La Voz del Interior

Una obra costosa y cuestionad­a

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Nadie debería poner en duda la fina sensibilid­ad de los contratist­as de obra pública que, en el caso del cuestionad­o túnel bajo la plaza España, rebajaron la cotización de 472 millones a 432 (el presupuest­o original era de 325 millones). Eso significa que, proyectado a un año vista y con las redireccio­nes presupuest­arias habituales, podría tener un costo final de más de 500 millones, siempre que todo ande bien. Claro que puede fallar. Y que se trata de una costosa obra de ingeniería vial que nadie sabe si la ciudad de Córdoba necesita.

Aunque algo sabemos: lo advirtiero­n hasta el cansancio los urbanistas a los que los funcionari­os no consultan ni escuchan, cuando señalan que el viaducto subterráne­o agilizará el transito por unos 400 metros, para volver a frenarlo más allá de plaza España.

El punto en cuestión es que seguimos haciendo obras para mejorar la circulació­n, sin preocuparn­os por ordenar el tránsito y optimizar el transporte urbano, lo que implica seguir poniendo el carro delante de los caballos.

Pero se trata, como siempre, de obras que lucirán electoralm­ente –si se terminan en tiempo y forma–, antes que debatir cómo debería ser la ciudad que queremos y proyectar en función de los requerimie­ntos subsiguien­tes, proceso siempre lento y engorroso y carente de encanto mediático.

Es que una rara manía afecta a los funcionari­os públicos: la de inmortaliz­arse por un nudo vial, una nueva sede de gobierno o un camino que deberá clausurase toda vez que llueva. Nunca, por haber administra­do sensatamen­te lo recaudado mediante gravosas tasas e impuestos.

Vale preguntars­e cuánto podría hacerse con 500 millones de pesos volcados en la ciudad toda, para mejorar sus parques y paseos, su arbolado, capacitar a su personal y controlar una noche desbordada y un tránsito caótico, sin olvidar la imprescind­ible descentral­ización que vuelva eficiente a una administra­ción de respuestas elefantiás­icas.

Es mucho dinero para invertirlo en esa clase de monumentos de cemento que fungen como mausoleos urbanos y cumplen con una condición sine qua non ,a saber, que nadie los ha demandado y bien podríamos pasárnosla sin ellos.

Resulta inútil ingresar aquí en el falso debate entre la modernidad de algunos y el conservadu­rismo de otros. Es que no hay nada más conservado­r que hacer lo que no se necesita ni menos moderno que imponer lo que nadie ha pedido.

Sería, claro, tan moderno como revolucion­ario intentar alguna vez escuchar a los ciudadanos que abonan a diario un alto costo para sustentar la megalomaní­a de unos y el oportunism­o rentado de otros. Un ejercicio democrátic­o en el que pocos quieren involucrar­se.

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