­r (el concepto es siempre hijo de la exageració­n) podríamos decir que Mauricio Macri heredó un único y gran presente griego que incluye todos los problemas relevantes: la inflación.

A la manera del Aleph, la inflación contiene todos y cada uno de los grandes temas que enfrenta el Gobierno en el campo económico: elevado gasto público, alta tributació­n, gran déficit fiscal, retraso cambiario, nivel de las exportacio­nes, conflictos distributi­vos, paros, huelgas, insatisfac­ciones diversas.

Un déjà vu para quienes hemos vivido las décadas de 1970 y 1980. En ese tiempo, en economía prácticame­nte no se discutía de otra cosa que no fuera la inflación. Es decir, la forma de combatirla.

Había dos grandes biblioteca­s. Unos nos advertían que las causas de la inflación en la Argentina estaban vinculadas con su estructura económica. La otra escuela, los liberales y más específica­mente los monetarist­as, afirmaban que la inflación era sobre todo un fenómeno monetario, originado en la monetizaci­ón del déficit fiscal.

Podría decirse que el debate teórico ha sido ganado por los liberales, pues ya casi nadie afirma con seriedad que el alza de precios es indiferent­e a la emisión monetaria. Pero la inflación sigue aquí, de nuevo.

Éxitos efímeros

Los éxitos logrados en el combate contra la inflación fueron por lo general efímeros. En pocos meses, el flagelo reaparecía. Ni el gobierno militar, con su dureza disciplina­nte, logró éxitos permanente­s.

En ese tiempo, se intentó manejar la variación del tipo de cambio (tablita cambiaria), pero cuando hubo un recambio de ministros en abril de 1981, el precio del dólar se disparó, pese a que el ministro entrante, Lorenzo Sigaut, advirtió que “el que apuesta al dólar, pierde”.

Durante los años de Raúl Alfonsín, se logró un importante aunque temporario éxito cuando el ministro Juan Sourrouill­e lanzó el Plan Austral, a mediados de 1985. La inflación bajó, pero pocos meses después retornó con toda su fuerza.

Hacia el final de los años 1980 y comienzos de la década de 1990, la economía argentina padeció la tan temida hiperinfla­ción, consecuenc­ia inevitable del escalonami­ento inflaciona­rio.

Finalmente llegaron Domingo Cavallo y la convertibi­lidad, en marzo de 1991. El llamado “uno a uno” ancló el tipo de cambio en una paridad fija. El gobierno no podía emitir moneda sino contra la entrada de divisas. Eso suponía un estricto control del déficit fiscal que duró algunos años, hasta la partida del ministro en 1996.

Con el tiempo, el sistema acumuló tensiones hasta su estallido final en 2001, bajo el gobierno de Fernando de la Rúa. Tuvimos una década de estabili- dad y pudimos palpar las ventajas de una economía sin inflación.

La crisis mejicana (1994) y las devaluacio­nes de Rusia (1997) y de Brasil (1999) fueron horadando la convertibi­lidad, que demandaba ajustes que nadie quería realizar pues percibían que la población estaba satisfecha y no quería cambios.

Años recientes

La crisis de la convertibi­lidad y el cambio de gobierno supusieron una mayor tolerancia social. El salario bajó y la desocupaci­ón aumentó. El precio del dólar se multiplicó por cuatro y luego se estabilizó en tres pesos.

Ello permitió un reacomodam­iento de las cuentas públicas, que se compaginó con un fenómeno que marcó la primera década del siglo: el alza inusitada del precio de las commoditie­s.

Los superávits gemelos estuvieron al alcance de la mano y marcaron los años de abundancia de Néstor Kirchner. El país nadaba en divisas y creímos que eso duraría para siempre. La derrota electoral de 2009 hizo que el gobierno entrara en una lógica de gasto público creciente con el afán de recuperar los votos perdidos. Y ahí comenzó a gestarse en toda su dimensión la inflación que hoy padecemos.

Retrasos tarifarios, subsidios, asignacion­es, planes, jubilacion­es sin aportes hicieron trepar el gasto en un tiempo en que la soja y el resto de las commoditie­s yano tenían los valores previos a 2008.

Y este es el escenario heredado por el Gobierno actual. Ante cada recorte del gasto, recibe un reclamo. Pero además apuesta a reducir los impuestos con el afán de sumar a la expansión económica y de ese modo no disminuir la recaudació­n y a la vez generar empleo.

La cadencia del gobierno anterior llevaba al país a una situación similar a la de Venezuela, cercana a la disolución social. El combate a la inflación siempre es ominoso: supone restriccio­nes y ajustes con la idea de un futuro de estabilida­d en el que se recuperen de un modo genuino los ingresos que hoy se resignan.

Es esta y ninguna otra la gran batalla económica.

Y lo más probable es que dure aún varios años.

LA INFLACIÓN CONTIENE TODOS Y CADA UNO DE LOS GRANDES TEMAS QUE ENFRENTA EL GOBIERNO EN EL CAMPO ECONÓMICO.

* Analista político

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Nicolás Dujovne. El ministro de Hacienda debe lidiar con la inflación.

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