Por qué políticos y celebridades dicen cada vez más malas palabras
Los más fuertes insultos se volvieron un lugar común en los labios de políticos, de dirigentes deportivos y de referentes o celebridades de diversos ámbitos. Un breve repaso de la violencia verbal del año que pasó, tanto en Córdoba como en el resto del p
“–¿Quién habla?
–Yo, Cristina, pelotudo”.
Las conversaciones privadas que la expresidenta Cristina Fernández mantenía con sus funcionarios fueron otra de las numerosas muestras que, en los últimos meses, conocieron los argentinos de la violencia verbal con la que habitualmente se expresan políticos, representantes y referentes de las disciplinas más variadas.
“–¡Boludo! ¡Cobrás 100 pesos por mes, gil!”.
El técnico de la selección nacional de fútbol, Jorge Sampaoli, atacó así a un inspector de tránsito, cuando salía del casamiento de su hija, en Casilda, en un auto en el que se conducían más personas que las permitidas.
Esta versión de aparente aporofobia –odio a los pobres– que exhibió el millonario entrenador, dejó al descubierto también una forma de pensar: no sirve ser honesto ni cumplir con las obligaciones si eso no engorda la billetera.
Ligó la reina
“Macri es un reverendo hijo de puta”, lanzó la verborrágica titular de Madres de Plaza de Mayo, Hebe de Bonafini, famosa por repartir insultos sin fronteras ni demasiado pensamiento reflexivo previo: casi no queda dirigente argentino sin recibir alguna de sus diatribas. “Me cago en la reina”, agregó, por ejemplo, cuando Máxima Zorreguieta, la argentina coronada en Holanda, anduvo de visita por estos crueles parajes.
“Mauricio Macri hijo de remil puta, basura para la represión”, complementó Luis D’Elía para criticar la actuación de la Gendarmería en el caso Santiago Maldonado. El líder piquetero se encuentra detenido por encubrimiento a los responsables del atentado terrorista contra la Amia.
“Durán Barba tiene un pedo en la cabeza”, aireó hace algunas semanas el exsecretario de Medios kirchnerista Enrique Albistur sobre el gurú ecuatoriano de Cambiemos. “Es un hijo de puta traidor”, dijo la hija del gremialista “Momo” Venegas luego de echar al sindicalista camionero Hugo Moyano del funeral de su padre, a mediados del año pasado.
Esta amable forma de comunicarnos no es patrimonio único de los políticos ni de las personas conocidas públicamente. Es patrimonio de la argentina humanidad.
“A D’Onofrio hay que quemarlo en una plaza pública”, dijo el presidente del club Rosario Central, Raúl Broglia, sobre su par de River. Su impulso inquisitorial se despertó, simplemente, porque quisieron robarle un jugador.
“Te quiero recontra cagar a trompadas, ¿entendés? Te quiero recontra cagar a trompadas, pendejo del orto”. Así se dirigió a un alumno, en clase, un profesor de la Universidad de Belgrano que fue grabado con el celular por otra de sus víctimas pedagógicas, en junio del año pasado.
Un mes después fue el turno de un árbitro de la liga de fútbol de Río Tercero, que le dijo a un niño que cayó durante una jugada del partido: “Levantate, pelotudo. Dedicate a jugar al fútbol, maricón, llorón”. El niño se levantó. Y se fue del partido.
“Basura e inmundicia humana”, dijo –por escrito– el abogado misionero Roberto Bondar sobre una niña de 11 años, vendida por sus padres, que acusaba de abuso sexual a su cliente.
Cortala con la coprolalia
Dos de las más reconocidas lenguas flamígeras de Córdoba, el sindicalista Rubén Daniele y el exintendente Luis Juez, sumaron también perlas a sus collares.
“¿Quién puede hacer esto sino un mal nacido de mierda?”, dijo el titular del gremio Suoem en supuesta referencia al intendente Ramón Mestre, por la publicación del listado de empleados de la Municipalidad con sus respectivos sueldos. “Lo pagará muy caro”, agregó, sumando una nueva acusación judicial por incitación a la violencia colectiva.
“No digan que este mugriento se ve que agarró hábitos ecuatorianos”, se inmoló el entonces embajador argentino en Ecuador, Luis Juez, en charla informal con una radio en octubre pasado. El cordobés dijo que fue sacado de contexto, pero el Gobierno nacional decidió sacarlo a él de la Embajada.
Ambos, Daniele y Juez, reflexionaron para este diario sobre su soltura verbal y las consecuencias que les ha traído en sus vidas (ver aparte). Daniele reconoce que no sabe controlarse, ni siquiera en su vida personal, y Juez reconoce algo que los cordobeses sospechaban: el lenguaje diplomático no es lo suyo.
“Coprolalia” es el término que describe la tendencia patológica a estar soltando insultos y obscenidades. País coprolálico, podríamos decir de esta comarca. Muchos de los ejemplos anteriores tienen como agregado el uso del insulto con la intención directa de lastimar, de hundir el cuchillo donde más pueda doler.
P... el que lee
Pablo Marchetti, autor de Puto el que lee. Diccionario argentino de insultos, injurias e imprope
rios, dice que “insultamos para definir una posición. El insulto revela algo que queremos desajustar en el otro, y nos ayuda a poner un lazo que difícilmente se pueda borrar con una disculpa. ¿De qué nos vamos a disculpar, de interesarnos tanto por alguien que lo insultamos? Es una forma de integrarnos con otra persona”.
