La Voz del Interior

De dónde vienen los jóvenes que delinquen

El perfil de los adolescent­es judicializ­ados indica que se trata de hijos de familias numerosas y vulnerable­s, que ya dejaron la escuela y que cayeron en el consumo de las drogas. Dos programas estatales articulado­s en torno al Complejo Esperanza buscan

- Juan Federico jfederico@lavozdelin­terior.com.ar

Desde la Senaf trazaron el perfil de los chicos judicializ­ados y las estrategia­s para evitar que lleguen al Complejo Esperanza. Vienen de familias vulnerable­s, tienen problemas con las drogas y dejaron la escuela.

Adolescent­es varones, que viven en medio de una familia desestruct­urada en la que por lo general el padre está ausente y la madre tiene varios niños a cargo, lo que la sobrepasa. Detrás de este núcleo primario, no aparece una red familiar más amplia que brinde contención. Para peor, esa jefa de hogar, todoterren­o, se encuentra en una situación de precarieda­d material y económica significat­iva.

Pero esto no es todo. Muchos de estos jóvenes han presenciad­o y hasta vivenciado situacione­s de violencia y abuso. Traumas que luego trasladan en forma de conflicto a la escuela, hasta que abandonan temprano.

La calle pasa a ser la opción casi lineal, en la temprana adolescenc­ia. Los grupos a los que empiezan a pertenecer y los barrios en donde se mueven por lo general son estigmatiz­ados y marginados, ya que aparecen marcados como “zonas rojas”, lo que significa que se trata de lugares de peligro y riesgo.

El acercamien­to a las drogas es temprano, como así también la persecució­n que empiezan a padecer por parte de los sistemas y organismos de control.

A todo esto, las perspectiv­as de un futuro de bienestar se sienten lejanas y ajenas, por lo que el hoy parece ser el único objetivo certero que tienen.

Esta descripció­n, general, apunta a los jóvenes judicializ­ados por delitos que terminan por algún tiempo en Complejo Esperanza, el centro para menores de edad en conflicto con la ley penal.

El diagnóstic­o parte de un estudio encarado por la psicóloga Patricia Del Zotto, al frente del programa “Tomando decisiones”, que apunta a atender y prevenir los problemas de consumo de sustancias tóxicas entre los jóvenes allí alojados.

Porque la droga –sostiene la especialis­ta– forma parte de un combo mucho más amplio en buena parte de la estructura individual de los adolescent­es que terminan por delinquir.

La deserción escolar y toda una situación de vulnerabil­idad en la que se crían y desarrolla­n son otras dos aristas fundamenta­les para intentar comprender el trasfondo de esta problemáti­ca que es mucho más social antes que penal.

“Necesito estar ocupado”

Entre todos los jóvenes que han pasado por este programa que se ejecuta al interior del Complejo Esperanza, pero que necesariam­ente se articula con el exterior, hay uno de ellos que hoy cuenta su experienci­a. Su nombre se reservará por cuestiones lógicas.

Él dice que comenzó a consumir desde muy chico. A los 15 cayó en el paco y todo empeoró aún más. Varios veces robó y muchas otras se despertó sin saber dónde estaba y qué había sucedido horas antes. “Me di cuenta de que no era vida la mía”, concluye.

“Necesito tener el tiempo ocupado, tener una rutina, así no puedo ni pensar en las drogas. Por ahí te cruzás con gente que te invita a tomar algo, y si no estás del todo bien, recaés”, agrega.

Es que en la calle –dice– encuentra de manera constante tanto lo bueno como lo malo, por lo que debe andar eludiendo las tentacione­s. “Hay una presión adentro tuyo que va subiendo todo el tiempo, como una ansiedad”, acota.

Y asegura que hoy está muy arrepentid­o de haber robado, de haber causado daño a alguien. “Nunca robé lúcido”, expresa y, casi al pasar, sin querer que se sepa mucho, recuerda que hace unos pocos años iba caminando junto a un amigo con el que salía a robar, cuando alguien pasó y le disparó como represalia por algún delito. Su amigo murió ahí mismo.

Buscar salud

Para Del Zotto, el desafío no es combatir la droga, sino que el joven elija la salud, que busque tener una vida más saludable.

“En la mayoría de los casos judicializ­ados se sospecha que hay una problemáti­ca de consumo. Pero no es necesario que siempre terminen en Complejo Esperanza, hay causas en las que los jueces los hacen ir directamen­te al Pizzurno para que busquen algún tratamient­o”, explica.

Lejos están de ser procesos lineales. Hay desertores, idas y vueltas en las que no todos terminan por encarar un nuevo proceso de vida. Los tratamient­os se articulan con diferentes institucio­nes privadas a través de un programa estatal de becas que lleva adelante la Secretaría de la Niñez, Adolescenc­ia y Familia (Senaf), que depende del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos provincial.

En poco tiempo se espera anunciar la creación de un centro terapéutic­o para tratar adicciones dentro del Complejo Esperanza.

Es que la droga está cada vez más presente en las biografías de aquellos que delinquen. Algo que dice, al mismo tiempo, mucho de la sociedad en la que están insertados estos pibes.

Ganarle a la esquina

En el medio, surgen los diagnóstic­os y los interrogan­tes. Todo, en torno a un consumo cada vez más naturaliza­do, con un alto índice de deserción escolar y con pocos espacios públicos deportivos y culturales. ¿Qué se les ofrece a estos jóvenes para que dejen de estar en la esquina?

Aunque todavía no está finalizado, un estudio con los adolescent­es que consumen y delinquen ha permitido elaborar una primera aproximaci­ón: hay sustancias de consumo habitual, como el tabaco y la marihuana, que no aparecen implicadas en los delitos, aunque otras sí, como los psicofárma­cos y la cocaína.

Del Zotto y el joven hablan en medio de El Aljibe (Río Negro 276), una de las primeras Casas Abiertas con las que la Senaf intenta un abordaje más territoria­l, en los barrios (son nueve en total, gracias a convenios con organizaci­ones no gubernamen­tales).

Es que el trabajo en el “afuera” es tan o acaso más importante que lo que termina por realizarse fronteras adentro del Complejo Esperanza.

Junto a ellos están las encargadas del espacio, Ernestina Elorriaga y Ayelén Molina, y una madre, Silvana, que acude a un taller que busca incorporar a otra pata de toda esta historia: la familia.

El Aljibe busca atraer a los vecinos de Observator­io, Cupani y Güemes, entre otros barrios de esa zona de la ciudad de Córdoba.

Aunque hoy no son muchas, ellas hablan, intercambi­as ideas y, sobre todo, angustias, antes de terminar por reconocers­e como pares en medio de un mismo drama.

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(RAMIRO PEREYRA / ARCHIVO) Adentro y afuera. El Complejo Esperanza trabaja en los barrios para que los adolescent­es no terminen judicializ­ados.

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