La Voz del Interior

Franco Ferraro, un “gordito bonachón” querido por todos

- Andrés Blanco ablanco@lavozdelin­terior.com.ar

Franco era de esos tipos queridos que pocos olvidan. De esos que siempre están sonrientes, aunque todo vaya mal.

“Gordo” para algunos, “Gigio” para otros.

En San Carlos Minas hacía años que la gente no salía en masa a las calles. Desde el trágico aluvión de 1992, arriesgan algunos.

El día está nublado, la humedad cala hondo y la tristeza hace que el trago no pase por la garganta. Es la despedida de Franco, quien dejó su vida por cuidar a los cordobeses. Como tantos otros.

“Para lo que necesitába­mos, siempre estaba”, cuenta Enzo Gálvez, un cabo de policía de 24 años que convivió con él durante sus años de estudiante.

“Era un gordito bonachón, intachable”. Son palabras de la maestra de jardín de Franco, cuando “el Gordo” tenía 2 años. Hoy, Noemí Sánchez, la “seño”, atiende un quiosco en el centro del pueblo y llora, como casi todos, al policía caído.

“Acá, los niños son hijos de todos”, dice ella. Los ven nacer y los ven crecer.

Antes de entrar a la fuerza, Franco reprochaba que su padre fuese policía. No podía entender por qué, a veces, su papá no estaba en las fechas importante­s. Pero el deber llamaba.

“Gigio” entendió todo cuando ya vestía de azul, el día que su padre cumplió años y él no estuvo ahí. “No puedo ir, pa”, le dijo por teléfono. Ese llamado fue suficiente para terminar de afianzar una relación que se sellaba para siempre.

La madrugada del viernes, minutos antes del tiroteo, Franco participab­a en un operativo en el parque Sarmiento, en Córdoba. Una llamada de radio hizo que él fuera de los primeros en llegar al lugar del robo. La muerte lo esperaba allí mismo.

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Dolor de padre. Francisco Ferraro, ayer en el cementerio.

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