La cantante Miss Bolivia, a la que le gusta incluir en sus letras términos del habla cotidiana, dijo en una entrevista con el diario Perfil que “insultamos por una necesidad. Tiene que ver con registrar al otro, comunicarse de modo especial. Una puteada es el documento de una época, porque está atravesada por el espacio, el tiempo, la edad, las costumbres. Son un gesto político”.
Con una mirada humorística, es famosa la intervención de Roberto Fontanarrosa, en el Congreso de la Lengua, realizado en Rosario en 2004. El dibujante defendió las “malas palabras” porque son “irreemplazables, por sonoridad y contextura física. No es lo mismo decir que una persona es tonta o zonza que decir que es un pelotudo”.
Otro humorista, Enrique Pinti, en un largo monólogo teatral,
“COPROLALIA” ES EL TÉRMINO QUE DESCRIBE LA TENDENCIA PATOLÓGICA A ESTAR SOLTANDO INSULTOS Y OBSCENIDADES. PAÍS COPROLÁLICO, PODRÍAMOS DECIR.
en el que enhebra docenas de insultos con marca nacional, dice que “las palabras son solamente la parte de afuera de una sociedad, una cuestión de lenguaje. Lo que hay que ver es lo que encierran, la moral, las acciones. Las malas palabras no existen en sí mismas, sino que de alguna manera existe la intención del hombre”. Y cierra explicando que ha dicho “malas palabras” toda la vida. “Las digo porque me queda cómodo y porque me queda bien. Eso no me aumenta ni me rebaja un ápice, pero todavía hay gente boluda, fruncida, estúpida, alcahuetes y viejas pelotudas que siguen diciendo que el problema son las malas palabras. El país se está cayendo a pedazos, el mundo se va al carajo, se viola, se mata, se revienta, pero claro, el problema son las malas palabras”.
Carrió, Disney y submarino En los meses recientes, no solamente los insultos fueron noticia, sino también las salidas de tono de varios dirigentes.
Elisa Carrió, también conocida por su incontinencia verbal, protagonizó varios episodios que indignaron a las audiencias. En un programa de televisión del canal TN, cuando el periodista hablaba de la aparición del cadáver de Santiago Maldonado, que se mantenía conservado por las aguas frías de la Patagonia, acotó: “Es como Walt Disney”. El comentario, con sarcasmo, se lo hizo al jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, que no sabía hacia dónde mirar.
Días antes de que se encontrara el cadáver, Carrió había dicho que había “un 20 por ciento de posibilidades” de que Maldonado hubiera escapado a Chile. Semanas después, en el programa de Mirtha Legrand, cuando se aguardaba la aparición del submarino ARA San Juan, sorprendió: “Tengo que decirlo, están muertos”. A su lado estaba la esposa de uno de los tripulantes.
El mismo presidente Macri tuvo una desgraciada salida cuando, al visitar en el hospital a Maximiliano Russo, uno de los policías heridos por incidentes frente al Congreso de la Nación, en riesgo de perder la visión en uno de sus ojos, le dijo: “Demasiado linda tu mujer para que la mires con un solo ojo”.
El tema se agrava cuando algunos de los que, se supone, podrían ser más analíticos y evitar las reacciones en caliente, se suben al tren de la puteada.
“Una boluda de barrio Norte como Inés Estévez, una snob, una minita que en su puta vida agarró un revólver de cebita”, dijo el periodista Jorge Lanata sobre la actriz, que había intentado equiparar la violencia terrorista con la violencia ejercida por los estados, entre bocado y bocado en la mesa de Mirtha Legrand.
“¡Forro, hijo de puta, puto, cagón!”, lo piropeó un colega al periodista Alfredo Leuco en la ceremonia de los Premios Martín Fierro. “¿Por qué no te vas a la puta que te parió, Moreau? ¡Andate a cagar!”, fue el consejo fisiológico que el periodista de radio Mitre Pablo Rossi le ofreció al diputado nacional kirchnerista, que había justificado la agresión a un notero de TN.
Las puteadas argentinas que trascienden las fronteras, como el descontrol verbal de los locutores futboleros y de los políticos, le han forjado al país merecida fama de boca sucia. En internet hay videos editados por extranjeros sobre la coprolalia argenta, y también tutoriales que enseñan a insultar como un argentino.
Hasta las mayores alegrías nacionales tienen que ser selladas con una señora puteada: “¡Y no me importa lo que digan esos putos periodistas, la puta que los parió!”, cantó en el vestuario toda la selección argentina de fútbol. Fue el día que se clasificó al Mundial de Rusia. Porque hasta la felicidad, en Argentina, es una puteada que se puede cantar.
EL MUNDO SE VA AL CARAJO (...), PERO, CLARO, EL PROBLEMA SON LAS MALAS PALABRAS.
Enrique Pinti, humorista
UNA PUTEADA ES EL DOCUMENTO DE UNA ÉPOCA, PORQUE ESTÁ ATRAVESADA POR EL ESPACIO Y EL TIEMPO. Miss Bolivia, cantante