La Voz del Interior

Balas, muertes y el abismo, siempre

- Alejandro Mareco Albures argentinos

Es el fuego acorazado de las balas en torbellino y la muerte atravesand­o la madrugada de uno de los corazones urbanos más vivos e insomnes de la ciudad de Córdoba.

Es la agonía en brazos de la desesperac­ión de su compañero y el sobrecoged­or final de un joven policía venido de lo profundo del interior cordobés, tal vez con el uniforme puesto sobre su ilusión, como una vocación familiar o sencillame­nte como un destino posible, del modo en que se alimentan con más abundancia nuestras fuerzas de seguridad.

Morir es el riesgo implícito de una paga que permite vivir apenas discretame­nte, y acaso por eso mismo es que se agiganta el pecado social de arremeter contra un símbolo del orden mínimo.

Es la huella de una versión algo más sofisticad­a del delito que expone su propia y devastador­a dureza con dos cadáveres en la calle y fugitivos que se llevaron el gran botín.

Es todo eso y mucho más lo que hizo gigante la conmoción que sacudió a los cordobeses antes del amanecer del viernes y durante las horas que aún fluyen. Estremecim­iento, miedo, dolor, impotencia, confusión y, con la sensibilid­ad expuesta, volver a poner sobre la mesa la vieja discusión lacerada.

Y entre los cadáveres de la calle aparece, además, el atormentad­o recuerdo del motín en la excárcel de barrio San Martín, en 2005. Uno de los asaltantes muertos, Ricardo Juan Serravalle, estuvo entre los presos que negoció el final de la sangrienta zozobra. Entonces, a la vieja discusión vuelve a sumarse el cometido de las cárceles.

En aquellos días, decíamos que una de las secuelas del motín había sido la profundiza­ción del abismo que separa a la cárcel del resto de la sociedad, la mayor de las grietas. Y que, aun en la bronca y en el dolor, había que sostener en pie los frágiles puentes que unen estos mundos separados.

Serravalle, definido en estos momentos como “ladrón culto”, entonces transitaba por uno de esos pequeños puentes posibles, el Programa Universita­rio en la Cárcel (PUC), de la Universida­d Nacional de Córdoba.

En medio del estupor y el revoltijo de las sensacione­s de estas horas que generan miradas impresiona­das y espasmódic­as, es posible que, además de cuestionar­se el sentido, se acorrale incluso la fe en estos esfuerzos.

Pero mientras la discusión crece y llega a las orillas de los conceptos absolutos, no hay que perder de vista la fecundidad de empeños como estos ni el valor de sostener puentes tendidos, incluso como intento de preservaci­ón común.

La otra alternativ­a es resignarse a la guerra abierta de la comunidad consigo misma, porque la delincuenc­ia y la marginalid­ad no son otra cosa que frutos de los retorcimie­ntos de la sociedad.

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