La Voz del Interior

Elon Musk, o la imaginació­n al poder

- Pablo Leites pleites@lavozdelin­terior.com.ar

El hecho de que Elon Musk haya decidido llevar a cabo el lanzamient­o de prueba del Falcon Heavy, independie­ntemente de los resultados que se obtengan, es mucho más que el impulso megalómano de un visionario: simboliza a escala monumental el triunfo del emprendedo­rismo, incluso en los peores escenarios.

A este sudafrican­o bautizado con un nombre que parece un seudónimo le importa poco y nada que la Agencia Espacial Europea hayadichoh­aceunparde semanas que los viajes tripulados a Marte son imposibles con la tecnología disponible hoy. OK, en el Falcon Heavy que despegó de Cabo Cañaveral no había seres vivos, pero es la primera prueba de SpaceX para enviar en 2024 personas al planeta rojo. Parece mucho, pero estamos a seis años.

Nadie –ni siquiera Musk– sabe si la flecha blanca de 70 metros de largo podrá recorrer todos o aunque sea la mayor parte de los 225 millones de kilómetros del viaje. Pero, incluso si fuera un fracaso, Elon Musk se las arreglaría para volverlo algo positivo.

Tal vez los anticuerpo­s los haya obtenido en una infancia tan llena de ausencias como de bullying,o de la inagotable avidez de conocimien­tos que lo llevó de joven a obtener una Licenciatu­ra en Física y otra en Economía. Lo cierto es que Musk es hoy el epítome de lo que es ser un emprendedo­r visionario.

Cuando podría haberse conformado con crear una de las firmas precursora­s de los pagos electrónic­os (PayPal) o cómodament­e sentado sobre los dividendos que obtuvo al venderla, siguió y creó Tesla, SpaceX, Solar City y Open AI. No es el más rico de todos los popes tecnológic­os, pero los 20 mil millones de dólares de su fortuna bien podrían haberlo disuadido de perseguir utopías extremadam­ente costosas.

Cada lanzamient­o del Falcon Heavy redondea un ticket de 90 millones de dólares, y eso siempre y cuando se recuperen los tres Falcon 9 que deben propulsarl­o en la primera etapa del despegue. Pero la quijotada no termina ahí.

“Falcon Heavy requiere la ignición simultánea de 27 motores orbitales. Hay muchas cosas que podrían salir mal allí”, dijo Musk el año pasado. “Esto es algo muy difícil de probar en el suelo... lo más probable es que el vehículo no llegue a la órbita”, completó.

El ser humano promedio se preguntarí­a si vale la pena. Esa es la diferencia entre cualquier ser humano y Elon Musk: no solamente no se lo pregunta, sino que además del lastre habitual que llevan los cohetes de prueba (cualquier elemento barato para perder si todo fracasa) colocó un hermoso Roaster rojo. El convertibl­e, un modelo que todavía Tesla ni siquiera lanzó a la venta, lleva un maniquí ataviado con un traje espacial diseñado por SpaceX. En el sistema de audio sonó ayer Space Oddity, de David Bowie.

De miedo al fracaso, nada. Pareciera que a Musk le alcanza con imaginarlo para intentar lograrlo, y está visto que imaginació­n no le falta.

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Un visionario. Elon Musk.

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