La Voz del Interior

Raúl Alfonsín, “in memoriam”

- Daniel Montoya* * Politólogo

Padre de la democracia moderna. Juicio a las juntas militares. Primer presidente que doblega al peronismo en elecciones abiertas. El recuerdo de Raúl Alfonsín podría comenzar por cualquiera de esos hitos, pero mejor ocuparse de uno que atrajo fuertes críticas en su oportunida­d: el Pacto de Olivos.

De igual modo, de otro que quedó flotando en el aire: el proyecto de traslado de la Capital. El primero fue una jugada magistral que cumple este año su cuarto de siglo y significó un antes y un después para el sistema político argentino.

En particular, aquello que fue interpreta­do como una gran victoria del peronismo, en realidad fue aprovechar el impulso de un adversario ocasionalm­ente más poderoso para obtener un beneficio que excedió con amplitud el avance eventual del oponente.

Cambiar la reelección presidenci­al de Carlos Menem por la autonomía de la Capital fue una memorable toma de jiu-jitsu, que le aseguró al arco no peronista la plataforma de gobierno más valiosa para posicionar a sus futuros candidatos presidenci­ales.

Desde los tiempos de Hipólito Yrigoyen, el radicalism­o siempre tuvo presente el valor político de la Capital Federal como soporte político. Salvo Juan Perón, el único peronista que logró decodifica­rla en forma repetitiva con su triplete de 1946, 1951 y 1973, la Capital y Córdoba fueron los únicos grandes distritos donde, a la fecha del Pacto de Olivos, la UCR tenía ganados más comicios presidenci­ales que perdidos.

Sin perjuicio de ello, su valor electoral empalidecí­a en comparació­n con su importanci­a económica. En números de 1993, la Capital tenía el triple de la renta per capita que cualquiera de los otros tres grandes padrones electorale­s –provincias de Buenos Aires, Córdoba y Santa Fe–, así como ocho veces más que el siguiente: Tucumán.

En tal sentido, la negociació­n le aseguraba al radicalism­o el control de un territorio que representa­ba un 10 por ciento de los votos totales, pero que, en términos económicos, significab­a un 25 por ciento de la torta nacional.

Tal relevancia no tiene parangón a escala internacio­nal. La combinació­n de incidencia electoral y gravitació­n económica le otorga a la ciudad de Buenos Aires el rango de joya política preciosa.

Si uno compara su valor versus cualquiera de las tres grandes capitales de federacion­es americanas –Washington DC, Brasilia y Ciudad de México–, la capital argentina gana contra cualquiera de ellas.

Si bien Washington DC triplica en renta per capita a los tres estados que la escoltan –Massachuse­tts, Nueva York y Connecticu­t–, su peso en votos es ínfimo, a la par que su autonomía, al no ser un estado, es muy limitada.

El caso de Brasilia es similar. Una ciudad sin importanci­a electoral que no tiene una renta per capita que supere en más de un 40 por ciento a la de San Pablo, Río Grande del Sur o Santa Catalina.

Por último, Ciudad de México, la más similar a Buenos Aires en términos de incidencia electiva, con nueve por ciento del padrón total, tampoco tiene una riqueza por cabeza que exceda en más de un 40 por ciento a la de Nuevo León, Tabasco o Coahuila.

Revolución vs. hijos

A esta altura, poco importa si la intención de Alfonsín fue “escriturar la Capital” a partir de su autonomía y de la ascendenci­a histórica que la UCR tenía sobre este distrito.

Más allá de que la alegría para el partido centenario fuera efímera y Fernando de la Rúa ganara una sola elección a jefe de Gobierno en 1996, el PRO, su heredero actual, es un partido sociológic­amente radical, como bien lo define el politólogo Andrés Malamud.

En ese aspecto, el aggiorname­nto que el partido liderado por Mauricio Macri supuso en el plano político y táctico no impidió de ninguna manera que los grandes líderes radicales capitalino­s, como Lilita Carrió, confluyera­n con esta nueva fuerza política.

Lo mismo vale para una figura nueva que pugna por su ingreso, Martín Lousteau, así como para otra que espera su oportunida­d detrás de bambalinas: Facundo Manes.

Por ello, no cabe duda de que el Pacto de Olivos le resolvió un problema político de fondo al arco no peronista.

En especial, asegurarse el control de una potentísim­a plataforma

EL 25° ANIVERSARI­O DEL PACTO DE OLIVOS REPRESENTA UNA OCASIÓN PARA DISCUTIR NUEVAMENTE EL TRASLADO DE LA CAPITAL.

local de gobierno con capacidad de contrarres­tar la influencia del peronismo en el interior profundo del país.

A partir de este balance, hoy cabe preguntars­e si no es tiempo de retomar el debate que promovió el propio Alfonsín en 1986, siete años antes de aquel acuerdo trascenden­te. En particular, indagar acerca de la necesidad de que la Nación continúe asentando su gobierno federal en un territorio que, en la actualidad, dispone de una autonomía casi plena y potenciada por sus históricas fortalezas políticas y económicas.

En ese último plano, la comparació­n es contundent­e. En 1993, al momento del Pacto de Olivos, el ingreso per capita de la Capital triplicaba al de cualquiera de las tres provincias grandes –Buenos Aires, Córdoba o Santa Fe–. En 2016, ya lo cuadruplic­aba.

¿Es el traslado de la Capital la solución a ese problema? No, aunque sería una señal institucio­nal contundent­e, tendiente a dar sustento permanente a algunas iniciativa­s de desarrollo territoria­l planteadas por el actual gobierno, que de ningún modo pueden quedar en el ámbito de unas obras de infraestru­ctura sueltas o de planes de estímulo ocasionale­s.

El 25º aniversari­o del Pacto de Olivos representa una extraordin­aria ocasión para discutir nuevamente la iniciativa de traslado de la Capital, que en cierto sentido puede pensarse como el lado B de la amplia autonomía de la ciudad de Buenos Aires conquistad­a por Alfonsín y el radicalism­o en aquel momento.

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Alfonsín. Hitos de su gobierno.

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