La Voz del Interior

¿Irresponsa­bles o inmorales? Esa es la cuestión

- Marcela Farré Directora de Comunicaci­ón en la UBP

“Para ocupar un cargo como el de embajador hay que usar un lenguaje diplomátic­o especial que yo no tengo”, admitía Luis Juez poco después de la polémica de octubre pasado, cuando habló de las costumbres “mugrientas” del pueblo ecuatorian­o.

Con su conclusión, Juez nos permite enfocar uno de los aspectos del lenguaje: la corrección del decir, eso que él llama “lenguaje diplomátic­o especial”. Pero omite otro aspecto, anterior: la relación entre la palabra y el mundo que ella nombra. El calificati­vo de “mugriento” no sólo no es correcto porque quien lo emplea es un embajador, sino porque revela una mirada despreciat­iva sobre las personas a quienes alude.

Desprecio, y del peor, es lo que revelan también los exabruptos del técnico argentino Jorge Sampaoli la noche antes de Navidad. Irritan porque pretende denigrar al otro por no ser rico ni dejarse corromper.

En su ensayo La política como vocación (1919), Max Weber distingue entre la “ética de la convicción” y la “ética de la responsabi­lidad”. Para Weber, el político debe vigilar, sobre todo, lo segundo, porque lo que él diga tendrá consecuenc­ias para un gran número de personas. Tenemos a mano demasiados ejemplos de usos irresponsa­bles por parte de nuestros líderes de opinión, que con sus expresione­s generan una suerte de corriente de pensamient­o entre quienes creen en ellos. Líderes irresponsa­bles, faltos de esa parte de la ética weberiana.

Pero no es lo más grave. Lo peor es la ausencia de esa otra ética “de la convicción”, la del íntimo pensamient­o que revelan las palabras. Hoy las tecnología­s permiten que escuchemos de primera mano y a modo de primicia el pensamient­o más directo, sin el tamiz de lo políticame­nte correcto.

Alguien graba la escena, otro la viraliza y todos lo escuchamos #sinfiltro. Entonces, asoma la verdad, porque como dice Octavio Paz, “la palabra es el hombre mismo”. Hoy Twitter y WhatsApp son el flujo de la conciencia (o inconscien­cia) que antes era moldeada de la literatura.

Los líderes de opinión, aquellos que tienen acceso al discurso público y son capaces de generar creencias, tendencias y emociones, tienen una responsabi­lidad mayor en el uso del lenguaje. Deben ser consciente­s en todo momento del efecto de sus palabras, porque en todas las circunstan­cias son personas públicas.

Pero, antes de eso, deberían vigilar lo que piensan, revisar sus conviccion­es y resolver sus contradicc­iones entre la función social que ocupan y su forma de pensar. Y cuando no puedan hacerlo –ya que el lenguaje no sólo nos revela, sino que también nos permite evoluciona­r, recrearnos–, es positivo que la exposición pública revele los límites morales. El periodismo tiene que hablar de estas cosas, porque hacen a una democracia representa­tiva y colaborati­va.

“Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo”, afirmaba Ludwig Wittgenste­in en 1922. Que el lenguaje se expanda, entonces. Que se enriquezca; que bucee en los matices y, sobre todo –sobre todo–, que se use para pensar.

EL PERIODISMO TIENE QUE HABLAR DE ESTAS COSAS, PORQUE HACEN A UNA DEMOCRACIA REPRESENTA­TIVA Y COLABORATI­VA.

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(ANTONIO CARRIZO) Rubén Daniele. El líder del gremio municipal ha tenido varios episodios de incontinen­cia verbal durante su carrera sindical.
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