Balance positivo para una fiesta que se desinfló al final
La persistente lluvia del sábado y la ausencia de “Manseros” el domingo se tradujeron en unos 20 mil espectadores menos que en 2017.
Cada año, la organización del festival de Jesús María supone una serie de metas por cumplir y un organigrama sobre cómo se arribará al objetivo. Con la remodelación de la grilla, una serie de ventajas a la hora de comprar las entradas, y con la promesa de una programación de “campo” sólida, el festival salió con la convicción de que podría alcanzar la meta de 180 mil espectadores en 12 noches y volver a batir el récord de la edición anterior.
Y acá la ecuación es simple: por encima de las 125 mil entradas vendidas, el costo de organizar la edición queda saldado y cada entrada que supera esa barrera computa como ganancia.
En 11 noches, el cálculo que viene ofreciendo la Secretaría de Prensa y Difusión señala que se vendieron 130.723 entradas y que había 14 mil anticipadas para el lunes “extra”. Es probable que, al terminar la edición, el número final de entradas vendidas orille las 150 mil. Cada proyección de metas debería venir con la leyenda “puede fallar” y, en este caso, dos hechos fortuitos hicieron que la previsión original no se cumpliera.
Por un lado, la lluvia del sábado, más el viento y el frío, le quitaron público al anfiteatro y, por otra parte, la inesperada internación de Onofre Paz y la suspensión del show de Los Manseros Santiagueños le restaron a la fiesta de cierre otros 10 mil espectadores, teniendo en cuenta la convocatoria que el legendario grupo ha sostenido en esta arena.
Aciertos y errores
De todos modos, en el rubro utilidades, el festival habrá incorporado notables ingresos por publicidad estática, por la concesión de parrillas, quioscos y stands de artesanías, además de los subsidios que recibe directa o indirectamente del Gobierno de Córdoba y de la Nación.
A una fiesta que sale bien plantada como esta, cómo suenan los artistas en el escenario es de vital importancia, pero este año dejó mucho que desear y fue la queja de artistas y de la propia comisión. Quisieron tapar las deficiencias técnicas con volumen y eso no hizo más que empeorarlo todo. Lo padecieron los espectadores y hasta los propios vecinos de la ciudad, que se escandalizaron con el volumen que vino de afuera.
Tampoco funcionó el juego de luces láser tan promocionado como reemplazo de los fuegos artificiales. Las proyecciones de imágenes estáticas, casi pueriles, y un juego de palabras no generaron nada especial en el público que, desde algunos sectores, ni siquiera pudo apreciarlo. Puede mejorar porque, técnicamente, tiene un potencial tremendo.
En la línea de los aciertos, funcionó “quitarle” un día determinado a un artista. Ya no hubo, por ejemplo, martes de Chaqueño Palavecino, y moverlo al viernes le reportó un mejor desempeño en las boleterías. Funcionaron, además, las propuestas temáticas y regionales: carnaval jujeño, chaya riojana, patio santiagueño, homenaje de Salta a Jesús María.
Entre los shows destacados, independientemente de la convocatoria de ese día, se destacaron Jairo + Baglietto, Luciano Pereyra (reinventó su romance con el público), Los Tekis, Sergio Galleguillo, Los Huayra, Abel Pintos (casi una postal de beatlemanía) y Jorge Rojas, todos por su profesionalismo y entrega. En líneas generales, la rediagramación de la grilla mostró al festival en la senda de la innovación que tanto se le reclama.
Jesús María se quedó con el gustito amargo de no haber alcanzado un nuevo récord de asistencia de público, pero debería recordar que viene con la vara muy alta, superándose a sí mismo y que, alguna vez, ¡puede fallar!