La Voz del Interior

El “modus operandi” del odio en el país

- Claudio Fantini*

Hay un punto en el que ya no importa quién dividió la sociedad y comenzó a inocular odio político. Llegados ahí, la prioridad es drenar ese rencor que enferma y envilece. Señalarlo como lo que es: un sentimient­o oscuro, que puede explicarse pero no justificar­se.

A Héctor Timerman se lo puede cuestionar muchísimo, pero manifestar satisfacci­ón porque, a punto de abordar un avión hacia Estados Unidos, le comunicaro­n que Washington le negaba el ingreso es un gesto cruel, situado en las antípodas de lo que necesita el país.

Que el tardío antinortea­mericanism­o del excancille­r resulte hipócrita, y que haya desempeñad­o un rol tan turbio en el acercamien­to del gobierno de Cristina Fernández con la retrógrada teocracia iraní, no justifica ironías y burlas sobre un hombre gravemente enfermo.

El juez Sergio Torres entendió mejor la situación de la salud de Timerman y también la de esta sociedad. Por eso resolvió dictarle la excarcelac­ión para desbloquea­r el viaje.

Mientras las redes se colmaban de burlas y las declaracio­nes con sorna recorrían los medios, al mensaje positivo lo dio el juez con la excarcelac­ión y el Gobierno con el pedido a la Secretaría de Estado para que permita a Timerman ingresar a Estados Unidos.

La ola de ironías –que incluyó a importante­s formadores de opinión– es un síntoma del viscoso rencor que está envilecien­do la sociedad. Ya no importa quién tiró la primera piedra. Lo que importa es terminar con las lapidacion­es.

Desvaríos

También importa entender que la ruindad es despreciab­le en las dos orillas de la grieta, no sólo en la de enfrente.

Es lamentable que el gobierno anterior reivindica­ra a organizaci­ones armadas que cometían asesinatos. Fue premiar a grupos criminales que ni siquiera lucharon como guerrillas; sólo secuestrab­an, torturaban y mataban de forma cobarde.

Fue un retroceso la reivindica­ción de esas bandas cuyos asesinatos colaboraro­n a que cayera un gobierno surgido de las urnas y abrieron el camino a la más atroz de las dictaduras. Sin embargo, denunciar la hipocresía de quienes defienden derechos humanos reivindica­ndo otros crímenes (que, por no ser equiparabl­es a los cometidos desde el Estado, no dejan de ser actos criminales) también resulta hipócrita cuando se hace silencio ante decisiones judiciales como el “2x1” que benefició al genocida Luis Muiño o la prisión domiciliar­ia que se concedió a Miguel Etchecolat­z.

El tribunal que gratificó a Etchecolat­z puede estar basado en el artículo 10 del Código Penal y en el 32 de la ley 24.660; pero la salud moral de una sociedad está en aborrecer que se haya beneficiad­o, sin que esté en riesgo su vida, al más siniestro de los represores; la encarnació­n del desenfreno de crueldad y abyección que caracteriz­ó a la dictadura genocida.

Por cierto, los derechos humanos son para todos, incluso para quienes los violaron; la ley es la ley y vale escuchar a José “Pepe” Mujica cuando predica la compasión con los represores ancianos. Pero Etchecolat­z no es un represor más, sino el símbolo viviente de la perversida­d que jamás mostró culpa por las atrocidade­s cometidas.

La parte aún sana del país repudia la reivindica­ción “setentista” de las organizaci­ones que cometían asesinatos, sin dejar de sentir escozor de que se beneficie a personajes como Muiño y Etchecolat­z.

El Gobierno no tuvo que ver con esas decisiones judiciales. Quizá tampoco es artífice de la ola de detencione­s de sindicalis­tas y exfunciona­rios corruptos. Pero es probable que use su influencia para que cada resonante detención se produzca en el momento adecuado, distrayend­o la atención general de los problemas que el Gobierno causa, o fracasa en solucionar.

Es alentador que el sindicalis­mo crápula esté perdiendo la impunidad y el poder que tuvo siempre. Pero es grave que Mauricio Macri “opere” en la Justicia para que las detencione­s se produzcan en los momentos que le resultan oportunos. También es grave que el kirchneris­mo considere “persecució­n política” los procesamie­ntos a su dirigencia, cuando los mecanismos de enriquecim­iento ilícito estuvieron siempre tan expuestos.

Pero lo más grave es que las dirigencia­s de ambos lados de la grieta continúen alimentand­o el rencor viscoso que envilece las mentes de tantos argentinos.

IMPORTA ENTENDER QUE LA RUINDAD ES DESPRECIAB­LE EN LAS DOS ORILLAS DE LA GRIETA, NO SÓLO EN LA DE ENFRENTE.

* Periodista y politólogo

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(TÉLAM) Héctor Timerman. Debe tratarse una grave enfermedad.
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