El “modus operandi” del odio en el país
Hay un punto en el que ya no importa quién dividió la sociedad y comenzó a inocular odio político. Llegados ahí, la prioridad es drenar ese rencor que enferma y envilece. Señalarlo como lo que es: un sentimiento oscuro, que puede explicarse pero no justificarse.
A Héctor Timerman se lo puede cuestionar muchísimo, pero manifestar satisfacción porque, a punto de abordar un avión hacia Estados Unidos, le comunicaron que Washington le negaba el ingreso es un gesto cruel, situado en las antípodas de lo que necesita el país.
Que el tardío antinorteamericanismo del excanciller resulte hipócrita, y que haya desempeñado un rol tan turbio en el acercamiento del gobierno de Cristina Fernández con la retrógrada teocracia iraní, no justifica ironías y burlas sobre un hombre gravemente enfermo.
El juez Sergio Torres entendió mejor la situación de la salud de Timerman y también la de esta sociedad. Por eso resolvió dictarle la excarcelación para desbloquear el viaje.
Mientras las redes se colmaban de burlas y las declaraciones con sorna recorrían los medios, al mensaje positivo lo dio el juez con la excarcelación y el Gobierno con el pedido a la Secretaría de Estado para que permita a Timerman ingresar a Estados Unidos.
La ola de ironías –que incluyó a importantes formadores de opinión– es un síntoma del viscoso rencor que está envileciendo la sociedad. Ya no importa quién tiró la primera piedra. Lo que importa es terminar con las lapidaciones.
Desvaríos
También importa entender que la ruindad es despreciable en las dos orillas de la grieta, no sólo en la de enfrente.
Es lamentable que el gobierno anterior reivindicara a organizaciones armadas que cometían asesinatos. Fue premiar a grupos criminales que ni siquiera lucharon como guerrillas; sólo secuestraban, torturaban y mataban de forma cobarde.
Fue un retroceso la reivindicación de esas bandas cuyos asesinatos colaboraron a que cayera un gobierno surgido de las urnas y abrieron el camino a la más atroz de las dictaduras. Sin embargo, denunciar la hipocresía de quienes defienden derechos humanos reivindicando otros crímenes (que, por no ser equiparables a los cometidos desde el Estado, no dejan de ser actos criminales) también resulta hipócrita cuando se hace silencio ante decisiones judiciales como el “2x1” que benefició al genocida Luis Muiño o la prisión domiciliaria que se concedió a Miguel Etchecolatz.
El tribunal que gratificó a Etchecolatz puede estar basado en el artículo 10 del Código Penal y en el 32 de la ley 24.660; pero la salud moral de una sociedad está en aborrecer que se haya beneficiado, sin que esté en riesgo su vida, al más siniestro de los represores; la encarnación del desenfreno de crueldad y abyección que caracterizó a la dictadura genocida.
Por cierto, los derechos humanos son para todos, incluso para quienes los violaron; la ley es la ley y vale escuchar a José “Pepe” Mujica cuando predica la compasión con los represores ancianos. Pero Etchecolatz no es un represor más, sino el símbolo viviente de la perversidad que jamás mostró culpa por las atrocidades cometidas.
La parte aún sana del país repudia la reivindicación “setentista” de las organizaciones que cometían asesinatos, sin dejar de sentir escozor de que se beneficie a personajes como Muiño y Etchecolatz.
El Gobierno no tuvo que ver con esas decisiones judiciales. Quizá tampoco es artífice de la ola de detenciones de sindicalistas y exfuncionarios corruptos. Pero es probable que use su influencia para que cada resonante detención se produzca en el momento adecuado, distrayendo la atención general de los problemas que el Gobierno causa, o fracasa en solucionar.
Es alentador que el sindicalismo crápula esté perdiendo la impunidad y el poder que tuvo siempre. Pero es grave que Mauricio Macri “opere” en la Justicia para que las detenciones se produzcan en los momentos que le resultan oportunos. También es grave que el kirchnerismo considere “persecución política” los procesamientos a su dirigencia, cuando los mecanismos de enriquecimiento ilícito estuvieron siempre tan expuestos.
Pero lo más grave es que las dirigencias de ambos lados de la grieta continúen alimentando el rencor viscoso que envilece las mentes de tantos argentinos.
IMPORTA ENTENDER QUE LA RUINDAD ES DESPRECIABLE EN LAS DOS ORILLAS DE LA GRIETA, NO SÓLO EN LA DE ENFRENTE.
* Periodista y politólogo