El adiós de un pueblo en el que ser policía es la única salida
San Carlos Minas salió ayer a la calle para despedir al joven cabo asesinado en la Capital. En aquella población, donde el trabajo no sobra, convertirse en uniformado es la alternativa.
“¡Qué te hacés el héroe! ¿Por qué te hiciste el héroe? Chicos, cuídense, cuídense por sus familias...”.
El grito desgarrador, desconsolado, de la novia de Franco Ferraro, el policía asesinado en el tiroteo en Nueva Córdoba el pasado viernes, era la imagen viva del dolor en San Carlos Minas. El pueblo enclavado al norte de Córdoba ayer lloró en el último adiós a uno de sus hijos.
En el umbral del cementerio, donde el capellán de la Policía dio el responso ante cientos de vecinos, la frase de la novia de Franco tuvo un fuerte sentido. Es que allí estaban sus compañeros, varios comisarios y otros jefes de la fuerza en un pueblo de poco menos de dos mil habitantes, donde una de las principales aspiraciones de los jóvenes que terminan la secundaria es vestir el uniforme azul. La falta de oportunidades laborales alimenta este deseo, que es prácticamente cultural en el pueblo.
La pequeña municipalidad no tiene espalda para soportar empleo público, no hay suficientes obras, el campo tampoco es una fuente de sustento y el turismo está lejos.
Lo dicen los vecinos con lágrimas en los ojos, conmovidos por la temprana y terrible partida de Franco; lo confirma el intendente de la localidad, Cristian Frías, quien asegura que, para los jóvenes, ingresar a la Policía representa una posibilidad de dinero seguro y rápido.
Así, el caso de la familia Ferraro –padre e hijos policías– es una imagen multiplicada en San Carlos Minas que ayuda a entender el peso de las palabras en el llanto desconsolado de la novia del cabo.
La maestra de jardín de Franco, Noemí Sánchez, lo recordó con cariño y también remarcó esta particularidad del pueblo: “Cuando los chicos terminan la secundaria, quieren ser policías, es lo único seguro”.
El último traslado de Ferraro comenzó en la madrugada del sábado. Su cuerpo partió desde Córdoba para llegar a su pueblo natal cerca de las 3.
Eduardo Giordano, un vecino, contó que en San Carlos Minas no duerme nadie desde el viernes a la madrugada, cuando llegaron las terribles noticias. “Eran las 4 de la mañana y todo el mundo deambulaba por la calle buscando explicaciones. La dueña del bailable cortó la música. ‘El Gordo’ –como lo llamaban– era muy querido”.
En el salón de usos múltiples conmovía ayer ese silencio que pesa toneladas en cualquier velorio. Sólo los pajaritos serranos lo cortaban, junto con los sollozos y las lágrimas de los presentes.
Cuatro uniformados de blanco impoluto custodiaban el lugar: dos en la entrada y dos a cada lado del féretro del joven cabo.
Muchos hombres duros en un solo lugar, que al encontrarse de frente a la tragedia no pudieron contener la amargura de la pérdida. Algunos estrujaban sus gorras, otros se tapaban el rostro o se mordían los labios. Esfuerzos inútiles para contener las lágrimas del adiós.
La caminata de 10 cuadras desde la improvisada sala velatoria hasta el cementerio tuvo aires de procesión, por la cantidad de personas que acompañaron el cortejo fúnebre. Parecía que el pueblo completo estaba en el lugar.
Un murmullo triste, en el que se distinguían algunos rezos, acompañó a la familia Ferraro hasta la necrópolis. Pegado al coche que trasladaba el cajón de Franco iba su hermana Vanesa, también policía, y muy cerquita de ella, su papá, Francisco, y sus dos hermanas mellizas. La pérdida le quitó las fuerzas a la madre del joven cabo, quien no pudo asistir al sepelio por una descompensación.
El padre de Franco, policía retirado, rescató de ese mar de dolor la vocación de servicio de su hijo: “Siempre me reprochaba que yo no podía estar en algunas oportunidades con él. No me entendía hasta que entró (a la Policía). En mi último cumpleaños, él estaba recargado. ‘No puedo ir, pa’, me dijo, y le respondí: ‘Yo estoy contento con que me hayas hablado y me digas feliz cumpleaños, te comprendo”, contó.
“Es difícil entender a un policía, todos piensan que somos cabeza de hierro, pero hay que ser muy fuertes para llevar adelante esta vida que nos toca”, reflexionaba el capellán de la Policía en el responso.
Antes de entrar al cementerio, se le entregó a la familia una gorra de gala y la Bandera argentina, homenaje de la Policía al efectivo caído. Una de las hermanas de Franco las agarró con fuerza, las abrazó con cariño. Sonó la trompeta del minuto de silencio y se llevaron a su ser querido al descanso final.
Según el intendente, “de los 60 chicos que, en promedio, terminan por año la secundaria, 40 quieren ser policías”. San Carlos Minas sigue de luto, le aportó demasiado a la fuerza, tanto como una vida.
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