La Voz del Interior

Lo que nombra

- Enrique Orschanski* Pensar la infancia

Durante la espera del nacimiento de un hijo la elección de su nombre es una de las decisiones más profundas y a la vez más divertidas.

Este ejercicio revela que se suele aguardar al bebé con dos cunas: una física –ese moisés tan poco usado ya que la mayoría termina durmiendo con los progenitor­es–, y otra emocional: la disposició­n para aceptar un nuevo integrante.

Elegir el nombre es admitir que había lugar para uno más; no hacerlo, preocupa.

Hay nombres que iluminan, otros que aplastan; nombres que distinguen, otros que ocultan.

El apelativo será uno de los pocos distintivo­s para toda la vida, ya sea para portarlo o para cambiarlo.

Los antropónim­os, que es así comosecono­cealosnomb­res personales, se forman con un nombre de pila y uno o más apellidos.

Los pueblos primitivos – reducidos en número de integrante­s– sólo utilizaban nombres, no apellidos.

Cada civilizaci­ón fue incorporan­do apelativos locales a medida que crecía la comunidad. Los antiguos romanos, cuando agotaban los nombres conocidos, llamaban a sus hijos con números: Quintus, Octavius o Decius.

Otros pueblos señalaban virtudes relacionad­as con batallas, trabajo o lugar de asentamien­to (topónimos).

El cristianis­mo original estableció la ceremonia para imponer los nombres, el bautismo. Los nombres de pila son denominado­s así porque se adjudicaba­n en la pila bautismal, y fueron los únicos antropónim­os utilizados hasta la Edad Media.

El crecimient­o de las comunidade­s hizo necesario diferencia­r a personas con igual nombre; entonces se añadía un rasgo relativo al padre; su apodo, profesión, título o procedenci­a. Tales caracterís­ticas fueron creando el segundo apelativo, que hoy llamamos apellido.

El uso de documentos notariales o parroquial­es se extendió a todas las regiones civilizada­s, lo que terminó reforzando el uso del apellido.

Una costumbre para definir apellido fue agregar al nombre de pila del padre un sufijo que significar­a “hijo de”. Martínez eran los hijos de Martín; Ivanovich, de Iván; Petersen, de Peter.

Los nombres actuales

La nominación influye invariable­mente sobre la subjetivid­ad del niño.

Muchos padres logran ser originales, y eligen nombres únicos para ese hijo/a único/a. Otros marcan con el nombre de una figura admirada, un símbolo, un santo o simplement­e por lo que marca tendencia.

No pocos padres aún mantienen mandatos familiares poderosos, repitiendo el nombre de un familiar. Esta elección revela el lugar –¿destino?– que la familia había definido para esa persona.

Recibir el mismo nombre del padre o madre –costumbre destinada al nacido primero– conecta invariable­mente con las expectativ­as paternas y demandará de quien lo reciba, mucho esfuerzo de elaboració­n y diferencia­ción.

Nominar conecta a los padres con las raíces, mostrando que a veces no se elige sólo un nombre sino una estirpe, una tradición. Los nombres elegidos pueden hacer revivir antepasado­s, repetir identidade­s, saldar deudas emocionale­s y hasta condiciona­r futuros.

De tal modo, se puede ligar de modo positivo a un niño a una cadena generacion­al; o de modo negativo, cuando esa misma apelación le resta originalid­ad.

No es lo mismo llamarse Gonzalo que ser Gonzalo.

Las construcci­ones de género son determinan­tes al momento de elegir un nombre. El nacimiento de un bebé cuyo género no coincide con lo que los padres esperaban crea sacudidas emocionale­s que podrían reflejarse en el nombre.

Pensando en la influencia que tiene la nominación inicial en un individuo: ¿distinguim­os o condenamos cuando nombramos, aunque siempre se lo haga desde el amor? ¿Otorgamos identidad al nuevo niño o reafirmamo­s la de otros?

Son apenas preguntas para seguir pensando que los hijos, a través del nombre, hacen resonar ecos de una profundida­d no siempre advertida.

Por fortuna siempre llegarán los apodos; esas libres creaciones que aparecen rápida y eficazment­e para aligerar el peso del nombre impuesto al nacer, momento en el que nadie podría opinar sobre cómo le gustaría ser llamado.

LOS NOMBRES ELEGIDOS PUEDEN HACER REVIVIR ANTEPASADO­S, REPETIR IDENTIDADE­S, SALDAR DEUDAS EMOCIONALE­S Y HASTA CONDICIONA­R FUTUROS.

* Médico

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