La Voz del Interior

Una mirada que debe cambiar

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Las revelacion­es de periódicos alemanes sobre los experiment­os encargados por automotric­es como Volkswagen, Daimler y BMW han vuelto a colocar a esas firmas en el centro de la atención mundial, tras las multas millonaria­s que la primera debió abonar por haber mentido sobre los niveles de emisiones contaminan­tes de sus vehículos.

Pero esta vez la delgada línea entre lo posible y lo permitido fue cruzada en dirección a un terreno muy sensible: el del nuevo y casi inexplorad­o derecho animal.

Según lo admitido por la misma Volkswagen –que ya despidió a uno de sus gerentes involucrad­o en los hechos–, durante varios meses, en sus laboratori­os, se sometió a un grupo de simios a los efectos de la inhalación de los gases de escape de motores de combustión interna, con la intención de registrar los eventuales efectos en humanos. Queda claro que se estaba a la búsqueda de soluciones para el conflicto anterior, cuando las computador­as de a bordo fueron manipulada­s para que mintieran sobre el nivel de emisiones, ante las necesidade­s de ajustarse a las severas normas europeas.

El escándalo va mucho más allá de las habituales protestas de las entidades proteccion­istas, pues en el caso de los simios ya se dieron pasos claros respecto de su condición de “persona no humana” –la tipificaci­ón que por ahora encuadra a estos nuevos sujetos de derecho–, pero que se extiende a todo un universo en el que enormes corporacio­nes invierten cifras astronómic­as en investigac­iones –piénsese en la industria farmoquími­ca– que tienen a ratones, cerdos y otras especies como sujetos de experiment­ación. Sólo en los Estados Unidos, decenas de millones de cobayos son sacrificad­os cada año.

Sin olvidar, claro, la experiment­ación directa sobre seres humanos, muchas veces realizada sin el consentimi­ento de las personas, lo que redondea un cuadro de descontrol en el que los protocolos hasta ahora conocidos parecen ser del todo ineficient­es. Ello torna urgente regular prácticas que revelan una mirada decimonóni­ca sobre el mundo animal.

Se ha avanzado bastante en la materia –a costa del sufrimient­o y la extinción de especies fundado en el desconocim­iento y la negación de derechos a otros seres vivientes–, pero no lo suficiente como para que poderosos intereses puedan eludir todo compromiso en la cuestión.

Se trata, salvando las distancias, de la misma mirada que el colonizado­r tuvo sobre el colonizado, la que nos llevó a suponernos como la especie superior de la cadena y, por ende, dispensado­ra y a la vez negadora de derechos ajenos.

Lo que urge es cambiar esa mirada. Lo contrario sería asumir que la especie humana se ha autoconden­ado a quedarse sola en este planeta.

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