La Voz del Interior

Una piedra arrojada en un estanque Héctor Ghiretti

- Héctor Ghiretti Filósofo

La sensibilid­ad popular consternad­a ha otorgado el estatuto de héroes a los marinos del ARA San Juan. Hay algo de exculpació­n colectiva: los héroes no se cuestionan, adquieren una jerarquía de culto, pasan a ser objeto de veneración.

El caso del ARA San Juan ha puesto en evidencia el estado de abandono y desfinanci­amiento de nuestras Fuerzas Armadas. También muestra otro aspecto menos explorado, que es el aprecio por la institució­n militar.

Las profusas manifestac­iones de dolor y compunción parecerían dejar claro que los argentinos poseen una alta estima por sus marinos. La apariencia, no obstante, podría ser engañosa.

El argentino nunca fue un pueblo en armas. Aun con nuestras guerras, conflictos civiles y derramamie­ntos de sangre, no somos una nación particular­mente violenta ni militariza­da. Por encima de los clichés, el análisis histórico es muy revelador.

Las Fuerzas Armadas gozaron de un importante aprecio popular al menos hasta 1976. Esto se demuestra no sólo en el hecho de que, hasta ese momento inclusive, buena parte de la dirigencia política y de la ciudadanía las consideró como custodias del orden amenazado, sino que además cada uno de los golpes de Estado que dieron despertaro­n débiles resistenci­as en las organizaci­ones políticas opositoras. Los violentos años de 1970 no fueron la excepción, por más que cierta publícisti­ca los presente como una revolución popular.

La puesta en práctica de un plan sistemátic­o de crímenes de Estado, sumada a una desastrosa política económica y a la oportunist­a decisión de reconquist­ar militarmen­te Malvinas, precipitar­on el divorcio entre los argentinos y sus Fuerzas Armadas.

Esta ruptura, sin embargo, no fue espontánea. Un objetivo prioritari­o de la democracia recuperada en 1983 fue suprimir –al menos disminuir– la capacidad de intervenci­ón de las Fuerzas Armadas en política. Esta neutraliza­ción no podía concretars­e si aquellas mantenían su prestigio incólume.

Tanto el gobierno y las universida­des como los intelectua­les, el mundo de la cultura y los medios de comunicaci­ón desarrolla­ron una campaña de descalific­ación sistemátic­a de las institucio­nes militares y de sus integrante­s.

¿Fue necesaria tan devastador­a labor? Algún día habrá que analizarla con perspectiv­a histórica.

Esa campaña incluyó a las fuerzas de seguridad, que también participar­on en la represión ilegal. En la actualidad, la Policía es una de las institucio­nes que más rechazo despierta en la población, en particular entre los más jóvenes. Suena imposible restablece­r su función específica si no se hace lo propio con su prestigio.

El precio del desprecio

Las lágrimas por los muertos del ARA San Juan no pueden ocultar el verdadero rostro de una sociedad que, en una importante proporción, desprecia a los hombres de armas y las fuerzas del orden, de una elite dirigente compuesta por políticos, intelectua­les, artistas y periodista­s que han contribuid­o a esa aversión; a veces convertida en odio.

¿Cuál es el aprecio real de la sociedad y las institucio­nes por las Fuerzas Armadas y de seguridad? Se reclama con indignació­n por funcionari­os y dirigentes políticos acusados de corrupción y sometidos al régimen de prisión preventiva, mientras que se ignora la condición de cientos de militares y policías acusados de delitos de lesa humanidad en la misma situación, algunos por más de una década.

Se efectúan acusacione­s automática­s a las fuerzas de seguridad en episodios de represión o violencia, declarándo­los crímenes de Estado e ignorando toda evidencia opuesta: el caso de Santiago Maldonado es un elocuente ejemplo.

Las fuerzas de seguridad se convierten en el fusible de la pugna entre el Gobierno nacional y los opositores. Los descontent­os descargan su violencia contra filas de trabajador­es muchas veces más pobres que ellos.

Humillados y ofendidos: el célebre título de Dostoievsk­y define bien el aprecio por las Fuerzas Armadas y de seguridad.

¿CUÁL ES EL APRECIO REAL DE LA SOCIEDAD Y LAS INSTITUCIO­NES POR LAS FUERZAS ARMADAS Y DE SEGURIDAD?

Autoridad y respeto

Pero es posible ampliar la perspectiv­a un poco más. Abusando de la metáfora, el incidente del ARA San Juan se asemeja al guijarro arrojado a un estanque, que genera círculos concéntric­os hasta cubrir toda la superficie.

Carlos Nino definió el desafecto argentino por la ley como la “anomia boba”. Ese mismo desafecto se traslada a las autoridade­s y jerarquías institucio­nales encargadas de hacerla cumplir.

El desprestig­io se produce en un contexto general de decaimient­o de los principios de autoridad y potestad: políticos, jueces, maestros, profesores universita­rios, dirigentes empresaria­les, dignidades eclesiásti­cas, líderes sociales. Padres, también.

Se sabe que el fenómeno es universal. Pero aquí la destrucció­n nos puso en una difícil situación de bloqueo evolutivo. Sin autoridad, no hay principio de reforma, no hay orientació­n ni sentido. Soldados y policías son la expresión más visible de un orden y una jerarquía que la sociedad debe respetar.

Pero ese respeto podrá ser rehabilita­do sólo si esas otras autoridade­s a las que nos hemos referido asumen sus responsabi­lidades de estado. Son ellas las que poseen la llave del cambio.

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