La Voz del Interior

Lo que dicen y no dicen las malas palabras

- Carlos Schilling Editor

¿ Es posible medir el clima social? ¿Existe un termómetro que permita pronostica­rla temperatur­a de un país? Es difícil determinar­si la cantidad de malas palabras que decimos los argentinos, sobre todo los dirigentes y las figuras públicas, expresan algo sobre nuestra mentalidad o sólo son una manifestac­ión de dudosos modales y escaso vocabulari­o.

Lo primero que deberíamos apuntar es que si se usan tanto es porque ya no espantan demasiado, se han asimilado a nuestro lenguaje cotidiano. Perdieron su eficacia, su poder ofensivo, su agresivida­d. Algunas de ellas –el “boludo” es el ejemplo clásico– incluso se transforma­ron en una especie de apelativo, integrado al saludo o a los giros de la conversaci­ón.

La pregunta que podría formularse con todo derecho cualquier lector sería: ¿por qué darles tres páginas de un diario a las malas palabras si su incidencia social es tan relativa? La respuesta es preci- samente que aquello a lo que nos acostumbra­mos, aquello que naturaliza­mos, está diciendo más de nosotros que los acontecimi­entos o los fenómenos que nos resultan extraordin­arios.

El Primer plano de hoy tiene la forma de un repaso sobre los exabruptos de nuestros políticos y celebridad­es a lo largo de 2017. Sin embargo, en paralelo a esa lista de

EL VERDADERO PROBLEMA RADICA EN CUÁL ES EL GRADO DE VIOLENCIA Y DE OFENSA QUE ESTAMOS DISPUESTOS A TOLERAR.

insultos nacionales, hay que leer una invitación a pensar y a cuestionar nuestros hábitos y nuestros modales lingüístic­os.

Las palabras no son malas por sí mismas, se vuelven malas en contextos y en usos determinad­os. En el diccionari­o, todas parecen limpitas y ordenadas.

El verdadero problema radica en cuál es el grado de violencia y de ofensa que estamos dispuestos a tolerar en ellas. Una simple insinuació­n podía derivar en un duelo a muerte en el siglo XIX.

Hoy estamos lejos de esa susceptibi­lidad, por suerte. Sin embargo, la intención de aniquilar a alguien escupiéndo­le munición verbal de grueso calibre dice menos de la persona insultada que de nosotros mismos.

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